El respeto a la Tierra y la búsqueda de
alternativas a las agresiones de las personas a los ecosistemas han estado
presentes desde siempre en la historia de la humanidad. A partir del siglo XIX
este sentimiento se va haciendo más patente a medida que la Revolución
Industrial acelera el proceso de transformaciones perjudiciales para el medio
natural. En la segunda mitad del siglo pasado comienzan a tomar carta de
naturaleza movimientos científicos y sociales que denuncian y proponen acciones
contundentes para frenar ese deterioro acelerado del planeta que pone en riesgo
su supervivencia. El Club de Roma de 1971, la Conferencia de Estocolmo, la
Comisión Brundtland, comisiones, cartas, cumbres, movimientos, etc, nos plantean
una y otra vez un escenario muy preocupante para las próximas décadas de este
siglo XXI.
A pesar de las cantidades ingentes de
dinero que se emplean para negar las afecciones del desarrollismo sin límites
del capitalismo salvaje, comprando universidades, medios de comunicación e
instituciones públicas y hasta estados, lo cierto es que la comunidad científica
internacional cada día es más categórica al denunciar el proceso de deterioro
del globo terráqueo. El IPPC, la NASA, la OMS, la Organización Meteorológica
Mundial y tantos otros organismos señalan en los últimos años que el proceso,
de no atajarse, puede ser irreversible. Desgraciadamente, el último informe de
la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EEUU advierte que estamos
ante uno de los momentos más críticos con respecto al cambio climático. Según
este organismo, los gases de efecto invernadero continúan aumentando; las
temperaturas siguen subiendo; el fenómeno El Niño llega este año muy fuerte y
sus efectos ya se empiezan a notar en distintos lugares del mundo; la
temperatura en la superficie del mar ha sido en la última medición la más alta
de la historia, así como el contenido global del calor en la capa superior de
los océanos; el crecimiento medio del mar sigue progresando al mismo ritmo en
las dos últimas décadas; el Ártico continúa calentándose; la frecuencia de los
ciclones tropicales está en estos momentos por encima de la media planetaria…
Por supuesto, en Canarias no permanecemos
ajenos a estas amenazas. Ya he citado alguna que otra vez al proyecto
Climatique del ITC, que habla de desplazamientos de los alisios hacia el este,
lo que produciría serias transformaciones en el clima de las islas. Pero en
estos días las noticias se han precipitado como nos lo ha recordado Luigi
Cabrini, presidente del Consejo Mundial de Turismo Sostenible, que afirma que “el
impacto del cambio climático es hasta 10 veces mayor en las islas”. Y es que El
Niño, especialmente virulento de este año, nos va a traer más calima y un mayor
calentamiento de las aguas oceánicas. También expertos de la ULPGC han avisado
de que en apenas medio año se han contabilizado en nuestros mares entre diez y
doce especies invasoras de peces. Igualmente el catedrático Fernando Real señala
que la presencia de la toxina marina que causa la ciguatera a través de peces
capturados en aguas canarias podría tener su origen en el efecto invernadero.
Hace unos días, el Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF) publicó un informe
donde se alertaba de que el cambio climático reducirá las costas canarias entre
1 y 2 metros y el Plan Nacional de Lucha contra el Cambio Climático cita a
Canarias y a Galicia, como las regiones españolas que se verán más afectadas
por el calentamiento global.
No son elucubraciones. Se trata de
rigurosas afirmaciones científicas que contrastan con los datos que nos indican
que esta Comunidad incumple con todos sus objetivos para paliar el efecto
invernadero. Y ni siquiera dispone de un observatorio que nos permita hacer un
seguimiento a este fenómeno. Pero es más, a pesar de que reunimos las mejores
condiciones para generar energías limpias y de que estudios científicos y la
propia AIE señalan que se debe renunciar a utilizar un tercio del petróleo y
que la mitad del gas y el 80% del carbón se deben quedar en el subsuelo, el
Gobierno canario sigue apostando demencialmente por el gas.
Como afirmaba recientemente el astrónomo
Rafael Bachiller, “debemos exigir a los gobiernos que, además de las finanzas,
se ocupen de los retos de la humanidad a largo plazo”. Y es preciso combatir y
denunciar a los que se siguen empleando a fondo con cantidades multimillonarias
para negar esta realidad. Para que no se ponga coto a la producción y a las
ganancias sin límites. Hacen falta voces científicas, periodísticas, políticas…
y de otra índole, rigurosas y solventes, que hablen con claridad sobre estos
asuntos. Y hacen falta voces que nos hablen de la espiritualidad ecológica, de
los retos éticos-sociales de la ecología, como plantea el teólogo Leonardo
Boff. Y de referencias morales. De ahí la importancia de la implicación del
Papa Francisco y de su última encíclica (Laudato si) que influye notablemente
en los cristianos del mundo y en millones de ciudadanos no creyentes o
participantes de otras religiones.
