21 de septiembre de 2025

Colaboración: Un prontuario literario teldense

 Domingo, 21 de septiembre.

Victoriano Santana*

Prontuario literario teldense. Así se llamaba una carpeta digital creada en 2002, en el verano que pasé de ser becario de la ULPGC a profesor de secundaria, mientras terminaba de corregir mi tesis doctoral, que registré en otoño de ese año. Consideré entonces que se había cerrado una etapa de mi vida y que era conveniente, antes del comienzo pleno de la siguiente, recopilar en un solo lugar ciertas escrituras que, a mi juicio, por la razón que fuera, se habían ganado el derecho a no ser olvidadas. El nombre del repositorio era también el de la publicación que recogiera todos esos textos. Reconozco que fantaseaba con la idea de un trío editorial. Me seducía que este Prontuario literario teldense formara parte de la misma colección libresca del Ayuntamiento de Telde a la que pertenecen mi cándida, deficiente, pretenciosa y entrañable ópera prima (Cervantófila teldesiana, 1998) y mi edición de Letras a Telde, 1605-2001 (las actas de un ciclo de conferencias homónimo que coordiné durante el año 2001 con motivo del 650 aniversario de la fundación de la ciudad grancanaria y que contó con la participación de destacados especialistas en literatura de nuestra tierra).
En ese momento, sin dejar de tener presente lo que nos advierte Cervantes en el prólogo del segundo Quijote acerca de que una de las mayores tentaciones del demonio «es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer e imprimir un libro con que gane tanta fama como dineros y tantos dineros cuanta fama» —verdad esta que he convertido en divisa personal—, consideré que podía ser una empresa recomendable reunir y publicar ese ramillete de escritos compuesto por una semblanza de tres poetas del lugar y el despliegue vital cronológico de uno de ellos, más algo relacionado con las disertaciones que formaron parte de las celebraciones organizadas por los apuntados seis siglos y medio de existencia, más otro poco que giraba alrededor de la revista Cuadernos de la Ínsula Barataria y, de paso, de un programa de radio que llevaba el nombre del recinto que le tocó gobernar a Sancho Panza (capítulos 45-53 de la ya señalada segunda quijotesca) y que se emitió en Canal Telde desde 1999 hasta 2002, más algún que otro detalle sobre una exposición bibliográfica en la que estuvimos metidos de lleno -como en un buen número de asuntos, todos variados y enriquecedores- mi hermano Juan Miguel Ramírez Benítez y un servidor; más…, no sé, por añadir más cositas a lo expuesto, una serie de anotaciones sueltas dedicadas a la denominación de la Escuela Lírica de Telde, también en torno a la conveniencia de sacar a la luz repertorios onomásticos de teldenses anteriores al siglo XX o, por no hacer más prolija esta enumeración, acerca de ese misterio literario llamado Hilda Zudán, escritora paisana que no era merecedora de más de un par de hojas en el mentado opúsculo y que dos décadas después —quién me lo iba a decir entonces— se ha convertido en la protagonista especial de esto que ahora lees y que me permite estar un rato contigo. 
Como ocurre con tantas iniciativas en las que la inspiración y la oportunidad van de la mano, nunca terminé de concebir la empresa editorial con la conciencia plena de que lo reunido era suficiente para confeccionar un producto que pudiera ofrecer algo novedoso, distinto…, sugestivo, quizás, a lo que ya se mostraba en otros lares. Y sucedió lo inevitable: aparqué el proyecto, lo saqué de mi catálogo de prioridades. Aunque en no pocas ocasiones me planteé su eliminación de mi lista de apetencias, lo cierto es que jamás conseguí desconectarme de esta particular crónica de andanzas personales, que, vista con la debida perspectiva, es en lo que se ha transformado este asunto libresco que nos convoca. La mejor prueba de la existencia de esta conexión —baja durante cuatro lustros, bajísima, pero siempre latente— fue el vigor con el que logró salir de su ostracismo cuando, hace unos meses, semana arriba, semana abajo, rescaté el material y las adiciones que había ido elaborando en estos veinte años sin un propósito claro y que, convertidas en piezas ferrugientas, yacían en el fondo de un rebosado pozo sin saber bien cómo reflotarlas ni si, en realidad, existía interés alguno por mi parte para que emergieran.
