Antonio Morales*
La crisis que soportamos en estos momentos tiene varias caras. A la económica, derivada de los desmanes de los mercados, se suman la medioambiental, la alimentaria, la energética, la armamentística y la que me parece la más peligrosa porque nace de la conjunción de todas ellas: una profunda crisis democrática, que ante el mayor embate para el desprestigio y debilitamiento de lo público que se ha dado desde la Segunda Guerra Mundial, sustenta también una enorme crisis de ética, valores y principios universales.
Es realmente preocupante la desafección ciudadana que existe hacia la política y los políticos en estos momentos, hasta el punto de que para los ciudadanos españoles se ha convertido en su tercera preocupación fundamental. Y si bien es verdad que desde la política misma se han cometido enormes barbaridades y el alejamiento de la población, no cabe la menor duda de que es el poder económico el que en estos momentos busca que lo público quede reducido a lo mínimo y que la clase política, a la que venden como generalizadamente corrupta, sea rechazada por los ciudadanos y así ocupar su lugar.
Me preocupa enormemente, nos debería preocupar a todos, la peligrosa deriva antidemocrática en la que estamos inmersos y es notorio el "colaboracionismo" de una parte importante de la clase política que obvia las más elementales pautas de comportamiento ético, imprescindible para el ejercicio del servicio público.
Para muchos teóricos, la política sólo se puede ejercer desde la moral. La política es ética ella misma. Ya Aristóteles decía: "porque superior al hombre que es capaz de hacer el bien a sí mismo y a sus allegados, es el que es capaz de hacerlo a los otros y a la ciudad, y al Estado".
Para Roberto Bobbio "no se puede prescindir de la ética ni de la política en la organización de los asuntos humanos". Y según Ignacio Ramonet, "ningún dirigente debe olvidar que la democracia es esencialmente un proyecto ético basado en la virtud y en un sistema de valores sociales y morales que dan sentido al ejercicio del poder". Tony Judt afirma que "si nos limitamos a los aspectos de la eficiencia y la productividad económica, ignorando las consideraciones éticas y toda referencia a unos objetivos sociales más amplios, la política dejaría de ser útil…si queremos transformar la sociedad desde la política".
Desde el origen mismo de la política, la ética ha sido una parte consustancial a ella. Las antiguas civilizaciones ya planteaban la formación en valores para las personas que iban a asumir tareas de gobierno. Cicerón decía que "aquellos hombres que saben de las constituciones políticas y sus cambios no son hombres sino dioses porque esta materia es divina, es lo máximo a lo que puede aspirar el ser humano".
Los romanos establecían que para ser cargo público se debía ser el más puro, el más cándido (de ahí el candidato), y para defender lo público con ética se precisa decorum, honestidad y decencia a la hora de ejercer las acciones públicas con autoridad, honor, justicia, libertad y prudencia.
Weber, Marina, Victoria Camps… coinciden en afirmar que la ética debe ser práctica, acción, convertir la irrealidad en realidad y eso sólo se alcanza desde el servicio público y la renuncia a servirse de lo público. Un mundo sin valores, individualista, dominado por los mercados, se olvida de la formación de sus gobernantes , se olvida de profundizar en su propia ética y por tanto exigirla a los demás: de ahí la corrupción, el desprecio a la opinión pública y a la democracia de manera generalizada.
Cuando los valores desaparecen del sentir colectivo, se truecan en antivalores que se adueñan de la vida pública: de la sociedad, de la economía, de la familia, la religión o la cultura. Adela Cortina dice que la regla de oro del individualismo, del neoliberalismo es la de "no inviertas en los demás más esfuerzo del que pueda proporcionarte un beneficio".
El informe Nolan, que coincide con el de la O.C.D.E y otros, establece unas normas de conducta para la vida pública que se basan en siete principios: desinterés, integridad, responsabilidad, objetividad, transparencia, honestidad y liderazgo.
Para George Weigel, la política sin ética no es política y debe ser, además, una deliberación mutua sobre cómo tenemos que vivir juntos, como comunidad civil y que "para que haya una democracia que funcione bien se requiere que exista una masa crítica de ciudadanos que hayan aprendido los hábitos intelectuales y afectivos que hacen posible el autogobierno. Esos hábitos de la mente y del corazón son, en pocas palabras, las virtudes".
