Jueves, 15 de abril.
Fernando T. Romero
El fascismo (1922) y el ascenso nazi fue el fruto de una generación frustrada y de una grave crisis económica (1929). Un líder marginal, considerado histriónico, cuyos discursos no eran tomados en serio, pasó en 1930, de 12 a 107 diputados en el Reichstag (parlamento alemán). Luego, en 1932, lograría 228 diputados. Y seis meses después (enero, 1933), se convirtió en el canciller de Alemania.
La extrema derecha europea actual no es la misma que marchó sobre Roma (Mussolini, 1922) o incendió el Reichstag (febr. 1933), ni el contexto sociopolítico es el mismo; pero pertenece a la misma familia ideológica, la fascista.
En la actualidad, se ha introducido conceptos como “trumpismo” o “nacional-populismo” para blanquear el fascismo, cuando basta con repasar la historia de las entreguerras en Europa para conocer la verdad sin falsos eufemismos.
Recientemente, un partido político (aunque luego lo modificó) inició su precampaña electoral con el lema “Comunismo o Libertad”. No fue nada original, pues ese eslogan ha sido utilizado ya por gran parte de la ultraderecha europea.
Pero como ha escrito el profesor Víctor Alonso Rocafort, resulta que ese lema procede directamente de los discursos hitlerianos, por lo que se deduce que algunos pretenden conducirnos por la pendiente fascista de la Historia (hay quien llama a esto “estar en el lado bueno de la historia”).
Es evidente, que con la actual crisis sanitaria de la Covid-19, existen muchas personas que viven preocupadas por el presente y futuro de sus vidas, ya sea por la grave crisis económica o por el desarrollo de las nuevas tecnologías, que no entienden o les han cogido a contrapié.
Y en esta situación de vulnerabilidad, reciben el iluminado mensaje de ideologías brutales como el fascismo que formulan soluciones fáciles y rápidas a sus problemas. De esta manera, las falsas soluciones encuentran terreno abonado en estas personas, predispuestas a manifestar una especie de venganza personal.
No obstante, tenemos que ser optimistas. El repunte del fascismo en nuestro país y en Europa tiene que servir de revulsivo para ahondar en la democracia. Esta labor tendrá que ser abordada también por los partidos progresistas, abandonando sus modos tradicionales de hacer política, pues la falta de ejemplaridad que proyectan y la desafección que provocan en los ciudadanos, contribuyen también a dar alas al fascismo.
La izquierda tiene que ser consciente de que, desde su propia diversidad, debe trabajar unida en proyectos políticos plurales y eco-sociales hacia una mayor igualdad y justicia social. Por todo ello, ¿se puede ser equidistante y neutral ante el fascismo? ¿Es ético ejercer una oposición firme, pacífica y democrática a esta ideología?