8 de junio de 2023

Opinión: Las humanidades en caída libre

 Jueves, 8 de junio.                                                                                                              

Fernando T. Romero

Desde hace algunos años, se percibe que una de las características del sistema educativo es el predominio de criterios utilitaristas. Es evidente que la formación técnica y profesional es una exigencia social cada vez mayor e imprescindible en todos los sectores económicos, ya que la sociedad actual lo exige para su normal funcionamiento.
Sin embargo, es cuestionable que el sistema educativo ponga todo su énfasis en la consecución de trabajadores-herramientas, trabajadores-máquinas o trabajadores-robot, en detrimento del desarrollo de las facultades superiores del ser humano. Es como si el saber se redujera sólo a aquellos aspectos que garantizan un rédito inmediato.
De esta manera, se tiende a minusvalorar o a desterrar, paulatinamente, el objetivo principal de toda educación: la formación integral de la persona. Y para que este objetivo se consiga, es imprescindible la formación humanística. Resulta evidente que las disciplinas que explican nuestra civilización, nuestro contexto cultural y nuestra razón de ser, tienden a ser relegadas como si se tratara de algo antiguo, desfasado o inservible.
No atender adecuadamente el conocimiento de nuestro entorno cultural occidental nos condena a que no sepamos explicarnos a nosotros mismos. Por ejemplo, nos quejamos con frecuencia del deterioro que sufre nuestra lengua, del vocabulario cada vez más limitado con que se expresan las nuevas generaciones, del bajísimo nivel de lectura comprensiva… Pero pocas veces concluimos que tales males tienen su origen en el destierro y arrinconamiento progresivo de las humanidades.
El proceso se inició con las lenguas clásicas, aún siendo conscientes de que el latín y el griego constituyen la llave de nuestro universo moral y espiritual, pues, a través de la cultura clásica, hemos conocido los géneros literarios, los conceptos de persona y de familia, el derecho e incluso el despertar del gusto por la lectura o por el teatro.
Pues bien, tras el destierro de las lenguas clásica, el proceso ha continuado con la filosofía, madre de las humanidades y también de las ciencias, y piedra fundamental que sostiene toda forma de conocimiento. La filosofía permite a la persona explicarse su lugar en el mundo (quienes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos), y reflexionar sobre las realidades metafísicas que dan sentido a la vida y entender las realidades sociales (desde la política a la economía), según criterios morales. Al convertirse la filosofía en una asignatura disminuida o de relleno, el sistema educativo ha dado un paso más para dejar espiritualmente huérfanas a las nuevas generaciones.
Y a continuación, hablemos de la materia de Historia, también difuminada y medio desplazada del sistema educativo. Es evidente que, sin una visión global del pasado, no podemos ser conscientes del tiempo presente, porque el conocimiento del pasado es lo que realmente nos explica el mundo actual. Algunos reinterpretan la historia adulterándola y manipulándola a conveniencia, hasta el punto de convertirla en una excusa para las más aberrantes tergiversaciones del pasado, con el fin de convertir a las nuevas generaciones en activistas de determinadas ideologías políticas.
En resumen, únicamente la persona que es consciente de los fundamentos de su civilización, puede ser dueña del tiempo en que vive. Cuando carecemos o se nos arrebatan esos conocimientos básicos, nos encontramos a la intemperie, sin arraigo y sin identidad, como seres que navegan sin rumbo. Así, aturdidos y desorientados, nos quieren algunos. De la situación actual se puede deducir que se ha optado por crear nuevas generaciones sin identidad y predispuestas a aceptar, sin ningún rubor, cualquier tipo de sociedad inventada o por inventar. Y no digamos nada, si, finalmente, se generaliza sin control la I.A. (=Inteligencia Artificial).
Sin embargo, nada ocurre por puro azar, ya que detrás de este planteamiento educativo sin alma, hay importantes grupos económicos y elitistas con mucho poder que han planificado toda esta situación. Ellos sí que estudian y conocen profundamente las bases de nuestra civilización, pero, de manera torticera nos la niegan, y han decidido que nuestra misión es obedecer; y la de ellos, mandar.
Por eso, nos entretienen en una sociedad de consumo desaforado, nos enganchan a competiciones deportivas sin fin, nos alienan con múltiples plataformas digitales…, y nos utilizan como clínex (usar y tirar). Se trata del neoliberalismo, defensor a ultranza del libre mercado, y de un insaciable capitalismo salvaje que multiplica sus ganancias a costa de un empobrecimiento social progresivo cada vez más generalizado.
Ante este panorama, la transmisión del saber, cuando es verdadero y no obedece a objetivos de manipulación ni dominio, no puede guiarse por criterios solamente utilitaristas. La educación como formación integral de la persona, se consigue desarrollando en equilibrio la formación técnica imprescindible y la también imprescindible formación humanística.
El mundo se convierte en una montaña rusa cuando nos falta la clave esencial para su interpretación, que sólo podemos encontrar con el conocimiento adecuado de las humanidades.