Domingo, 26 de junio.
Redacción
Fernando Marrero, natural de San Mateo, ha pasado desde muy joven las horas reparando y supervisando la compleja maquinaria de la Central Térmica de Endesa en el Barranco de Tirajana, donde es técnico del área de Instrumentación y Control de este espacio donde se genera la mayor parte de la energía de Gran Canaria.
Hombre polifacético allí donde los haya, cuando abandona las instalaciones de la central se entrega a su gran pasión, la apicultura, que le permite estar en contacto con la naturaleza, que le hace más libre y que le hace sentir apegado a la tierra cada vez que sube al Pozo de Las Nieves, un lugar próximo al Pico de Las Nieves, al que da nombre, y que es el punto más alto de la isla, donde cuida con esmero las cuatro colmenas de su propiedad, ubicadas en un paraje natural, rico en plantas de polinización y lejos de la mirada del hombre.
Comenta con evidente nostalgia que antes del incendio que asoló la cumbre de Gran Canaria, en septiembre de 2017, tenía diez colmenas, pero el fuego mermó notablemente su apiario hasta reducirlas a cuatro.
Hace unas semanas le llegó la noticia que un grupo de compañeros fueron a visitar en Temisas el futuro emplazamiento de la cabina para medir la calidad del aire y que habían salido despavoridos ante la presencia de un enjambre.
Las abejas habían elegido para instalarse el edificio del Observatorio Astronómico de Temisas, donde los ejemplares se habían multiplicado hasta ocupar completamente una cámara entre dos paredes.
"Ningún obrero quería acercarse a trabajar en aquel lugar hasta que quedara limpio de abejas y la situación era complicada. Incluso, un compañero recibió varias picaduras. Entre las medidas a adoptar se planteó la posibilidad de meter maquinaria para romper las dos paredes y dejarlas al aire, pero aquello suponía la muerte inminente de las abejas", explica Fernando Marrero, que se puso a pensar cómo podía rescatar aquel enjambre de abejas negras canarias formado por unos 10.000 ejemplares sin que sufrieran daño alguno.
Fue entonces cuando se le ocurrió la técnica del embudo y se desplazó hasta el Observatorio Astronómico de Temisas, a donde nadie quería acudir por el riesgo a ser picados.
Ataviado con su traje protector de apicultor subió por una escalera hasta colocar un caja adherida a la pared con un embudo que les permitía salir, pero cuando intentaban entrar de nuevo a su antiguo habitáculo se encontraban con el orificio tapiado.
La caja improvisada a modo de colmena tenía unas dimensiones de apenas 40X20 centímetros y en su interior las abejas formaron nuevos paneles.
La operación de rescate duró varias semanas, hasta que Fernando Marrero estuvo seguro que ya no quedaba ni un solo insecto en el interior de la pared, y tras tenerlas concentradas en la caja las 10.000 abejas las trasladó a su apiario en la cumbre grancanaria.
Como buen apicultor, Marrero ya las había identificado como abejas negras canarias, una especie única en peligro de extinción sobre la que hay un plan de protección, conservación y recuperación por parte del Gobierno de Canarias.
La abeja negra canaria, que se distingue por su color oscuro, procede de la abeja africana y ha desarrollado un componente genético que la convierte en una raza única, en una abeja rústica y mansa con gran capacidad de adaptación alas condiciones bioclimáticas de las islas.