Antonio Morales*
Mucho se ha escrito en los últimos días, sobre la reunión de hace unas semanas del G-20 y de la repercusión que este encuentro ha tenido para la economía del planeta en estos momentos de angustia. Existía la necesidad de dar un golpe de efecto que tranquilizara a los ciudadanos y, a su vez, garantizara la continuidad de unos gobiernos y unos partidos y líderes mundiales, sostenedores del sistema y cada vez más cuestionados; se trataba, a todas luces, de escenificar un poder político, que es sin duda inexistente, por ser cada día más cautivo de un régimen ultraliberal que ha ido tejiendo una urdimbre de corrupción económica y social sin ningún tipo de límites y que nos ha situado, desde la especulación sin techo, a los pies de la mayor crisis de los últimos siglos.
Siguiendo la estela de los ricos del G-7, que con toda la caradura del mundo se congregaron en febrero en Roma para restregarnos por la cara que se comprometían "a evitar medidas proteccionistas que sólo exacerbarían la recesión" y demandar que para salvar la crisis era "imprescindible respetar el libre mercado y el libre comercio", después de solicitar la paralización de la obligación de cumplir con los mandatos de Kioto para la preservación del Medio ambiente, el G-20 se reúne en Londres con un pretendido toque de mayor legitimidad por haber invitado a algunos países emergentes, sin importarles que todo ello se haga puenteando a la ONU, sin duda, el lugar desde el que, con la participación de todos, de los ricos pero también de los pobres, se debería poner en marcha una política real de transformación socioeconómica planetaria.
¡Qué impresentables los señores del G-7 ó G-8 y el G-20 tratando de legitimar un club que actúa al margen de los demás países para defender lo indefendible!
Pura comedia, con apariencia de superproducción cinematográfica, que vuelve a comprometer el dinero público, en cantidades desorbitadas, para salvar una situación creada por una ingeniería financiera depredadora y salvaje.
Desde los medios de masa, altavoces cómplices en muchas ocasiones de este paripé, se nos ha intentado vender que se han adoptado medidas importantes de fiscalización y regulación de los mercados, cuando en realidad, la mayor parte de ellos ya figuraban en el papel, sin que se cumplieran en ningún momento, como es el caso de la directiva europea de 2005 de control de los paraísos fiscales.
Se trata de vendernos una especie de capitalismo con conciencia, que vuelve a la senda del liberalismo, huyendo de los ultra y los neo devastadores, hablándonos del freno a los paraísos fiscales, sin ningún sustento legal que les apoye, pero desde el convencimiento de que sólo la inyección de dinero público (un billón de dólares) y sólo, desde el endeudamiento de los estados, con el dinero de todos, se devolverá la "normalidad" a un sistema que hace aguas. Sin apenas darnos cuenta, se está produciendo una socialización de los pufos de la que tardaremos en recuperarnos, al meternos en un déficit público gravísimo.
Frente a un mundo gobernado y dirigido por tecnócratas sin ideología (¿dónde está la diferencia entre Sarcozy y Zapatero en el marco del sistema económico que padecemos?), el G-20 vuelve a poner en manos del Fondo Monetario Internacional (FMI) el control del dinero destinado a salvarnos de la hecatombe, ¡lo pone, curiosamente, en manos de quien ha provocado la situación, de quien ha sido incapaz de reconducirla! No deja de sorprenderme sobremanera que Rodrigo Rato, precisamente él, ex Director del FMI, en su encuentro con la sociedad grancanaria en la Cámara de Comercio, se preguntara ante todos cómo nadie fue capaz de darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Mientras, en España, y desde el Gobierno, se hacen llamadas una y otra vez, la última la de la ministra Salgado tras su toma de posesión, pidiendo a los bancos que ayuden "con prontitud" a familias y Pymes. Bulla, nada más.
