19 de enero de 2010

Opinión: "El poder ciudadano"

Martes, 19 de enero.

Antonio Morales*
Muy pocos son los que se atreven a cuestionar, en estos momentos, que la Cumbre de Copenhague fue un auténtico fiasco. La verdad es que durante las últimas semanas se ha escrito mucho sobre este tema y, aunque todo va tan deprisa que ya este asunto parece borrado de los medios de comunicación y del sentir colectivo, no pretendo con este texto volver a profundizar en el análisis del fracaso del encuentro, sino en insistir en subrayar la importancia de los movimientos ciudadanos para avanzar en la búsqueda de respuestas globales a la grave crisis que esta matando a la Tierra.
Desde los años sesenta hasta la actualidad, debido en gran medida a la presión de la ciudadanía sobre los gobiernos y los partidos políticos, se han ido sucediendo una serie de hitos, que han aportado distintas soluciones al desarrollismo y sus consecuencias. Aunque en Europa, desde la década anterior se empezó a debatir acerca del binomio desarrollo y medio ambiente, fue en la Conferencia de Estocolmo de 1972 cuando se discutió por primera vez el impacto de las actividades humanas sobre el medio, con el antecedente del estudio del Club de Roma, "Los límites del crecimiento", donde se hablaba ya claramente de los recursos finitos del Planeta. Por esas mismas fechas se creó el Programa de Naciones Unidas para el Medioambiente.
El deterioro del Planeta a causa del desarrollo incontrolado, el agotamiento de los recursos y las diferencias socioeconómicas entre los países, llevó a la ONU, en 1983, a poner en marcha la Comisión Brundtland, que en su informe "Nuestro futuro común", acuñó el término "desarrollo sostenible" al constatar que la satisfacción de las necesidades presentes no deben comprometer los medios necesarios para la supervivencia de las generaciones futuras.
En 1991, el Club de Roma vuelve a insistir en sus advertencias sobre el deterioro medioambiental en un nuevo informe demoledor que sirve de pórtico a la Cumbre de Río, celebrada en 1992, que contaría con la presencia de 180 países y de la que surgiría la Agenda 21 y su marco de seguimiento. En 1997, la ONU convocó la Cumbre de Kyoto, con el objetivo central de poner freno a los gases de efecto invernadero, pero fue boicoteada por EEUU, Rusia, China y Australia, los mayores emisores. La Carta de Aalborg nace más tarde para profundizar en estos compromisos y, en el año 2000, la ONU aprueba la Declaración del Milenio, con ocho objetivos básicos para el 2015: erradicación de la pobreza y el hambre, eliminación de las desigualdades entre sexos, una educación para todos, reducción en dos terceras partes de la mortalidad infantil, combatir las enfermedades asociadas a la pobreza, fomentar alianzas entre los pueblos para el desarrollo y garantizar la sostenibilidad medioambienta.
En el año 2006, el Informe Stern habla que vamos contra reloj, que nos quedan apenas minutos, y que es más barato producir cambios que mantener el nivel de despilfarro. La Cumbre de Bali de 2007 sigue haciendo una llamada a la lucha contra el cambio climático y la última que acabamos de dejar, la de Copenhague, con su caudal de frustraciones, de la mano de los mismos protagonistas y de algunos emergentes que se apuntan al carro del mercado sin frenos, ya la conocemos todos.
Desde luego, los incumplimientos con lo acordado durante todos estos años han sido flagrantes y, el desprecio a las mayorías, ha sido exhibido como el mayor de los ultrajes. Mientras el deterioro del Planeta avanza a un ritmo inexorable y las diferencias entre los pueblos de la Tierra se hacen aún mayores, en medio de una crisis económica, climática, alimentaria y de valores, el sistema neoliberal imperante a nivel planetario no se rinde y convierte estos encuentros en peligrosas mascaradas, en los que da lo mismo que los protagonistas se llamen Obama o Bush; en los que da igual lo que diga la ONU, porque por encima está el G-8 de turno, el G-20 o el G-2 de EEUU y China que lo va a controlar todo, sin el más mínimo pudor, en los próximos años; en los que les trae al pairo el aumento constante de las temperaturas (ya nos estamos acercando peligrosamente a la emisión de 400 ppm) y que los estudios vaticinen que habrá 25 millones más de niños desnutridos por el calentamiento; que el Global Footprint Network acabe de denunciar que la Humanidad vive sobre una gran burbuja, la de los recursos, y que necesitamos un planeta y medio para mantener el nivel de consumo actual, sin que ésto frene a los negacionistas ultraconservadores, muchos de ellos pagados por las grandes petroleras, como sucede con el ex presidente Aznar, en continuas campañas contra las renovables y el cambio climático.
Pero no sería justo decir que todo esto no ha servido para nada. Sin duda durante todos estos años se ha ido tejiendo una red ciudadana mundial (hombres y mujeres de a pie, comunidades científicas, organizaciones no gubernamentales, etc.) que ha presionado hasta el infinito para crear conciencia y obligar a los gobiernos de turno a reunirse, a cumplir algunas cosas, la mayoría de las veces a regañadientes y otras como reclamo electoral. Por eso, del fracaso de Copenhague no podemos decir que no sirvió para nada, porque la gran repercusión mediática ha contribuido a aumentar la concienciación sobre la realidad política, social y económica que estamos viviendo y porque, deposita así, grandes esperanzas en que los movimientos ciudadanistas vayan ocupando la calle, la política y las instituciones.
Y eso lo sabe perfectamente el neoliberalismo y sus analistas y, por ello, la escenificación internacional de la detención del director de Greenpeace España, una gran advertencia mediática de poder y de control. Y es que se puede incumplir Kyoto y poner al planeta la borde del caos; se pueden saltar a la torera los acuerdos internacionales y pasarse las decisiones de la ONU por el arco del triunfo (para eso no existe justicia internacional), pero no faltaba más que unos pobres indocumentados exhiban sus vergüenzas en una pancarta subversiva. Se trata de algo muy grave, gravísimo. Hasta ahí podríamos llegar.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.