
Fernando T. Romero*
Finalmente la consulta light del
9-N se celebró. Sin embargo, Rajoy en su primera comparecencia pública tras la
jornada electoral, aseguraba que había cumplido su promesa de que el 9-N no
habría consulta en Cataluña. Y, además, a continuación utilizaba las cifras de
la votación para manifestar que se había producido un gran fracaso del
soberanismo. Y tanto insistió en ellas que acabó dando credibilidad a los
resultados de una elección que para él no había existido. Está claro que toma a
los ciudadanos por tontos. Así es el presidente de todos los españoles.
Pero no hay peor ciego que el que
no quiere ver. Y Cataluña fue una gran fiesta popular, en la que participaron
unos 2,3 millones de catalanes que expresaron su apoyo al derecho a decidir. Y
de éstos, una gran mayoría, además, dio su apoyo a la independencia. Y todo
ello, a pesar de la prohibición del Tribunal Constitucional, de las amenazas y
dificultades de toda índole provenientes del entorno del gobierno del PP en los
días previos: “la consulta no se celebrará”, “la ley está para cumplirse”, etc.
Y la evidente escasez de controles democráticos de la consulta, solo es
atribuible al gobierno de Rajoy que los impidió, escondiéndose detrás de los
tribunales.
¿Y cuál ha sido la reacción
posterior? En lo que se refiere a Rajoy y al PP, víctimas de su propia
impotencia e ineficacia, se han enfadado mucho. Han descalificado la movilización
del 9-N reiterando el largo repertorio de improperios al que ya nos tienen acostumbrados:
fraude, pucherazo, ridículo, acto inútil y estéril, etc. Insisten en que todo
fue un fracaso y lo expresan con mucho enfado y rabia. Y uno piensa que si fue
un fracaso y no ha servido de nada ¿por qué les ha sacado tanto de sus
casillas? ¿Y por qué las centrales mediáticas más conservadoras afines al
gobierno han censurado severamente a Rajoy por haber permitido el 9-N? ¿Y por
qué el propio gobierno del PP ha tratado de satisfacerles presionando a la
fiscalía contra Artur Mas?
En lo que se refiere al
presidente Mas, se le ha visto crecido a pesar de su natural autocontrol. Se le
ha notado satisfecho y hasta eufórico, pues es perfectamente consciente de
haber ganado una partida envenenada y casi imposible. Se siente fuerte y, tras
el 9-N, ha recuperado buena parte de la iniciativa y del peso político perdido
entre los suyos en las semanas anteriores. Ahora tiene ante sí dos opciones:
anticipar las elecciones catalanas para principios de 2015 o esperar a 2016 y
observar primero el futuro de Rajoy tras las elecciones generales. Artur Mas ha
sabido capitalizar el éxito del seudoreferendo y políticamente se ha venido
arriba, por lo que, pase lo que pase, el camino se le presenta ahora mucho más
fácil.
Por otra parte, uno considera muy
importante subrayar que la convocatoria del denominado “proceso participativo”
del 9-N se celebró, pese a la desautorización explícita del Tribunal
Constitucional, ya que los poderes públicos no impulsaron ningún requerimiento
para asegurar el cumplimiento de la ley. Por ello, el principio de legalidad,
tan aireado por el PP en los días previos, finalmente no lo aplicó. Y es que el
Gobierno siempre ha utilizado la legalidad para eludir la toma de decisiones
políticas. Y ahora lo que tocaba ineludiblemente era decisión política a cara
descubierta, pero tampoco se atrevió. Está visto que al PP en el tema de Cataluña,
políticamente, toda la fuerza se le va por la boca.
