Martes, 18 de diciembre.
Jesús Vega*
Mi vecino Manuel está hecho un lío. Ha escuchado lo de la creación
en España de un “banco malo”. Pero, según ha ido entendiendo, me cuenta,
un banco malo es un banco bueno para todos. Y claro, si el banco malo
es bueno, concluye Manuel, se supone que los otros bancos, los que no
son malos, no serán nada buenos. O sea un lío.
Pero yo no quería escribir de estos bancos, sino más bien del que, a
mi parecer, es el único banco cien por cien bueno. De un banco que
ayuda a quien lo necesita y no cobra comisiones. De una entidad que no
solamente no desahucia a nadie, sino que ayuda a los desahuciados. Un
banco que no busca beneficios, sino beneficiar. Un banco que no presta a
los que tienen propiedades, sino que da a los que carecen de capital. Un
banco que se parece a lo que ocurre en la familia de Verónica.
Verónica es una chica de apenas dieciséis años con varios hermanos
de parecidas edades, además de algún sobrino y una buena cantidad de
primos. Y en su familia, según me cuenta la muchacha, hace ya algún
tiempo que, sin reuniones ni acuerdos previos, empezó a funcionar el
“banco familiar” donde nada debe tirarse. Los libros, la ropa, los
móviles y los juguetes van pasando de uno a otro, porque lo que no
sirve para Juana sirve para la hermana. Y cuando la rebeca de Verónica,
vamos a suponer, le empieza a quedar estrecha, pasa automáticamente al
uso de su hermana menor. Y así mejora la economía familiar y aumentan
valores tan importantes como la unión y la responsabilidad.
Hace unos días, en la Playa del Burrero, Manuel Pérez Hernández nos
contaba la filosofía del Banco de Alimentos, del que él es presidente. Y
en realidad no se diferencia mucho de lo que se hace en la familia de
Verónica. Su objetivo es que ninguna comida en buen estado vaya a la
basura. Que lo que ya no puede venderse, se regale. Que las tiendas o
supermercados tomen conciencia de que, ingresando alimentos en la
“cuenta corriente” de este Banco, van a recibir una gran rentabilidad.
En primer lugar, porque mejorarán la situación de muchísimas personas
que van a poder subsistir gracias a ellos. Y, además, favorecerán el
respeto y equilibrio de la naturaleza. Y recibirán la satisfacción de
colaborar a hacer un mundo mejor. Para los cristianos supone, además,
hacer realidad el deseo de Jesús.
La Provincia publicaba antes de ayer una expresiva foto: empresarios
de Aenaga haciendo entrega de toneladas de alimentos para que Cáritas
los hiciera llegar a las familias más necesitadas. Y en los rostros de
todos se veía cara de satisfacción. Es que hay más alegría en dar que
en recibir, lo dijo el maestro de Nazaret. La alegría de compartir. Lo
he comprobado cuando, en el supermercado de Leo, muy cerca de mi calle,
una señora hacía la compra para su casa y al mismo tiempo hacía otra
compra para Cáritas. Es el gesto que tendría que repetirse en Navidad y
en cualquier fecha del año. Lo mismo que hace el Banco de Alimentos, el
único Banco bueno. Porque ya saben, como en una película del Oeste,
existe el Banco Malo que, como dice Manuel, no es malo. Y el de
Alimentos que es el bueno. Pero también está el Banco feo. El banco feo
es ese que ya todos conocemos. El de siempre. Pero de ese, mejor ni
hablar. El bueno, el feo y el malo. Quedémonos con el bueno, con el
Banco de Alimentos. Con el de Verónica. Con el de Aenaga. Con el de
Cáritas.
*Jesús Vega es párroco de Cruce de Arinaga y Playa de Arinaga.