Jesús Vega*
Gracias al whatsapp y a los
correos electrónicos, desde hace unos años todos utilizamos, bien o mal, los
teclados. Me refiero a los de letras y números, los de ordenadores o móviles,
no los de notas musicales; esos otros los dejamos para Paco Guedes o Yeray
Socorro, por ejemplo.
Por el Sureste de Gran Canaria
hay personas que, cuando escriben con bolígrafo, delatan a su profesor. Hace
unos días, en un comercio de Vecindario, la chica que había ido a encargar una determinada
ropa, anotó en una libreta su pedido. Y el dependiente, al ver la letra, se
dirigió a la chica y le dijo totalmente convencido: "Tú estudiaste en la escuela de
La Goleta. Esa letra es inconfundible".
Y es que en La Goleta había un
profesor que no miraba el reloj. Todas sus horas estaban al servicio de la
escuela y de los niños. Había una especial atención a la caligrafía y a
escribir con corrección y a leer y profundizar en la cultura. Era aquel un
maestro enamorado de su trabajo. Cuando llegó el momento de jubilarse, siguió
dando clases. Él sabía que eran horas regaladas, que no le suponían ningún
beneficio económico. Pero eso poco le importaba. Su vida era la escuela. En
ella disfrutaba. Y sólo cuando le dijeron que tenía que abandonar el colegio se
marchó, entristecido, a su casa.
Yo estuve alguna vez en la
vieja escuela de La Goleta, en Agüimes. Aquello era más bien un taller. Un lugar
donde se aprendía a vivir y a respetar y a escuchar y a compartir. La letra de
cada alumno se iba modelando con los días. Pero no sólo la caligrafía. Los
alumnos de La Goleta aprendían a escribir y leer la vida. Cuidaban una pequeña
huerta y unos animales. Comentaban las noticias de la prensa y escribían cartas
a novelistas, premios Nobel o políticos. Aprendían idiomas y también rezaban.
Los niños de la escuela de La Goleta se reconocían no sólo por el tipo de letra
cuidada y clara. También, y sobre todo, por su educación y por su respeto a los
demás.
Yo estoy seguro de que hay
otros maestros y otras escuelas con esta forma de transmitir enseñanza. Y para
todos ellos va mi reconocimiento. Hoy existen más medios técnicos y económicos.
Hace cuarenta años, el colegio público de La Goleta era único. Allí acudían
niños de todos los pueblos del sur porque sus padres estaban convencidos de que
en él se daba la mejor educación que entonces era posible.
Ayer, muy cerca de la playa de
Arinaga, donde vive, me encontré con un hombre al que los años no han podido
robarle ni la sonrisa ni la sabiduría ni la sensatez. Recordé sus trabajados
artículos en prensa y sus obituarios dedicados a personas queridas de estos
pueblos del sur. Hablamos de su casa-museo en la calle de su mismo nombre en
Ingenio. Y de su participación activa en los acontecimientos deportivos,
culturales y religiosos de la zona. Y por, supuesto, de su escuela del alma en
La Goleta y de los alumnos que quedaron marcados por una caligrafía
inconfundible y una educación envidiable.
Cuando hay tantos hechos y
tantas personas que con toda razón nos transmiten preocupación y que nos hacen
llorar, conviene no olvidar a los buenos. Quiero reconocer y agradecer el
trabajo de los muchos hombres y mujeres que, con su trabajo y su ejemplo, han
colaborado a que haya personas buenas y preparadas en nuestras Islas. A los
curas que han marcado en positivo la comunidad cristiana en la que han
trabajado. A los políticos que se han dejado la vida con un trabajo generoso
por su pueblo. A los profesores que han transmitido los valores de nuestro
pueblo a los más pequeños. Por ejemplo, D. Mario Vega Artiles, el viejo y sabio
profesor de La Goleta. Gracias, D. Mario.
P. D. Esta carta la escribí hace un
par de años, de modo que D. Mario pudo leerla y así me lo manifestó. Este
viernes ha muerto este buen maestro nacido en Ingenio. Le recordaremos siempre
con cariño. Descanse en paz.
*Jesús Vega es Vicario Parroquial de Cruce de Arinaga y Arinaga. (www.parroquiasdearinaga.com)