Antonio Morales*
"Cuando ya nada se espera personalmente exaltante (...)
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quienes somos (...)"
Gabriel Celaya
No me gusta el escrache. No me parece, como se afirma en algunos foros, el paradigma de la democracia y la participación ciudadana. Lo considero más bien la prueba de una seria anomalía en el funcionamiento de las instituciones. Lo percibo como la constatación del fracaso de la democracia y de los mecanismos necesarios para que la sociedad civil pueda hacer oír su voz, sus propuestos y reivindicaciones más allá del ejercicio del voto cada cuatro años. Lo veo como la dura escenificación de una peligrosa ruptura entre la sociedad civil y la política controlada y pactada por los que han ido articulando en los últimos años un modelo de bipartidismo alejado de la ciudadanía.
No entiendo el escrache como el espacio ideal para garantizar el
cumplimiento de los derechos y las libertades ciudadanistas, pero no se me
ocurre, ni desde lejos, compararlo con las prácticas y los métodos de ETA o su
entorno. Ni se me pasa por la cabeza acusar de utilizar la violencia como arma
a los que lo practican estos días para combatir los desahucios.
No me gusta el escrache y me preocupa muchísimo el
enfrentamiento entre los ciudadanos de a pié y la política, los políticos y las
instituciones, pero entiendo la desesperación, el miedo y la rabia de miles de
familias a las que se atropella su dignidad y sus derechos. No me gusta el
escrache, pero no concibo una comunidad libre sin individuos capaces de plantar
cara a la injusticia. Sin el hombre rebelde de Albert Camus: “¿Qué es un hombre
rebelde? Un hombre que dice no. Pero si se niega, no renuncia: es además un
hombre que dice sí desde su primer movimiento. (…) Es aquel que acepta la vida
sin sucumbir ante sus miserias y sin admitir que su aparente sinsentido deba
conducir a la resignación”.
En los últimos cinco años, más de medio millón de familias,
golpeadas por la crisis y las prácticas abusivas e ilegales de la banca, como
nos ha lanzado a la cara el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, se han
visto obligadas a abandonar sus viviendas ante la más absoluta desprotección
del Estado. Y a una velocidad de vértigo, por cierto, frente a la lentitud de
la Justicia en la mayoría de los procedimientos. Más de cien mil nuevos
lanzamientos se mueven en estos días por los procelosos recovecos de la
burocracia sin que el Parlamento, instrumento del partido y del Gobierno, que
debe defender y amparar a los afectados, asuma una Iniciativa Legislativa
Popular apoyada por más de un millón y medio de firmas. Es más, todo apunta a
que las enmiendas presentadas por el PP están dirigidas a perpetuar la
situación y a profundizar en el apoyo al sistema financiero, porque es más
importante su sostenimiento que el dolor y la exclusión social que provocan de
manera ilegal y abusiva en un sector importante de la población.
No me parece que el escrache sirva para afianzar la democracia,
pero ¿qué salida les queda a unos hombres y mujeres abandonados por la mayoría
parlamentaria que está ahí para representarlos y protegerlos y no lo hace? ¿Es
más democrático lo que está haciendo el Gobierno y el Parlamento? ¿Es más
democrático el incumplimiento electoral del PP, pertrechándose en la mentira,
para permitir la cesión de la soberanía del Estado y el sacrificio de sus
ciudadanos? ¿Es más violento señalar a un diputado que propiciar ajustes y
recortes que han provocado más de seis millones de parados y más de doce
millones de excluidos sociales? ¿Es menos dañino sustentar el sistema en una
corrupción estructural que recorre la espina dorsal del Estado, de arriba abajo
y sin pudor, mientras aumenta la pobreza y la desigualdad social? ¿Ataca más a
las libertades públicas esta manera de movilización ciudadana que el asalto
frontal que se ha perpetrado contra los derechos laborales, los derechos
sociales, los derechos humanos, el Estado de Bienestar, la sanidad, la educación,
los servicios sociales…? ¿Es más perjudicial para la convivencia plural y
pacífica la estrategia de la PAH que haber endeudado al país para sanear a la
banca, mientras sus directivos se embolsaban salarios e indemnizaciones
millonarias, al tiempo que se estafaba con las preferentes a casi un millón de
personas a las que ahora se dejan botadas? ¿Es más onerosa acaso para el Estado
de Derecho una acción cívica que el desmantelamiento del Estado y de lo público
privatizándolo todo o vaciando la administración? ¿Es más legítimo el fraude y
la amnistía fiscal? ¿Quizás lo es el secuestrar el Parlamento, la Justicia, los
órganos de control…?
Las alarmas que nos anuncian el fracaso de la política y la
democracia institucional no dejan de sonar. El PP aguanta a duras penas la
pérdida de votos y el estallido de la corrupción que amenaza con arrastrarlo
hacia el abismo; el PSOE malamente puede con su crisis interna; la jefatura del
Estado no les va a la zaga… Es como si todo estuviera sustentado en una
estrategia calculada de desprestigio de lo público, de vaciarlo todo para
propiciar una democracia al margen de la ciudadanía y al servicio de los
poderes económicos. Al Gobierno lo gobiernan y además se muestra incapaz de
generar respuestas a lo que está pasando: “no hay alternativas”, “es lo que
hay”, “hay que seguir sacrificándose”…
Nos estamos quejando continuamente de la incapacidad de la
sociedad para opinar, para participar y para revelarse. Para romper las
ataduras de la sumisión. Pero cuando surgen movimientos sociales fuertes y
comprometidos, de inmediato se pone en marcha el aparato de las
descalificaciones y las anulaciones. De repente se convierten en los culpables.
Nada más lejos de la realidad. La Democracia, la Constitución y la Política
demandan de la movilización pacífica de la ciudadanía, para recuperar el
Parlamento, los partidos políticos, la independencia del Estado…Como afirma
Todorov, “la salvación no puede partir de fuera, sino de nosotros mismos. La
sociedad debe reagruparse, no hay un dios, amo y señor, que nos salve. Lo que
nos salvará de esto es la toma de conciencia de cada uno. Para ello, el primer
paso tiene que ser la lucidez, saber dónde estamos. El miedo es un mal
consejero. No existe una solución milagrosa, sino la toma de conciencia de toda
la sociedad, de nosotros mismos”. El Gobierno, la oposición, los partidos
políticos acomodados, no pueden cerrar los ojos ante lo que está pasando.
Persistir en seguir instalados en la ceguera, la sordera y la mudez es muy, muy
peligroso. La solución no es la política ni la democracia sin ciudadanos.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes. (www.antoniomorales-blog.com)