Jueves, 4 de marzo.
Rosa Santa-Daría*
Llevamos casi un año en el que cuesta encontrar un tema que directa o indirectamente no esté relacionado con la pandemia. Hasta los actos vandálicos que se están produciendo estos días en algunas ciudades españolas se justifican, en alguna medida y por algunas personas, con el control horario, la falta de ocio y de trabajo como consecuencia de la pandemia.
El uso fraudulento de las redes sociales, la saturación de los hospitales, los negocios que han desaparecido, la generación perdida, las vacunas administradas a quienes no tocaban, los políticos incapaces de hacer el trabajo que les toda, la nieve extraordinaria en Madrid y en Texas, las revueltas en distintos países, los movimientos migratorios mal gestionados (...) respaldan el pesimismo que domina al mundo en estos momentos.
¡Qué sería de nosotros sin la literatura, el cine, la música, la cultura en general!
Y entre tanta desgracia, poco se habla del efecto nocivo de la pandemia en las aulas. Afortunadamente, en nuestro país se regresó a los centros educativos en el mes de septiembre. Toda la comunidad educativa hace un gran esfuerzo para contener el virus y ofrecer una enseñanza de calidad. Nuestros hijos, sobrinos, nietos están en las escuelas para poder seguir haciendo nuestro trabajo (quienes somos afortunados y los hemos mantenido).
Estamos en marzo, aún reparando el desastre que trajo la decisión gubernamental del pasado curso de no explicar (teletrabajando) materia nueva en el confinamiento, de evaluar hasta donde se quedó la presencialidad y de pasar de curso a los que se lo merecían, por supuesto, pero ¡tamibén! a los que no. Aún verbalizan algunos estudiantes su deseo de volver a la enseñanza no presencial para conseguir otro curso de regalo como el anterior.
Si nos hicieran caso y aprendiéramos de los errores cometidos en la enseñanza pública (la privada siguió con su programación hasta terminar el curso) no estaríamos hablando de evitar el fracaso escolar en los términos actuales: engañar al sistema con titulados ignorantes. Los políticos saben que es la solución más fácil, la menos costosa y las más engañosa. Pero pronto llegarán a ocupar puestos de trabajo los nuevos profesores, los sanitarios, los albañiles, los reparadores de ascensores, los pilotos de avión, jueces, fontaneros..., todos ellos con un título, pero muchos sin conocimientos. ¿Culpables? ¿Consecuencias?
Si el título académico certifica la aptitud para desempeñar un trabajo y todos queremos buenos profesionales en cualquier ámbito, ¿por qué debemos dar la titulación a quien no sabe nada, con el engañoso objetivo de acabar con el fracaso escolar?
Sospecho que una vez más los poderes públicos defienden los servicios privados y quieren acabar con lo público. Gran error. Solo tenemos que analizar alguna de las experiencias vividas en este último año para darnos cuenta de que la formación es la mejor arma de presente y futuro. La posibilidad de elegir centro debe ir avalada por la calidad de los mismos, en la enseñanza pública la formación es exquisita si nos dejan hacer nuestro trabajo (de la privada no hablo porque no la conozco, pero es sospechosa la cantidad de centros educativos privados que siguen obteniendo licencia en nuestro país). En los centros públicos conviven el alumnado de rentas, ideologías religiones y razas diferentes. Aprenden a respetar al que lleva otro ritmo de adquisición de competencias, al que necesita ayuda social, al que llega a mitad de curso dejando atrás su cultura y a su gente. Este éxito social no se cuantifica, pero merece la pena pararse a pensar en qué sería de nuestro pequeño mundo si en la escuela no se hablara también de ética, del respeto a la naturaleza, de convivencia, de derechos y de deberes. Ahora es más necesaria que nunca la educación pública de calidad por la que todos debemos apostar. Es un éxito escolar ofrecer en un centro público una enseñanza de calidad al alumnado con recursos o sin ellos. Es un fracaso escolar cuantificar los aprobados y promociones como único criterio para figurar en la lista de países con mejor calidad educativa.
Nuestros políticos no quieren verlo. Solo desean colgarse medallas bañadas en oro.
*Rosa Santa-Daría es profesora del IES Joaquín Artiles de Agüimes.