Antonio Morales*
Se ha escrito mucho durante las últimas semanas sobre la crisis, la voracidad de los mercados y la debilidad de los estados y, probablemente, este texto que ahora lee no aporte nada nuevo al debate ni a desnudar la realidad, pero no me puedo sustraer a resaltar algunos aspectos que me parecen esenciales para analizar un orden económico y ¿político? que ha convertido a este planeta en una dictadura global de peligrosas derivas y alcances.
Con unas prácticas despreciables, la banca (los mercados, el sistema financiero o cualquier otra acepción empleada para llamar a lo que en el antiguo oeste denominaban salteadores de caminos), se convirtió en un lugar opaco desde el que con operaciones de ingeniería financiera y burbujas bolsísticas, apoyadas en paraísos fiscales donde se enjuagaba el dinero de las drogas, el tráfico de armas y la corrupción de variada índole, se fue adueñando de los estados y sus representantes hasta provocar una crisis mundial de, aún hoy, impredecibles resultados.
Con el dinero de todos, los gobiernos del mundo, casi de manera unánime (no cuentan los "bárbaros antisistema") acudieron en audaz galopada a salvarlos para frenar su caída definitiva, endeudándose hasta las tachas en un intento de proteger el estatus y los logros sociales alcanzados. Se actuó rápidamente para buscar recursos y salvar a la banca, pero "olvidaron" las medidas para controlarla, fiscalizarla y obligarla a pagar impuestos. Se pusieron manos a la obra para paliar la crisis pero "no se acordaron" de atacar sus causas.
No sirvió de nada. Los que provocaron la crisis, los que se han quedado con los dineros públicos, los que han aumentado el déficit de los países al propiciar el agotamiento de sus arcas, se aprovechan ahora de esta enorme debilidad para, desde agencias fantasmas que bailan a su son, que juzgan a las naciones y provocan a su antojo movimientos especulativos en las Bolsas, saltar a la yugular de lo público sometiendo a sus instituciones, a sus ciudadanos y a sus representantes.
Es la mayor de las paradojas: los estados salvan a los mercados, se endeudan lo más posible para hacerlo y ahora los mercados atacan de manera despiadada y proponen medidas leoninas porque los países están endeudados. Una espiral sin más alternativa que la de los sistemas financieros y la complicidad del neoliberalismo para decapitar a los estados. Una espiral de miedos, histerias colectivas, impotencias y complicidades que ha puesto contra las cuerdas al euro, a Europa (¿no nos dice nada que el déficit de EEUU sea cuatro puntos más alto que el de este continente y allí no se produzca esta alarma?) y de manera especial a Grecia, Portugal y a España donde su presidente, desdiciéndose de antiguas afirmaciones en las que juraba y perjuraba que no tocaría los gastos sociales, acaba de anunciar, a trompicones y desde la incapacidad y la cobardía, la más dura de las tajadas a los derechos sociales de los españoles desde la transición.
Las presiones de Obama ("hay que calmar a los mercados"), del Banco de España, de Trichet, del FMI, del BM y la cuadrilla completa de los cómplices del neoliberalismo, acaban poniendo de rodillas a Rodríguez Zapatero, un socialdemócrata que había basado su imagen en la defensa de las libertades civiles, para acabar haciendo lo que siempre dijo que nunca haría, obligándole a hacer recaer todo el peso de las medidas paliativas de la crisis sobre las espaldas de las clases medias y empobrecidas de nuestra sociedad. Y no es sino el principio, ya que Bruselas ha insistido en reclamar medidas más duras y contundentes para 2011, mientras los bancos, las eléctricas, las multinacionales de distinto pelaje, siguen haciendo públicas ganancias desorbitadas y sus directivos cobrando sueldos multimillonarios al tiempo que se acrecientan las bolsas de pobreza y se recortan los salarios y los servicios del pueblo llano. ¿Y las reformas del sistema financiero? ¿Y el control de los desmanes de los oligopolios?