Mienten, por tanto, los que intentan transmitirnos que estamos ante un cambio de sistema económico. Es absolutamente imposible que, sin ningún tipo de vigilancia sobre el movimiento de los capitales, ni sobre la influencia que éstos ejercen sobre los gobiernos, podamos pensar que un nuevo sistema está naciendo de esta crisis. Nada más falso. Estamos salvando, con dinero público, a una élite mundial a la que se le fue la mano y utiliza a sus títeres para hacernos tragar el anzuelo de que todo va a ser distinto. Salvo que cuando hablen de refundación del capitalismo, se estén refiriendo realmente a un nuevo sistema que garantice la distribución equitativa de los recursos; que elimine las hambrunas que asolan a este planeta, fruto de los desequilibrios y desigualdades; que cese la explotación y el sometimiento, por las armas o la corrupción, de los países pobres; que acabe con la violación indiscriminada de los derechos humanos; que democratice el marco de relaciones entre los países del mundo; que garantice un sistema de igualdad y solidaridad planetaria; que proteja el Medio Ambiente y luche realmente contra el cambio climático; que haga que la energía, el agua y las materias primas sean un bien común público y democrático y no un instrumento de intervención y especulación de unos pocos; que ponga freno a las guerras inducidas para propiciar el control de los recursos y reforzar posiciones geoestratégicas; que equilibre y socialice el comercio mundial; que garantice el trabajo para casi cincuenta millones de personas que hoy no lo tienen; en definitiva, que luche por modificar los datos del último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que recoge Joaquín Estefanía en su libro "La Mano Invisible", donde se confirma cómo el capital de las 225 personas más ricas del mundo, es equivalente a los ingresos ordinarios del 47% más pobre de la población mundial; que las 200 empresas más importantes del mundo controlan el 25% de la actividad económica del planeta, aunque sólo emplean el 0,75% de la mano de obra de la población laboral mundial; que más del 70% de las grandes multinacionales son de Estados Unidos, mientras apenas un 5% de ellas pertenecen a un país en vías de desarrollo; que de los 6.000 millones de habitantes de la Tierra, alrededor de 4.000 millones viven con una renta per cápita inferior a los 1.500 dólares; que 1.300 millones de personas viven con menos de un dólar al día; que 3.000 millones carecen de servicios de saneamiento; que 1.300 millones de ciudadanos todavía no tienen agua potable y que 2.000 millones no tienen electricidad...
Para hacer posible un nuevo sistema económico se hace necesario, por tanto, un sistema de valores distinto, pero me temo que será inalcanzable: estos valores no cotizan en bolsa.
Siguiendo la estela de los ricos del G-7, que con toda la caradura del mundo se congregaron en febrero en Roma para restregarnos por la cara que se comprometían "a evitar medidas proteccionistas que sólo exacerbarían la recesión" y demandar que para salvar la crisis era "imprescindible respetar el libre mercado y el libre comercio", después de solicitar la paralización de la obligación de cumplir con los mandatos de Kioto para la preservación del Medio ambiente, el G-20 se reúne en Londres con un pretendido toque de mayor legitimidad por haber invitado a algunos países emergentes, sin importarles que todo ello se haga puenteando a la ONU, sin duda, el lugar desde el que, con la participación de todos, de los ricos pero también de los pobres, se debería poner en marcha una política real de transformación socioeconómica planetaria.
¡Qué impresentables los señores del G-7 ó G-8 y el G-20 tratando de legitimar un club que actúa al margen de los demás países para defender lo indefendible!
Pura comedia, con apariencia de superproducción cinematográfica, que vuelve a comprometer el dinero público, en cantidades desorbitadas, para salvar una situación creada por una ingeniería financiera depredadora y salvaje.
Desde los medios de masa, altavoces cómplices en muchas ocasiones de este paripé, se nos ha intentado vender que se han adoptado medidas importantes de fiscalización y regulación de los mercados, cuando en realidad, la mayor parte de ellos ya figuraban en el papel, sin que se cumplieran en ningún momento, como es el caso de la directiva europea de 2005 de control de los paraísos fiscales.
