22 de noviembre de 2012

Opinión: "La crisis, responsabilidad de los gobiernos cobardes y traidores"

Jueves, 22 de noviembre.

Fernando Romero*
En la crisis actual, provocada por las instituciones financieras, los bancos han dejado alevosamente de cumplir con la función social para la que se crearon.
El que las entidades financieras hayan arruinado el tejido empresarial y los puestos de trabajo de la población por causa de su especulación, sería suficiente para ordenar su cierre y sustituirlas por otras entidades más eficientes o decretar su nacionalización.
Sin embargo, a la banca se le permite acudir al Banco Central Europeo (BCE) a financiarse al 1% para, simultáneamente (una hora después) entregar ese mismo dinero al Estado al 5% (o más) de interés a diez años.
El propio BCE fue creado por los Gobiernos de los Estados de la UE, su organigrama de funcionamiento también lo aprobaron esos mismos Estados, y hasta al propio Director del BCE lo nombra periódicamente también los Gobiernos de los Estados de la Unión Europea (UE).
¿Por qué, entonces, los Estados de la UE no pueden financiarse directamente del Banco Central Europeo obviando la intermediación de la banca? Porque lo que se pretende, y se consigue actuando así, es conceder una enorme subvención a la banca privada desde el propio Banco Central Europeo.
¿Quiénes son los responsables? La banca, no; pues actúa según las reglas establecidas. Los responsables son los Gobiernos que permiten y apoyan la prolongación de esta situación -sin cambiar las reglas-, a sabiendas de que perjudica gravemente a la población que los ha elegido y que, se supone, representan; y, además, se endeuda escandalosamente a los Estados que administran. Así gestionan actualmente los intereses generales nuestros políticos "patriotas".
Es la política al servicio de la economía, cuando debería ser al contrario. La economía, que es una ciencia, debe ser una herramienta, un instrumento y estar al servicio de la política y del progreso de la sociedad.
Pero los políticos, los gobiernos, han hecho dejación de sus responsabilidades ante los ciudadanos y se han arrodillado ante la economía (los mercados), permitiendo que sea ésta quien gobierne la sociedad.
No obstante, no se cansan de repetirnos que aplicar otra política económica no es posible. Mienten. Y ellos lo saben. Peor crisis que la vivida en Europa tras la II Guerra Mundial no se ha vuelto a producir. Y a pesar de esa crisis, y en un contexto internacional de "guerra fría", se desarrolló el estado del bienestar. La crisis actual no es, ni por asomo, semejante a la de entonces. Sin embargo, nos están arrebatando los derechos, las conquistas sociales y el estado del bienestar conseguido.
Otra forma de hacer política económica sí es posible. No se trata de milagros ni de sovietizar a la sociedad. Todo está descubierto. Sólo tienen que recuperar, actualizar y aplicar determinadas aportaciones de Keynes ante la situación actual de crisis. ¿Por qué no gobiernos keynesianos (o neokeynesianos)? ¿Por qué no probar? Si este ultraliberalismo económico no da resultados (el paro sigue creciendo y la recesión económica continúa regenerándose), ¿por qué no cambiar ya de política económica?
John Maynard Keynes (1883-1946) fue un economista británico, considerado como uno de los más influyentes del siglo XX. Sus ideas tuvieron una fuerte repercusión en las teorías y políticas económicas. Fue profesor de la Universidad de Cambridge, secretario del Royal Economic Society y alto funcionario de la Administración británica. En 1919, tras finalizar la Primera Guerra Mundial, formó parte de la delegación británica en laConferencia de Paz de París. Pronto dimitió de ese puesto por estar disconforme con el régimen abusivo de indemnizaciones y reparaciones que se imponían aAlemania.