A pesar de los insistentes aplausos del Santander y Botín, entre otros, a las medidas anunciadas, la mayoría de los expertos coinciden en afirmar que este paquete de acciones puesto sobre la mesa por Zapatero y la limitación del gasto público frenará la creación de empleo y generará más ciudadanos en precario; provocará más desigualdades sociales, más pobreza, más pesimismo, más crispación social, más alejamiento de las instituciones, de la política y de la democracia.
Pero es aquí a donde yo quería llegar y a lo mejor me he alargado mucho en la introducción. Sin ningún tipo de dudas, estamos ante un intento organizado de vaciar al Estado. De devorar a lo público, provocando su desapego con la corrupción controlada, con la demostración palpable de la insolvencia para resolver los problemas, con la falta de ideas, las peleas continuas y la incapacidad de defender los logros sociales y laborales alcanzados: hincando al Estado en una demostración palpable de quién gobierna realmente. El propio Acuerdo General de Comercio de Servicios de la OMC insta, sin pudor, a los países miembros a liberalizar servicios básicos como los de la educación, sanidad, asistencias sociales, agua, transportes, etc. La gran banca, los grandes poderes económicos, se han transmutado en "mercado", controlan a los gobiernos y montan sus sucursales favoritas en los Bancos Centrales de cada país. Hemos pasado de una dictadura económica pura y dura a una dictadura política mundial globalizada, con los gobiernos locales moviéndose como marionetas sin fin. Los mercados no son limbos etéreos, sino entes reales que, como dice el expresidente del Bundesbank, Hans Tietmeyer, "gobiernan y los gobiernos se ocupan de gestionar". Es lo mismo que acaba de repetir Felipe González como portavoz de un grupo europeo de sabios. Qué atrás han quedado las palabras de Sarkozy, en 2008, cuando habló de refundar el capitalismo y proclamó "la muerte de la dictadura del mercado y la importancia de lo público", y que falsas suenan ahora las prisas europeas por anunciar medidas de control al sistema financiero.
Quizás por eso insisten en que las medidas del Gobierno español no son suficientes. Por eso ha salido Aznar a la palestra demandando una profunda reforma laboral y nuevas privatizaciones como las que ya hizo en 1996, desprendiéndose de bancas, telefónicas y eléctricas públicas, hoy muchas de ellas en manos extranjeras. Por eso ha salido también Fernández Ordóñez, la CEOE y el FMI demandando una urgente reforma laboral y por eso ahora Zapatero apremia a los agentes sociales a pactar ya la reforma laboral y a imponerla si no hay acuerdo: "es el objetivo inmediato de nuestra agenda económica".
Si a los pobres y a las clases medias les obligan a soportar la crisis, ¿qué le corresponde al resto? Vienen épocas muy duras y no tenemos quién nos defienda. La derecha no se diferencia para nada de la izquierda oficial a la hora de adorar al mercado. La izquierda instalada ha claudicado. Para Irene Lozano, "éste es el gran problema: la rebeldía colectiva está ausente de la izquierda porque a sus representantes oficiales les faltan fuerzas para soltar lastre y emprender la travesía". También Raúl del Pozo acaba de escribir que la derecha se ha quedado sin política y la izquierda también, "ganaron los chacales neoliberales".
No nos pueden decir, y nosotros aceptarlo, que no hay soluciones. La gente debe movilizarse y no como anuncian los sindicatos porque ven peligrar sus prebendas clientelístas basadas en los funcionarios y las administraciones públicas mientras miraban para otro lado cuando se nos anunciaban las cifras de millones de parados. Tenemos que pelear por defender alternativas a los recortes anunciados, como proponía un grupo de expertos recientemente, gravando al sistema financiero, reduciendo el gasto militar, etc.; para que se graven las rentas más altas; por aguantar el déficit público; por crear una banca pública solvente; por la eliminación de los paraísos fiscales…
Es necesario que batallemos por más democracia, más participación, más convicción y más acción ciudadana, por ocupar la calle para frenar los mercados y ganar espacios para los derechos civiles y laborales a los que ahora se pone contra las cuerdas. O eso, o la dictadura del mercado.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.