19 de noviembre de 2022

Opinión: El derecho a no ser religioso (1 de 5)

 Sábado, 19 de noviembre.

José Armas Barber

Recuerdo que, hasta hace poco tiempo, no ser una persona religiosa en España, en concreto católico, era una pesada losa social. Incluso política. No recuerdo a la iglesia española oponerse a ese “confesionalismo” católico oficial del que tanto presumía el gobierno del generalísimo Franco. El catolicismo era un símbolo del franquismo. Me atrevería a decir que el franquismo también fue símbolo del catolicismo. Por esa razón el catolicismo tenía para muchas personas, entre las que me encuentro, un rostro horroroso, odioso incluso.
La transición a la democracia vino a traer paz no solamente política, sino también en esa especie de juicio a la iglesia católica, con un sentencia parecida a esta: “vamos a vivir juntos y cada uno en su casa”. La tolerancia se abrió paso y terminó la beligerancia. Por fin la iglesia parecía encaminarse al papel que le corresponde. No creo que a nadie se le ocurra plantear la desaparición de la religión en la sociedad. Sería algo inasumible desde el punto de vista de los derechos de las personas a pensar y creer lo que consideren más oportuno. Personas que reivindican ser “no religioso” lucharían contra esa prohibición, como el que firma este escrito, por ejemplo.
Lo que está claro es que hoy día, de lo que se trata es de reivindicar derechos. Sin embargo, sin cuestionar el derecho que tienen las personas a reivindicar, ya que el hecho reivindicativo es un derecho en sí mismo, el contenido de las reivindicaciones sí que es cuestionable. Es decir, lo que se pida o se exija debe ser analizado desde la perspectiva de llegar a acuerdos acerca de, por decirlo así,  qué consideramos bueno y qué consideramos  malo.
Es claro que la naturaleza de cada discurso condiciona en gran medida la capacidad de dialogar. El  que parte de dogmas, normalmente tiene un condicionante mayor en cuanto a la capacidad de establecer diálogos francos y sin posturas inamovibles.
Nuestra sociedad es, más que compleja, complicada. Hasta no hace mucho, todos hablábamos de la sociedad del ocio. Nuestro bienestar era tan grande y el desarrollo de la robótica tan espectacular, que ya buscábamos las alternativas ociosas en las que ocupar nuestro tiempo. Sin embargo, en estos momentos nuestra búsqueda se centra en encontrar trabajo o no perderlo. Hacemos cosas espectaculares. Por ejemplo, nos dedicamos a vivir de la parte de la familia que conserva sus empleos, nos conformamos con sueldos pequeñísimos o con trabajos que no se corresponden con nuestra preparación. El despilfarro de capacitaciones académicas o profesionales es brutal. No es extraño ver a un licenciado en derecho preparándose entusiásticamente para ser funcionario en escalas bajas de la administración. Somos los típicos ricos venidos a menos. O los que se creían más ricos de lo que eran en realidad. O, simplemente, éramos los típicos acomodados que vivían por encima de sus verdaderas posibilidades. Algo que sería muy discutible, pero no en este momento. En cualquier caso, toda nuestra realidad está contextualizada en complejidades asombrosas. Dentro de esta complejidad, el debate social y político no podía ser menos.
Los derechos civiles se han convertido en una prioridad. “Tengo derecho a tal o cual cosa” es una frase que no solo no extraña, sino que se ha convertido en la más usual. Los deberes son reconocidos por algo tremendamente perverso: dar más credibilidad a nuestras reivindicaciones. Esto puede llevar, y de hecho ha llevado a algunas personas a  predicar la necesidad de limitar las libertades individuales. Todorov ya habla de desviaciones del Espíritu de la Ilustración. Las libertades individuales, consagradas en el siglo XXVIII, no pueden derivarse hacia el individualismo exacerbado. Las libertades individuales son, y tienen que seguir siendo, un elemento de  “culto” en la construcción de la sociedad civil. El ataque a las libertades solo puede combatirse desde el afianzamiento de las mismas.
Una de las instituciones que más destacan en el mensaje contra las libertades individuales es la iglesia católica.