Tras la grave crisis económica de 1929, expuso sus ideas para salir de esa gran recesión en su obra "Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero" (1936). Consideraba un error recurrir a la clásica bajada de salarios para que la producción aumentara. En su diagnóstico de la crisis argumentaba que el principal problema de la economía era la falta de demanda ante la caída de la inversión. Sin demanda, los empresarios no tenían incentivos para aumentar la producción y, a través de ella, el empleo. Por tanto, ante el derrumbe de la inversión privada, proponía que el Estado incrementase el gasto público (política anticrisis), por lo que abogaba por una activa intervención del Estado que restableciera el equilibrio entre oferta y demanda.
El gasto del Estado generaría déficit público, pero eso, según Keynes, no constituía un problema, ya que si el Estado gastaba, aumentaba la demanda porque ese gasto inicial transformado en salarios y bienes, creaba nueva demanda sobre otros sectores (multiplicador keynesiano). De esta manera, el Estado hacía de locomotora de la economía, a la que se iría enganchando progresivamente las empresas y los distintos sectores económicos. Así, al ampliarse la producción total, el Estado podría aumentar posteriormente sus ingresos por impuestos, y reducir o anular, a medio plazo, el déficit público inicial.
La prosperidad, la creación de empleo, afirmaba Keynes, no depende de los salarios, sino del consumo y de la inversión. Por tanto, había que potenciar el consumo.
Y para conseguirlo, defendía las mejoras de las condiciones salariales, pues de esta manera, se aumentaba la capacidad adquisitiva de la clase obrera. Por ello, insistía en que el papel de los capitalistas era invertir, y el de los trabajadores, consumir.
El presidente estadounidense Roosevelt actuó en la década de los años 30 influido por las teorías de Keynes. Lo mismo hicieron los gobiernos de los países escandinavos (Suecia, Dinamarca), iniciándose, así, en esos países la construcción del Estado del bienestar. La aplicación de las teorías keynesianas se generalizaron en Europa Occidental tras la II Guerra Mundial. Los ciudadanos alcanzaron en pocas décadas, un nivel de vida y un Estado de bienestar desconocido hasta entonces.
Justo, lo contrario (la destrucción de ese Estado de bienestar), es lo que se han propuesto y nos quieren arrebatar ahora, aprovechando la presente crisis económica.
Paul Krugman, estadounidense y Premio Nobel de Economía en 2008, ha reconocido que para salir de la actual crisis económica debemos recuperar los postulados keynesianos. Así, por ejemplo, en un reciente artículo en El País (enero, 2012), titulado "Keynes tenía razón", escribe: "…recortar el gasto público cuando la economía está deprimida, deprime la economía todavía más; la austeridad (en el gasto público) debe esperar hasta que se haya puesto en marcha una fuerte recuperación".
Y sigue exponiendo: "Los políticos han creído que debíamos centrarnos en los déficit, no en los puestos de trabajo. Al obsesionarse con los déficits a corto plazo se ha empeorado el verdadero problema: una economía deprimida y un desempleo masivo". Y concluye, "es posible que uno de estos años acabemos siguiendo el consejo de Keynes, que sigue siendo tan válido hoy como hace 75 años".
Ante todo esto, nos preguntamos ¿es posible o no aplicar otra política económica? ¿Por qué no se intenta? ¿Por desconocimiento? No. ¿Por ideología y por intereses determinados? Eso sí. No en vano, la inmensa mayoría de los gobiernos europeos son liberal-conservadoresal servicio de los grandes especuladores, de los mercados y de la gran banca.
El ejercicio de la política se ha desnaturalizado: los gobiernos ya no están al servicio de los ciudadanos que los han elegido. La prioridad absoluta ya no son los ciudadanos sino las cuentas de resultados y el déficit. Y si eso significa gobernar contra los ciudadanos, pues se gobierna contra los ciudadanos. ¿Eso no se llama traición?
Por eso las "medidas valientes" que nos dicen, tienen que tomar los Gobiernos, no son sino medidas cobardes,porque están dirigidas siempre contra los más débiles. Sin embargo, a los fuertes y poderosos, ni tocarlos; y mucho más en nuestro país. ¡Qué pasada! Pues eso, Gobiernos cobardes y traidores. Es lo que hay. ¿Nos resignamos?
*Fernando Romero es profesor y vocal de la Mesa de Roque Aguayro.