En esta encíclica, que nos habla sobre el
cuidado de nuestro Hogar Común, el Papa profundiza en el problema global del
cambio climático con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas,
distributivas y políticas; en la lucha contra las emisiones, reemplazando los
combustibles fósiles por energías renovables; en la relación de la humanidad
con la tierra; en la injusticia ecológica y su impacto en los pobres y
vulnerables creando nuevas formas de esclavitud; en cambiar los hábitos de vida
renunciando al consumismo desaforado; en tomar conciencia y actuar…
Y Francisco se moja. Y acusa a empresas, a
multinacionales y gobiernos del “uso desproporcionado de los recursos”. Toma
partido hasta mancharse. Y va más allá, y unas semanas después convoca una
cumbre de grandes ciudades (Nueva York, París, Madrid, Bogotá…) para pedirles “conciencia
ecológica”. Para demandar una implicación decidida de la ONU en la Cumbre de
París y un acuerdo “fundamental y básico”.
Bergoglio hace una defensa a ultranza de
los movimientos ecologistas y critica duramente la pasividad tradicional de su
Iglesia y a la Iglesia más reaccionaria, de la que ha recibido numerosas críticas
por esta iniciativa. Pero para hacer justicia, no toda la Iglesia Católica ha
actuado siempre de la misma manera, no toda ella ha sido pasiva… El primer
Programa Global de Sostenibilidad tuvo su origen en el Consejo Mundial de
Iglesias que nació de la encíclica Populorum Progressio y planteó que los tres
grandes ejes de la nueva evangelización debían ser la justicia, la paz y la
preservación de la naturaleza. La Cumbre de Río tuvo su origen en la Carta de
la Tierra, elaborada por comunidades cristianas… Juan Pablo II hizo un discurso
en su día sobre la tierra y la ecología, pero pasó desapercibido. También el
Movimiento Católico por el Clima, conformado por religiosos, laicos, teólogos,
científicos y activistas de distintos lugares del mundo, se constituyó hace ya
años por católicos de distintas naciones, continentes y clases sociales,
conscientes de que el cambio climático antropogénico “pone en peligro la creación
de Dios y de todos nosotros, especialmente los pobres”… La ecoteología nos
habla también de eso e insta “a cada hombre a la responsabilidad de conducir al
mundo a la armonía ecológica, conduciendo a los pobres, los seres más vulnerables
de la creación, a la justicia y a la liberación” (José Marcos Castellón). Sin
duda de este movimiento se ha impregnado el Papa Francisco, que ha defendido
que su encíclica no es “verde” sino social, ya que la ecoteología plantea
defender del expolio a la naturaleza y a la gente más desfavorecida. Se trata
de algo muy cercano a la ecología social que defiende la izquierda moderna y
comprometida.
Si hay alguien que haya ahondado en todo
esto es Leonardo Boff. Para este teólogo de la liberación y teólogo de la
ecología, la defensa del medio ambiente es la única respuesta a la crisis que
amenaza al planeta y al sistema de vida. A principios de este siglo, Boff
escribió dos libros fundamentales para entender este tema y yo diría que para
comprender la implicación del Papa Francisco. En “Florecer en el yermo” y “La
voz del arco iris”, Boff nos habla de la espiritualidad ecológica y los retos éticos-sociales
de la ecología frente a la pobreza y la exclusión. Para este cristiano de la
liberación, la crisis ecológica revela la crisis de sentido fundamental de
nuestro sistema de vida, de nuestro modelo de sociedad y desarrollo: “no
podemos seguir apoyándonos en el poder como dominio y en la voracidad
irresponsable de la naturaleza y de las personas”.
Afortunadamente, no solo la Iglesia Católica
se implica en la defensa de valores ecososiales. Ya en 2009, 30 religiones se
reunieron en Inglaterra en la Conferencia Climática Religiosa “Muchos cielos,
una única tierra” y defendieron, como el obispo Desmond Tutu, que “solo tenemos
un mundo. Este mundo. Si lo destruimos ya no tendremos nada”. Y lo volvieron a
hacer en la Declaración de la Cumbre Interreligiosa sobre el Cambio Climático
2014, llamando a acciones concretas para reducir las emisiones de carbono.
Para Jeffrey Sachs, director del instituto
de la Tierra y, se dice, uno de los redactores de la encíclica de Francisco, “la
ciencia puede revelar los peligros medioambientales causados por la humanidad,
la ingeniería puede crear instrumentos para proteger el planeta y la fe y el
razonamiento moral pueden brindar la sabiduría práctica (como habrían dicho
Aristóteles y Tomás de Aquino) para adoptar opciones virtuosas en pro del bien
común”.
Razón y fe, entonces, para preservar el mundo que
nos queda.
*Antonio Morales es Presidente del Cabildo de Gran Canaria. (www.antoniomorales-blog.com)