Se trata de vendernos una especie de capitalismo con conciencia, que vuelve a la senda del liberalismo, huyendo de los ultra y los neo devastadores, hablándonos del freno a los paraísos fiscales, sin ningún sustento legal que les apoye, pero desde el convencimiento de que sólo la inyección de dinero público (un billón de dólares) y sólo, desde el endeudamiento de los estados, con el dinero de todos, se devolverá la "normalidad" a un sistema que hace aguas. Sin apenas darnos cuenta, se está produciendo una socialización de los pufos de la que tardaremos en recuperarnos, al meternos en un déficit público gravísimo.
Frente a un mundo gobernado y dirigido por tecnócratas sin ideología (¿dónde está la diferencia entre Sarcozy y Zapatero en el marco del sistema económico que padecemos?), el G-20 vuelve a poner en manos del Fondo Monetario Internacional (FMI) el control del dinero destinado a salvarnos de la hecatombe, ¡lo pone, curiosamente, en manos de quien ha provocado la situación, de quien ha sido incapaz de reconducirla! No deja de sorprenderme sobremanera que Rodrigo Rato, precisamente él, ex Director del FMI, en su encuentro con la sociedad grancanaria en la Cámara de Comercio, se preguntara ante todos cómo nadie fue capaz de darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Mientras, en España, y desde el Gobierno, se hacen llamadas una y otra vez, la última la de la ministra Salgado tras su toma de posesión, pidiendo a los bancos que ayuden "con prontitud" a familias y Pymes. Bulla, nada más.
Mienten, por tanto, los que intentan transmitirnos que estamos ante un cambio de sistema económico. Es absolutamente imposible que, sin ningún tipo de vigilancia sobre el movimiento de los capitales, ni sobre la influencia que éstos ejercen sobre los gobiernos, podamos pensar que un nuevo sistema está naciendo de esta crisis. Nada más falso. Estamos salvando, con dinero público, a una élite mundial a la que se le fue la mano y utiliza a sus títeres para hacernos tragar el anzuelo de que todo va a ser distinto. Salvo que cuando hablen de refundación del capitalismo, se estén refiriendo realmente a un nuevo sistema que garantice la distribución equitativa de los recursos; que elimine las hambrunas que asolan a este planeta, fruto de los desequilibrios y desigualdades; que cese la explotación y el sometimiento, por las armas o la corrupción, de los países pobres; que acabe con la violación indiscriminada de los derechos humanos; que democratice el marco de relaciones entre los países del mundo; que garantice un sistema de igualdad y solidaridad planetaria; que proteja el Medio Ambiente y luche realmente contra el cambio climático; que haga que la energía, el agua y las materias primas sean un bien común público y democrático y no un instrumento de intervención y especulación de unos pocos; que ponga freno a las guerras inducidas para propiciar el control de los recursos y reforzar posiciones geoestratégicas; que equilibre y socialice el comercio mundial; que garantice el trabajo para casi cincuenta millones de personas que hoy no lo tienen; en definitiva, que luche por modificar los datos del último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que recoge Joaquín Estefanía en su libro "La Mano Invisible", donde se confirma cómo el capital de las 225 personas más ricas del mundo, es equivalente a los ingresos ordinarios del 47% más pobre de la población mundial; que las 200 empresas más importantes del mundo controlan el 25% de la actividad económica del planeta, aunque sólo emplean el 0,75% de la mano de obra de la población laboral mundial; que más del 70% de las grandes multinacionales son de Estados Unidos, mientras apenas un 5% de ellas pertenecen a un país en vías de desarrollo; que de los 6.000 millones de habitantes de la Tierra, alrededor de 4.000 millones viven con una renta per cápita inferior a los 1.500 dólares; que 1.300 millones de personas viven con menos de un dólar al día; que 3.000 millones carecen de servicios de saneamiento; que 1.300 millones de ciudadanos todavía no tienen agua potable y que 2.000 millones no tienen electricidad...
Para hacer posible un nuevo sistema económico se hace necesario, por tanto, un sistema de valores distinto, pero me temo que será inalcanzable: estos valores no cotizan en bolsa.
*Antonio Morales es Alcalde del Ayuntamiento de Agüimes.