Antonio Morales*
Hace unos años escribí este
texto que mantiene plena vigencia. Me apetece volver a compartirlo con ustedes.
En algunas ocasiones he
escrito, casi siempre con rabia, acerca de la banalización y el desprecio con
que, desde distintos ámbitos, se tratan nuestras tradiciones y nuestro acervo
cultural. He reflexionado varias veces sobre la introducción con fórceps del
Papa Nöel de la Coca Cola, al que se ha enfrentado con nuestra Navidad y Reyes
Magos, y también sobre esa especie de carnaval llamado Halloween, un fenómeno
cada vez más presente en nuestra sociedad, con la complicidad de los grandes
centros comerciales, familias que se inhiben y los propios maestros que, a
veces sin pretenderlo, están contribuyendo a la desaparición de nuestro Día de
los Difuntos.
Justo en la víspera de unas
celebraciones que llenan nuestros cementerios para, desde lo más profundo,
honrar a los seres queridos que ya no están con nosotros y que guardamos y
amamos en nuestra memoria; justo en las fechas en las que nos reservamos
momentos de complicidad familiar para recordar a los que tanto nos quisieron y
tanto seguimos queriendo, se nos intenta introducir una especie de mascarada y
fantochada, bufona y superficial, que desvía la atención de niños y mayores hacía
monstruos, vampiros, zombis y brujas de tres al cuarto.
En estas fechas, en las que
recordamos con más intensidad a los que se nos han ido, en las que más sentimos
como “arden las pérdidas” que escribió Antonio Gamoneda, quiero hacer un artículo
distinto en su memoria y compartir con ustedes algunos de los versos de los
poetas que más me han conmovido al cantar a sus seres queridos, desaparecidos físicamente.
No podemos permitir que lo
más frívolo de nuestra sociedad se acomode en esa “misteriosa puerta que abre a
la muerte el olvido”, como dijo José Bergamín.
Dice Luis Cernuda en su
poema "Dos de Noviembre": “las campanas hoy/ ominosas suenan./ Aún temprano, el
aire,/ frío acero, llena/por tu sangre adentro./ Recuerdas los tuyos/idos este
año/ dejándote único".
Como Lord Byron nuestros
muertos nos cantan cada día: “Acuérdate de mi/ ...cerca de mi tumba./ No pases,
no, sin regalarme tu plegaria:/ para mi alma no habría mayor tortura/ que es
saber que has olvidado mi dolor”.
Es imposible que no nos
revelemos contra el vacío que combate Miguel D´Ors cuando afirma: “las yerbas
del olvido/empiezan a crecer sobre su tumba”, frente a los versos de José Mª
Carreño, que nos abre presencias sin renuncias: “aquí descansa el cuerpo,/ su
alma no:/ transeúntes del aire/ sigue en vilo”.
Cuanto dolor expresado con
tanta ternura ante la desaparición física de los hijos, como el de José Ángel
Valente: “Me parecía ahora como si quedase suspenso el amor. Y no era eso. Tan
sólo tú no volverías nunca” o “Ni la palabra ni el silencio. Nada pudo servirme
para que tú vivieras”. O como el de Stephane Mallarmé en su poemario inconcluso
“Una tumba para Anatole”: “puedes, con tus/ pequeñas manos, arrastrarme/ a tu
tumba/ tienes el derecho/ yo mismo/ estoy siguiéndote, yo/ me dejo llevar”.
“¿Amanecerá y atardecerá,
por siempre, en su tumba?”¿Adónde van los muertos, Señor, adónde van? se
pregunta la poetisa árabe Al-Janza ante la muerte de su hermano Sakr; y Jorge
Ferrer Vidal le ruega al suyo: “Si al menos nos quisieras/ decir por que
caminos marchas/ o en qué bosque te asilas/ o en qué estrella de la noche te
hospedas…”. Es el mismo doloroso desgarro de José Antonio Labordeta por la
ausencia de su hermano mayor: “Miguel:/ mamá te vuelve a descubrir/ cada mañana/
y mira tus camisas,/ tus viejos pantalones,/ tu boina de domingo,/ tus zapatos
de campo y de paseo/ y te gesta de nuevo,/ esta vez a lágrimas y llanto”; o el
de César Vallejo: “hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,/donde nos haces
una falta sin fondo../ oye, hermano, no tardes/ en salir. Bueno? Puede
inquietarse mamá”, y el de Luis Artigle: “voy a dejarte escrito este poema/
antes de que se enfríe:/ que te enfríes./ Mamá ha llorado mucho y aunque tal
vez podamos recoger lo derramado/ cuando vuelvas./ Sí, tal vez”.