En las religiones en general siempre ha habido un miedo brutal a la libertad. Las personas libres tienden a conocer la realidad tal como es, sin necesidad de entes trascendentales que les digan lo que tienen que hacer o pensar. La entelequia dios no es sino una cárcel para el entendimiento y la actividad intelectual. La iglesia pretende ser la transmisora de verdades inmutables, lo que nos lleva a cuestionar, de entrada, el mensaje principal: la existencia de verdades inmutables.
El ser humano actual, heredero de la Ilustración, solo puede ver la vida como una realidad llena de caminos, sin que ninguno se pueda convertir en un fin en sí mismo. Todos los caminos nos llevan a alguna parte. Pararse en cualquiera de ellos nos impide llegar a un sitio que, a su vez, nos llevaría a otro. Cuando el dinero se convierte en un fin y no en un medio, nos arriesgamos a quedarnos en el camino. Cuando el ser humano deja de buscar, si se puede decir así, sentido a la vida de manera autónoma, se queda en mera existencia, y pierde la parte humana de su idiosincrasia. Si el ser humano pierde su autonomía, entonces se está traicionando a sí mismo. Un perro doméstico mira a su dueño como a un dios. Le da de comer, le dice donde puede dormir y le dice lo que debe hacer. Como perro doméstico es perfecto, pero ha dejado de ser lo que era. De lobo a perro doméstico. De lo que era a lo que dios (el amo) ha querido que sea. No deja de ser, simplemente ha dejado de ser lo que era.
En contra de lo que dice la religión, el ser humano nació sin dios. Sin embargo, dios nació parido por el hombre. Si aceptamos esto, entonces se produce una situación muy curiosa: nos sometemos a nuestra invención.
Puede que esa sea, podría decir alguien, la manera de conocer que hemos elegido. Sin embargo, eso no se corresponde con la realidad de nuestros avances en el conocimiento. Podemos, incluso, imaginar lo que Tales de Mileto pensó para llegar a una conclusión como la de que el agua era el principio de todas las cosas.
Nos podemos imaginar a Tales paseando por el campo, mirando con curiosidad todo lo que le rodeaba. Desde una flor hasta la abeja que se alimentaba de ella. Desde una bella mariposa hasta una oruga que se bamboleaba sobre una rama del más frondoso árbol de un pequeño bosque. También observó cómo un toro hacía una exhibición de poderío, que para eso es un toro. Sin embargo, nada de eso le sirvió para llegar a las conclusiones a las que llegó, pasando a la historia del pensamiento por ser un precursor del uso de la razón como medio para explicarse las cosas. Nuestro pensador continuó su camino. Y se topó con una vaca. Esto es lo que pudo suceder:
¡Caramba, hay que ver cuánta agua bebe esa vaca!, dijo un día Tales cuando caminaba por el campo y observó la cantidad de agua que estaba ingiriendo una vaca. Otro día, mientras caminaba nuevamente por el campo, Tales observó que la misma vaca estaba un poco triste, casi ni movía el rabo para espantar las moscas que la molestaban. Dado que Tales era muy perspicaz, observó que la vaca no tomaba agua. No sabía la razón, solo constató ese día y otros posteriores que la vaca no tomaba agua y que cada vez era peor su estado de salud. Al tiempo, Tales constató que la vaca había muerto.
Al volver a su casa, le vino a la mente un rayo en forma de pregunta: ¿será que la vaca ha muerto porque no bebía agua? ¿Será que el agua es totalmente necesaria para la vida de las vacas? Después de varios años, Tales respondió a la pregunta con un sí. Parece una tontería, pero resulta que no se quedó ahí, sino que  constató que en el resto de la naturaleza  no solo era totalmente imprescindible el agua, sino que ésta ocupaba gran parte de la superficie en la que Tales vivía. Como consecuencia de ello, se atrevió a decir: el agua está presente en todo lo que existe, así que el agua es el principio original de todas las cosas. El agua es el principio original de la naturaleza, concluyó Tales, aunque no dijo Eureka.
En principio vamos a obviar si Tales tenía o no razón. Lo que queremos decir es que el ser humano tiene una serie de capacidades a través de las cuales puede generar explicaciones.  Es la capacidad de ser autónomo, de valerse por sí mismo desde el punto de vista intelectual.