La política y la ética no pueden renunciar a ir de la mano. Sus objetivos deben ser la búsqueda de lo que interesa a una sociedad e inclinar a los servidores públicos hacia el interés general. Por eso nos chirría tanto conocer que Felipe González ha sido contratado por Gas Natural con un sueldito de 126.000 euros mensuales; que Aznar pase, con 200.000, a formar parte de la nómina de Endesa, a la que privatizó de manera irregular propiciando pelotazos en cadena, y que, además, los dos sigan percibiendo una pensión suculenta del estado como ex presidentes; que Miguel Roca (CiU), o el ex Secretario de Estado del PP, Luis de Guindos, trabajen para Endesa; que Manuel Marín sea el Presidente de la Fundación Iberdrola; que Rato, lo mismo que Isabel Tocino, dejaran su ministerio y pasaran a ser ejecutivos del Santander en su momento; que Zaplana hiciera lo mismo con la Telefónica que privatizó el PP; que Bernat Soria, nada más cesar como ministro, pasase a trabajar para el laboratorio farmacéutico Abbott; que la ministra Garmendia defienda públicamente, una y otra vez, los transgénicos, cuando antes era la Presidenta de la Asociación Española de Bioempresas, el mayor lobby español de defensa de los transgénicos; que miembros de la Familia Real, como Urdangarín o la princesa Cristina, trabajen para Telefónica Internacional o La Caixa… Y podría seguir y seguir.
Resulta paradójico que, según el último barómetro del CIS, sean las Fuerzas Armadas y la Monarquía las que lideran la confianza de los españoles, que sitúan a los políticos a la cola. Y a esto quería llegar: no podemos recuperar la POLÍTICA con mayúsculas si no es desde la participación en la tarea pública de la ciudadanía, en la demanda de un cambio del modelo al que nos han abocado y en la exigencia colectiva rigurosa del respeto a los valores y a las virtudes cívicas a la hora de ejercer la política. Para Adela Cortina, el estado social debe ser una exigencia, y los valores (lealtad, honradez, compromiso, verdad, solidaridad, justicia…) nos permiten acondicionar el mundo para que podamos vivir en él plenamente como personas. No hay otra manera, aunque nos intenten vender lo contrario.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.
Es realmente preocupante la desafección ciudadana que existe hacia la política y los políticos en estos momentos, hasta el punto de que para los ciudadanos españoles se ha convertido en su tercera preocupación fundamental. Y si bien es verdad que desde la política misma se han cometido enormes barbaridades y el alejamiento de la población, no cabe la menor duda de que es el poder económico el que en estos momentos busca que lo público quede reducido a lo mínimo y que la clase política, a la que venden como generalizadamente corrupta, sea rechazada por los ciudadanos y así ocupar su lugar.
Me preocupa enormemente, nos debería preocupar a todos, la peligrosa deriva antidemocrática en la que estamos inmersos y es notorio el "colaboracionismo" de una parte importante de la clase política que obvia las más elementales pautas de comportamiento ético, imprescindible para el ejercicio del servicio público.
Para muchos teóricos, la política sólo se puede ejercer desde la moral. La política es ética ella misma. Ya Aristóteles decía: "porque superior al hombre que es capaz de hacer el bien a sí mismo y a sus allegados, es el que es capaz de hacerlo a los otros y a la ciudad, y al Estado".
Para Roberto Bobbio "no se puede prescindir de la ética ni de la política en la organización de los asuntos humanos". Y según Ignacio Ramonet, "ningún dirigente debe olvidar que la democracia es esencialmente un proyecto ético basado en la virtud y en un sistema de valores sociales y morales que dan sentido al ejercicio del poder". Tony Judt afirma que "si nos limitamos a los aspectos de la eficiencia y la productividad económica, ignorando las consideraciones éticas y toda referencia a unos objetivos sociales más amplios, la política dejaría de ser útil…si queremos transformar la sociedad desde la política".