Llanto, desde la más
absoluta entrega, el del hijo Juan Ramón Jiménez que dice a su madre muerta: “Desde
que eres la muerte,/ estás en todas partes, como un Dios./ Eres mar, soledad,
cielo, infinito,/ y te fuiste a elevar tu gran amor./ Eres inmensamente
envolvedora,/ aprietas desde todo el corazón”.
“Hoy ya no oigo las voces
de aquel tiempo/ ni abuela/ ni abuelo/ Totónio Rodríguez/ Tomásia/ Rosa/ ¿dónde
están todos?/ están todos durmiendo/ están todos acostados/ durmiendo/
profundamente”, evoca así todas sus pérdidas el brasileño Manuel Bandeira.
“Acaso está muy sola. Tal
vez mientras yo pienso/ en ella, está muy triste: quizá con miedo esté” dice
Amado Nervo, ebrio de incertidumbre y duelo por su amada Ana Daillez.
Que grito tan desgarrador
el de W.H. Auden: “parad todos lo relojes, cortad el teléfono,/ no dejéis que
ladre el perro ante su sabroso hueso,/ silenciad los pianos y con amortiguado
tambor/ sacad el ataúd, que vengan las plañideras”.
Frente a la mascarada, los
versos de Alejandra Pilarnik: “golpean las sombras/ las sombras negras/ de los
muertos.” Y los de Francisco Brines: “misericordia extraña/ ésta de recordar
cuanto he perdido,/ y amar aún su inexistencia” y los de Harold Alvarado
Tenorio: “valiente y hermoso/ no pudo la muerte/ malgastarte./ Mis labios/ te
hacen inmortal: / te he amado mucho”.
¡Cuantos sentimos la nada
de Alfonso Costafreda!: “Ha muerto mi padre./ Se repite su ausencia cada día/
en el hogar vacío”! y repetimos los versos de Pedro Casariego: “Los gusanos y
el estiércol/ sólo ellos te desean/ con la torpeza horizontal del/ amor”. Y el
vacío glacial de Roque Dalton: “Desde ayer que te fuiste/ hay humedad hasta en
la música”.
Frente al carnaval de los
zombis, los versos de José Bergamín: “Si alguna vez sintieras todavía,/ cuando
yo me haya muerto,/ arder como una llama temblorosa/ en tu alma mi recuerdo,/
piensa que más allá de los espacios infinitos,/ perdido entre las llamas
infernales/ yo te sigo queriendo”.
Frente a la sustitución del
recuerdo y la presencia de los seres queridos por una fantasmada vacua, las
palabras de Roberto Juarroz: “Quienes se olviden de llorar/ deberán algún día,/
a pesar de su apremio,/ regresar a la fuente./ sentirán algún día/ que la falta
de lágrimas/ termina por borrar cualquier rostro/ aunque sea el de dios”.
Hoy es el día para recordar
con Manuel Ruiz Amezua a “Los que más nos amaron”: “Miraban por nosotros,/ sufrían
con nosotros/ y amaban nuestra vida./ Miraban a los ojos/ nos protegían
siempre/ de todos los dolores y de todas las lágrimas/ de todas las desdichas./
Pero un día se fueron para siempre./ Pasaron las horas, llegó la noche,/ y un día
y otro, y otro,/ y nunca más volvieron./ Me dejaron solo frente al mundo:/ Sin
saber adónde ir:/ Sin querer la soledad. / Mirando a todas partes y a ninguna.
/ Buscando mi verdad, y amparando la suya”.
No podemos aceptar que este
Halloween superficial y consumista dé la razón al poeta: “¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!”
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes. (www.antoniomorales-blog.com)