Se decía que era el paradigma del
hombre de Estado. Que anteponía la estabilidad de España a los intereses
nacionalistas de su partido. Fue el aliado fiel del PP y del PSOE en las
rotaciones bipartidistas. Los jacobinos lo adoraban. Todavía ahora sale en su
defensa Felipe González afirmando que es un hombre honrado. La realidad parece
demostrarnos que el “honorable” Pujol era una especie de capo que creó un
sistema de “mordidas” en las adjudicaciones de obras en Cataluña para
beneficiar a su partido y a su familia. Y lo sabían los populares y los
socialistas, pero se lo callaban porque les interesaba tenerlo comprado. Habían
escondido todos los informes policiales que denunciaban la trama. Cloacas del
Estado lo llaman. Hoy sale a la luz, quién sabe si es porque interesa “enmierdar”
al proceso separatista, una importante trama de corrupción y complicidades que
vuelve a caer como un mazazo en el sentir colectivo de la ciudadanía de este país.
Se trata de uno de los casos de
corrupción más importantes de Europa, pero, desgraciadamente, solo es un caso más.
En estos momentos existen casi 1.700 causas abiertas en España relacionadas con
la corrupción que implican a partidos, políticos e instituciones. Según
Transparencia Internacional, este país ha descendido diez puestos en la
percepción que tienen los ciudadanos y los expertos. Por delante de Cabo Verde
y por detrás de Brunei. Casi nada.
En las últimas décadas nos hemos
visto sacudidos una y otra vez por escándalos de corrupción ligados, en la
mayoría de las ocasiones, a la financiación irregular de los partidos políticos.
Fundamentalmente de los dos grandes partidos políticos del bipartidismo, aunque
ha salpicado a otras formaciones como CiU, CC, PNV o Unió Mallorquina... Y
hasta a la misma Casa Real. La voracidad de las estructuras mastodónticas de
los partidos, las campañas electorales insaciables y el poder de las élites
para garantizarse prebendas y repartos de plusvalías suculentas, son algunas de
las razones que han provocado que durante todos estos años nos topáramos de
bruces, un día tras otro, con corrupciones institucionalizadas en Cataluña,
Valencia o Andalucía o con los casos Flick, Roldán, Filesa, Campeón, Mercurio,
Malaya, Clotilde, Emarsa, Brugal, Fabra, Andratx, Minuta, Astapa, Caja
Castilla-la Mancha, Palau, Faycán, Emperador, Palma Arena, Baltar, Pokemón,
Itv, ERE, cursos de formación andaluces, Gürtel, Bárcenas, Noos y tantos otros
con nombres y apellidos haciendo pasillos por los tribunales de justicia o
camuflados con amnistías fiscales, puertas giratorias, etc.
De todos los responsables de
estos casos apenas una veintena se encuentran en prisión. Porque no funciona la
Justicia como es debido (dilaciones, obstrucciones, insuficiencia de medios,
intervencionismo partidista…). Porque se utilizan los aparatos del Estado para
frenar su persecución. Porque se legisla para crear pantallas protectoras… Y
van más allá. Ponen en marcha otro tipo de corrupciones incumpliendo los
programas electorales, mintiendo, creando pobreza y marginación para salvar a
los que tienen la sartén por el mango, secuestrando las instituciones,
amnistiando a los defraudadores e indultando a los condenados, cediendo la
soberanía del país a los poderes económicos, modificando la Constitución según
convenga, abriendo abismos sociales y propiciando la desigualdad, destruyendo
la dignidad de las personas, haciendo de la arbitrariedad un dogma, recortando
derechos y libertades, oficializando el miedo, degenerando la democracia y los
valores éticos…
Y a pesar de todo esto el
bipartidismo se encontraba cómodo. Los partidos que lo sustentaban no padecían
más sobresaltos que los producidos por la lucha por la alternancia. Podían
sucederse algunas escaramuzas. Incluso diferencias de planteamientos en
cuestiones sociales. Pero no se percataban de que estaban renunciando cada vez
más a que sus partidos cumplieran su papel de generadores de participación e
implicación ciudadana. Que estaban incumpliendo con sus obligaciones. Se
encerraban en sí mismo y se retroalimentaban de la dependencia de miles de
cargos públicos. No querían enterarse de que la Democracia se debilitaba. Se
mantenían a flote sin mayores esfuerzos: conservaban una claque que les
garantizaba un porcentaje fijo. Solo protestaban unos cuantos “extremistas” y
el resto se abstenía sin demasiado ruido… Podían intuir cierto descontento,
pero no les parecía que hubiera prisa en solucionarlo. Permanecían insensibles.
Les interesaba la exclusión del ciudadano de la política. Ramoneda trae a
colación a Simone Weil para clavarlo: “el único fin de los partidos es su
propio crecimiento sin limitación alguna, lo que significa una rotunda
impostura en la medida en que convierten el instrumento en fin en sí mismo”.
Son los partidos máquinas, como los define Paolo Flores D’Arcais.
Pero llegan las elecciones
europeas y la ciudadanía acude a las urnas pensando que ya está bien. Que hay
que recuperar la Democracia. Que caben otras posibilidades. Que el voto sirve
para cambiar las cosas. Que hay que repudiar la corrupción. Y la desigualdad. Y
la injusticia social. Y vota distinto. Y no paran de decir las encuestas que
esa orientación va a más. Y entonces se asustan. Y cambian al Rey para
blindarse por arriba. Pero no vale de mucho y entonces empiezan a hablar de
regeneración.
No se plantean depurar
responsabilidades. Ni se les pasa por la cabeza que hay que devolver lo robado.
De que se han cometido fraudes generalizados que se tendrían que purgar. Estaría
bueno. Y entonces empiezan a intentar distraer a la ciudadanía de nuevo desde
el engaño. Y aprueban, hace un año, un Plan de Regeneración Democrática que
suena a cuento de los hermanos Grimm. Y hablan de transparencia pero sin que se
concrete en nada y sin que se pongan en marcha los mecanismos y los medios
necesarios para hacerla posible. Y hablan del control de la financiación de
los partidos, pero no fijan límites
a sus fundaciones. Y se sacan de la chistera una semana sí y otra también
propuestas etéreas, inconcretas y pusilánimes. Que si los aforados, que si la
regulación de los “lobbies”, que si el control de los secretos bancarios… Mero
enroque disuasorio. Mucha irresponsabilidad. Más de lo mismo.
El PP se desangra y los sondeos
anuncian que pierde millones de votos. El PSOE se desliza hacia el sumidero por
donde desaparecieron los partidos socialistas de Grecia e Italia. Dice que está
contra el austericidio y va Pedro Sánchez a retratarse con Manuel Valls a
Francia. Ni se les ocurre hablar de recuperar la decencia. De pagar por los
errores y los daños cometidos. De corregir las políticas neoliberales y
neoconservadoras que han llevado a millones de personas a la exclusión social,
porque no tiene sentido una democracia sin equidad e igualdad. De hacer
posible, como plantea Galbraith, que los electores puedan cambiar la política
para que funcione la democracia. Pura regeneración de cartón piedra, como el
maniquí con el que bailaba el protagonista de la canción de Serrat. En lo que
si están poniendo especial interés es en intentar frenar y desprestigiar a los “perroflautas”,
“indignados” y “chavistas” contra los que se desatan unas campañas terribles.
Ya les gustaría una democracia sin ciudadanos.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes. (www.antoniomorales-blog.com)