Desde el origen mismo de la política, la ética ha sido una parte consustancial a ella. Las antiguas civilizaciones ya planteaban la formación en valores para las personas que iban a asumir tareas de gobierno. Cicerón decía que "aquellos hombres que saben de las constituciones políticas y sus cambios no son hombres sino dioses porque esta materia es divina, es lo máximo a lo que puede aspirar el ser humano".
Los romanos establecían que para ser cargo público se debía ser el más puro, el más cándido (de ahí el candidato), y para defender lo público con ética se precisa decorum, honestidad y decencia a la hora de ejercer las acciones públicas con autoridad, honor, justicia, libertad y prudencia.
Weber, Marina, Victoria Camps… coinciden en afirmar que la ética debe ser práctica, acción, convertir la irrealidad en realidad y eso sólo se alcanza desde el servicio público y la renuncia a servirse de lo público. Un mundo sin valores, individualista, dominado por los mercados, se olvida de la formación de sus gobernantes , se olvida de profundizar en su propia ética y por tanto exigirla a los demás: de ahí la corrupción, el desprecio a la opinión pública y a la democracia de manera generalizada.
Cuando los valores desaparecen del sentir colectivo, se truecan en antivalores que se adueñan de la vida pública: de la sociedad, de la economía, de la familia, la religión o la cultura. Adela Cortina dice que la regla de oro del individualismo, del neoliberalismo es la de "no inviertas en los demás más esfuerzo del que pueda proporcionarte un beneficio".
El informe Nolan, que coincide con el de la O.C.D.E y otros, establece unas normas de conducta para la vida pública que se basan en siete principios: desinterés, integridad, responsabilidad, objetividad, transparencia, honestidad y liderazgo.
Para George Weigel, la política sin ética no es política y debe ser, además, una deliberación mutua sobre cómo tenemos que vivir juntos, como comunidad civil y que "para que haya una democracia que funcione bien se requiere que exista una masa crítica de ciudadanos que hayan aprendido los hábitos intelectuales y afectivos que hacen posible el autogobierno. Esos hábitos de la mente y del corazón son, en pocas palabras, las virtudes".
La política y la ética no pueden renunciar a ir de la mano. Sus objetivos deben ser la búsqueda de lo que interesa a una sociedad e inclinar a los servidores públicos hacia el interés general. Por eso nos chirría tanto conocer que Felipe González ha sido contratado por Gas Natural con un sueldito de 126.000 euros mensuales; que Aznar pase, con 200.000, a formar parte de la nómina de Endesa, a la que privatizó de manera irregular propiciando pelotazos en cadena, y que, además, los dos sigan percibiendo una pensión suculenta del estado como ex presidentes; que Miguel Roca (CiU), o el ex Secretario de Estado del PP, Luis de Guindos, trabajen para Endesa; que Manuel Marín sea el Presidente de la Fundación Iberdrola; que Rato, lo mismo que Isabel Tocino, dejaran su ministerio y pasaran a ser ejecutivos del Santander en su momento; que Zaplana hiciera lo mismo con la Telefónica que privatizó el PP; que Bernat Soria, nada más cesar como ministro, pasase a trabajar para el laboratorio farmacéutico Abbott; que la ministra Garmendia defienda públicamente, una y otra vez, los transgénicos, cuando antes era la Presidenta de la Asociación Española de Bioempresas, el mayor lobby español de defensa de los transgénicos; que miembros de la Familia Real, como Urdangarín o la princesa Cristina, trabajen para Telefónica Internacional o La Caixa… Y podría seguir y seguir.
Resulta paradójico que, según el último barómetro del CIS, sean las Fuerzas Armadas y la Monarquía las que lideran la confianza de los españoles, que sitúan a los políticos a la cola. Y a esto quería llegar: no podemos recuperar la POLÍTICA con mayúsculas si no es desde la participación en la tarea pública de la ciudadanía, en la demanda de un cambio del modelo al que nos han abocado y en la exigencia colectiva rigurosa del respeto a los valores y a las virtudes cívicas a la hora de ejercer la política. Para Adela Cortina, el estado social debe ser una exigencia, y los valores (lealtad, honradez, compromiso, verdad, solidaridad, justicia…) nos permiten acondicionar el mundo para que podamos vivir en él plenamente como personas. No hay otra manera, aunque nos intenten vender lo contrario.