15 de marzo de 2013

Opinión: "¿Y qué tal un bloqueíto a Arabia Saudí?"

Viernes, 15 de marzo.

Antonio Lozano*
Porque digo yo que si hay bloqueo para Cuba por sus supuestos atentados contra los derechos humanos, algo tendrá que haber también para Arabia Saudí, y ya que estamos, para Qatar y otros vecinos cuyas democracias deben pasarles por ejemplares a los gobiernos de los Estados Unidos y sus aliados, en vista de la pasividad con que reciben las noticias llegadas de su querido Golfo. Cierto es que tuvieron que los príncipes de sus amores el detalle de aplazar la ejecución de siete jóvenes que Dios mandó castigar, no fuera ser que la visita de John Kerry se viera enturbiada por tan inoportuna coincidencia, y que fueron hasta el extremo de conceder al amigo americano, para no empeorar aún más el efecto estético de cara a la opinión internacional, la anulación de la decapitación del jefe del grupo que asaltó unas joyerías cuando aún eran menores, tal como no pudo quedar demostrado en un juicio sin abogado defensor y con confesiones obtenidas bajo tortura. Pero también es cierto que las violaciones de derechos humanos que hacen merecedores a Cuba de un embargo criminal son un juego de chiquillos al lado de las ejecuciones sumarísimas de Arabia Saudí y su vecindad, lapidaciones, cortes de manos, represión de cualquier gesto que huela a derechos humanos, especialmente si quien intenta ejercerlos es una mujer. Según el gobierno de Arabia Saudí, son 13.000 los presos políticos que se pudren en sus cárceles, pero la organización saudí pro derechos civiles ACPRA eleva la cifra a 30.000.
De modo que sí, ¿por qué no un bloqueíto a Arabia Saudí, para ser mínimamente consecuente con los que se aplican a otros países?
La respuesta es tan obvia y huele tanto a petróleo que no vale la pena ni mencionarla. Pero si merece que nos fijemos una vez más en las insultantes contradicciones y en la doble moral con que los asuntos políticos son tratados en el tablero de las relaciones internacionales, ante la mirada impasible de nuestras sociedades civilizadas. Y merece igualmente la cuestión que nos dediquemos a descifrar con más atención los misterios con que los medios de comunicación nos sorprenden a menudo, en consonancia con el discurso de los poderosos del planeta, de quienes son por vía interpuesta sus portavoces: Porque la primera gran mentira del nuevo siglo, que nos hizo creer que la invasión de Irak y su posterior aniquilamiento tenía que ver con su posesión de unas armas de destrucción masiva que nunca fueron halladas, sigue siendo dada por buena, por ejemplo, por la mayoría de la población de los EE.UU. Y porque, por ejemplo también, si la mitad de lo que hace el gobierno de Rajoy con los telediarios de su TVE y las tertulias asfixiantemente monocordes de su RNE se hciera en Venezuela, habría puesto el grito en el cielo, como de hecho ha ocurrido, lo más granado de nuestra prensa nacional.
Lo ocurrido en Arabia Saudí, sin ser en absoluto ninguna novedad, es una nueva ocasión para reflexionar sobre el valor que cierto poder político concede a la palabra. la palabra ha dejado de ser sinónimo de confianza, de valor inviolable, para convertirse en el más poderoso instrumento de manipulación jamás visto. Y así, para los EE.UU, las desviaciones de los países del golfo en materia de derechos humanos tienen que ver con sus particularidades culturales. Tan feliz hallazgo atenuante no es sin embargo aplicado a Hamás, o a los regímenes de Irán, o al talibán afgano, a pesar de su sorprendente parecido con los golfos del Golfo. Hasta que se conviertan en amiguitos, claro...
*Antonio Lozano es escritor y miembro de la Mesa de Roque Aguayro.