Pero llegó 2025 y el “prontuario literario teldense” concebido en el verano de 2001 —animado después de la publicación de Cuadernos de la Ínsula Barataria (Anroart, 2011), alumbrado un pizco tras Articulaciones, 2011-2014 (Mercurio Editorial, 2014) y un tanto espolvoreado en los tres tomos de Soltadas (Mercurio Editorial, 2021-2023)—, comenzó a revivir a finales de la primavera de este año, cuando se me presentó la oportunidad de conocer e intervenir en la edición que Fran Garcerá había preparado en 2022 sobre los textos de la poeta Hilda Zudán, un extraordinario trabajo que, si todo sale como se espera, verá la luz en otoño.
En mi etapa de bachiller y “couísta” en el instituto José Arencibia Gil (1987-1991), tuve cierta noción de la existencia de esta autora. Algo. No mucho. Apenas. Que hubo una escritora así llamada, sabía; y alguna que otra composición suya leí en su momento (¿en la antología de José Quintana de 1970, quizás?) —nada relevante, nada trascendental—. Poco más. En la universidad, la situación no varió. Frente a la luminosidad de Saulo Torón y Fernando González, quienes me acompañaron durante mis años de licenciatura (viajábamos juntos en la 80 de Salcai, atravesábamos el parque de San Telmo, subíamos por Bravo Murillo, girábamos para tomar Tomás Morales, llegábamos al Edificio de Humanidades y, bastantes horas después, regresábamos a casa en feliz compañía), frente a esto, repito, se hallaba la oscuridad de Hilda Zudán (o Mireya Suárez, o María del Jesús Suárez López), que adquiría la forma de ausente presencia, de un estar sin estar, de un inconmensurable enigma que, de un modo u otro, se intentaba vincular, aunque de manera imprecisa, a un movimiento lírico e intelectual teldense anterior a la Guerra Civil española que no terminaba de convencerme.
En 1999, gracias al recopilatorio que preparó Antonio M.ª González Padrón y que publicó el ayuntamiento de la primera ciudad y sede eclesiástica de las islas Afortunadas, los interesados pudimos acceder al conocimiento de lo poco —demostrado— que se había encontrado de ella hasta ese momento. Tanto el repertorio como las palabras previas y la “biografía incompleta” (así titulada por el editor) saciaron momentáneamente una curiosidad que, enseguida, como amiga de la gula que es, quiso más, pues me resultaba incomprensible, se esquivaba a mi entendimiento, ese radical, extraño, desconcertante silencio en el que se envolvió nuestra protagonista sin haber alcanzado aún la treintena (nació el 17 de octubre de 1900), tras cuatro años de indesmayable producción textual periodística (1921-1924) más un islote libresco con aspecto de ensayo sobre la literatura picaresca (1926), y con unos estudios universitarios en Filosofía y Letras que, al parecer, no la sujetaron a su lugar de origen, como ocurrió, por ejemplo, con la menor de sus dos hermanas, la conocida inspectora farmacéutica María del Pino Suárez López. Las dos eran sobrinas de un afamado profesor de Telde muy vinculado con la historia de La Fraternidad, Cesáreo Suárez Sánchez, que no logró, por lo que se ve, dentro del ámbito docente, amarrar a su ciudad natal a la segunda hija de su hermano Sebastián.
Repito: «Pero llegó 2025» y, con el año, una edición de Fran Garcerá presidida, en su preliminar, por una pregunta sumamente significativa acerca de si las escritoras desaparecen o las desaparecen. Fue ahí, en esa doble posibilidad, cuando rescaté lo perdido, desperté lo dormido, avivé lo apagado y comencé a terminar lo dejado a medias; principalmente, ese par de hojas previstas como aditamento a un prontuario que mutó de nombre en cuanto Hilda se apoderó de todas mis atenciones gracias a la permanente aparición de novedades. El casi absoluto vacío con el que arranqué a principios de siglo (aliviado en parte por los breves apuntes del cronista oficial de Telde) iba alterándose de un modo constante. Con cada hallazgo, la misma letanía: «Algo es todo cuando nada hay». Fue así como, al cabo de mi incompleto trabajo (de dos páginas pasé a cincuenta y aún me falta…), alcancé la convicción de que la mujer tricéfala que había ocupado mis días y mis noches durante no pocas semanas debía ser quien orientara el nuevo título. Así nació Hilda, Mireya… María; y, entre los paréntesis de «(y otros ___ teldesianos)», se ubicaron los restos de aquella travesía editorial que ahora, por fin, más de dos décadas después, ya puedo dar por acabada: «Tres poetas teldenses: Saulo, Montiano y Fernando», «Para una historia teldense de la literatura canaria», «Perenne San Gregorio», «Librorum prima civitas et sedes», «35 años de un instante: C.P. León y Castillo, 1987-2022», «Cuadernos de la Ínsula Barataria» y «Telde… palabras en el tiempo».
*Victoriano Santana es Doctor en Filología Española, profesor de Secundaria, escritor y editor.