16 de septiembre de 2021

Colaboración: El libro, nuestro sabio y milenario amigo

 Jueves, 16 de septiembre.

Fernando T. Romero*

Cada comienzo de curso académico supone para la sociedad (familias, alumnos, profesores, comercios, centros escolares y lectores en general) una vuelta a la puesta en valor del libro como instrumento o medio para el aprendizaje y el conocimiento. Por eso, éste es uno de los momentos adecuados para recordar su importancia en la historia y en el futuro de la humanidad.
El actual “libro de páginas”, que hoy es el libro por definición, es un gran invento de autor desconocido que ronda los dos mil años de edad. Desde la invención de la escritura, el hombre se preguntó cuál sería el mejor material para conservar las letras: la piedra, la tierra (cerámica), la corteza de un árbol, los juncos, las pieles, la madera, la tela… Los protagonistas de esta primera etapa fueron los rollos de papiro o pergamino y las tablillas rígidas. En Roma, los “códices” eran conjuntos de tablillas atadas.
Durante siglos, los rollos de papiro o pergamino coexistieron con los códices que, incluso, formaron parte de la vida cotidiana en la Edad Media, junto con las copias manuscritas ejecutadas en los monasterios. Luego, vino el invento de la imprenta, de la mano de Johann Gutenberg, a mediados del siglo XV, que facilitó la propagación y difusión del libro y supuso una revolución cultural para la época.
Sin embargo, hoy todo avanza muy deprisa. Las últimas tecnologías lo arrinconan todo. Los plazos de la obsolescencia se acortan cada vez más. El móvil más reciente sustituye al antiguo; nuestros ordenadores nos piden constantemente actualizar programas y aplicaciones. Las nuevas cosas engullen a las precedentes. Si nos despistamos, el mundo nos toma la delantera. Y, por si fuera poco, las redes sociales con su vértigo instantáneo, alimentan estas percepciones a la velocidad del rayo.
Pero, a pesar de esta gran celeridad, los historiadores y los antropólogos nos recuerdan constantemente que, en las aguas profundas de la sociedad, los cambios siempre son lentos.
Como ha escrito Víctor Lapuente Giné, “La sociedad contemporánea padece un claro sesgo futurista. Cuando comparamos algo viejo y algo nuevo (como un libro y una tableta), creemos que lo nuevo tiene más futuro. En realidad, sucede lo contrario. Cuantos más años lleva un objeto o una costumbre entre nosotros, más porvenir tiene. Lo más nuevo, como promedio, perece antes”.
Por ello, algo tan antiguo como el dinero tiene muchas posibilidades de sobrevivir, tanto al cine 3D como a los drones o a los coches eléctricos.  Sin embargo, algunas tendencias actuales que nos parecen incuestionables, como el consumismo compulsivo o las mismas redes sociales, remitirán en algún momento, ya sea por necesidad o por estrangulamiento (= morir de éxito).
No obstante, seguimos siendo seres humanos y sintiendo como tales. Por eso, los sentimientos y las viejas tradiciones nos acompañarán siempre. Por ejemplo, la música, la poesía o la búsqueda espiritual no se irán nunca de nuestro lado. Reflejo de esto, es que, incluso, los habitantes de los países más ricos y avanzados del mundo conservan el amor por su pasado, por los ritos sociales o por sus construcciones y monumentos antiguos.
El libro es tan especial que, si un emperador romano o cualquier persona de la antigüedad pudiera visitarnos con una máquina del tiempo, encontraría muy pocos objetos conocidos. Le asombrarían los ascensores, el router, la nevera, las bombillas, el microondas, los enchufes, la cremallera, las brocas, el secador, etc.
Sin embargo, este visitante de la antigüedad se sentiría cómodo entre los libros. Los reconocería. Sabría sujetarlos, abrirlos, pasar las páginas. Seguiría el surco de las líneas con su dedo índice. Y sentiría alivio, porque algo de su mundo queda entre nosotros. Es evidente que muchos elementos milenarios no han sobrevivido hasta nuestros días. Pero los que nos han llegado, han demostrado que son difíciles de desalojar: la rueda, la silla, la cuchara, el vaso, el martillo, el libro…
Como ha escrito la filóloga Irene Vallejo: “Algo tiene el libro en su diseño básico y en su depurada sencillez, que ya no admite mejoras radicales. Ha superado muchas pruebas, sobre todo la prueba de los siglos, sin que hayamos descubierto ningún artilugio mejor para cumplir su función”.
Por eso, en cualquiera que fuere su formato, real (en papel) o virtual (electrónico) o ambos a la vez, el libro seguirá siendo el soporte esencial para la lectura y el guardián de la escritura y del saber de la humanidad. El libro, ese fiel y milenario amigo, continuará siempre entre nosotros. Es una lección más de la historia.