Y esta debilidad del ejecutivo
contrasta con una pretendida querella que constituye un grave error político,
otro más, solo para satisfacer a los sectores más intransigentes del PP. En
este sentido es significativo lo que ha escrito el Director de El Periódico: “Si
el diálogo político se dirime en los juzgados, si la oferta al discrepante es
la inhabilitación, la desconexión afectiva de muchos catalanes con la actual
España se hará del todo irreversible”. Y la entidad antisoberanista Societat
Civil Catalana (SCC) ha censurado también la “judicialización de la política”
para intentar resolver el conflicto catalán.
Uno considera también que si la
fiscalía lleva la votación del 9-N a los tribunales, estará reconociendo el
rango de consulta real a lo que fue un simulacro y permitiría al presidente de
la Generalitat asumir el papel de mártir.
Por otra parte, para justificar
las descalificaciones tras el 9-N, el PP no ha sido objetivo y ha recurrido a
una interpretación interesada de los datos. Veamos: la abstención sobre el
censo electoral (6.200.000 votantes) fue del 64%, acudiendo a votar el 37%
(2.300.000 votantes); el voto independentista se redujo al 29% (1.800.000
votos) del mencionado censo, pero superó el 78% de los que acudieron a votar. Y
el 22% de los que votaron dijeron no a la independencia.
Sin embargo, se nos oculta que,
normalmente, en cualquier elección, suele darse una abstención en torno al 30%
del censo. Y concluimos que si el voto independentista solo obtuvo el apoyo del
29% del censo, siendo objetivos, tenemos que resaltar que el PP gobierna con
mayoría absoluta en este país con el 28% de los votos del censo electoral español
y nadie se rasga las vestiduras por ello, ni habla de una “minoría inútil y estéril”.
Aplicando su propio rasero al valorar el resultado del 9-N, el 72% de los españoles
estarían en contra del PP.
Terminamos la presente reflexión
con algunos apuntes de Josep Ramoneda en El País: “El 9-N confirmó que las
relaciones de fuerza indican que ni el soberanismo tiene capacidad para romper
unilateralmente con éxito de España ni el Gobierno español es capaz de
neutralizar al soberanismo catalán”. Y continúa, “Quitarse de encima a un
adversario por inhabilitación judicial constituye la demostración de que hay
algo peor que equivocarse de estrategia: no darse cuenta de que ha fracasado”.
Y ahora desde Australia, Rajoy
declara que va a visitar Cataluña más a menudo para intentar frenar el
independentismo. O sea, que después de tantos años provocando el incendio como
un pirómano convencido, dos semanas después de la “no votación” del 9-N, se
convierte en bombero. ¡Vamos, seguro que convencerá a muchos catalanes!
Sin embargo, está claro que la
situación política en Cataluña y la posibilidad de que pueda separarse de España
no deja a nadie indiferente. También es verdad que un 80% de los catalanes
manifiestan que desean ejercer el derecho a decidir la forma de encajar Cataluña
con el resto de España. Y quieren hacerlo mediante referéndum. Pero ese deseo
de participación activa y directa en los grandes asuntos, no es exclusivo de
los catalanes ni tampoco se debe identificar, sin más y exclusivamente, con la
independencia.
También uno está convencido de
que esta exigencia de los ciudadanos de participar directamente en asuntos
importantes que le afectan, irá creciendo en los próximos años en todo el país
y las consultas populares, tarde o temprano, acabarán siendo tan comunes como
las propias elecciones.
¿Y ahora qué? Pues, aparte del
reforzamiento político de Artur Mas entre los suyos, nada nuevo bajo el sol,
pues el PP continúa en su inmovilismo habitual, escudándose en la fiscalía y en
los tribunales para justificar su carencia de iniciativas e inhibirse de sus
responsabilidades políticas, no tomando decisiones en Cataluña como gobierno de
España.
Por último, expresándonos en términos
futbolísticos concluimos que, a pesar de todas las dificultades previas e
improperios posteriores, el domingo 9-N se dio el resultado siguiente: Cataluña,
1; España, 0.
Y, evidentemente, el partido no
ha terminado.
*Fernando T. Romero es miembro de la Mesa de Roque Aguayro.