Antonio Morales*
A medida que pasa el tiempo se
pone de manifiesto de manera más nítida el beneficio que está reportando a las élites
esta crisis global que tiene a la economía como excusa. Seis años después de
precipitarnos a una situación de desdemocracia, miedo y pobreza, la banca
mundial (y, por supuesto, la española) hace cada vez más visible su poder sobre
los gobiernos del mundo. Seis años después de que una burbuja inmobiliaria
irresponsable y sin control y una política de préstamos insensata que
incentivaba el consumo privado endeudando a las clases medias y populares,
propiciara inyecciones de dinero público, inflaciones, crisis alimentarias,
energéticas, crediticias, de materias primas, etc, el sistema financiero pone y
quita gobiernos y decide las políticas públicas, movido puramente por la
codicia y sin ningún tipo de pudor. Campa a sus anchas y abre cada vez más
brechas sociales entre gobernantes y ciudadanía.
La democracia, la justicia
social, el Estado de bienestar son, por supuesto, meras rémoras que no generan
sino molestias y obstáculos para sus prácticas mercantiles. Más allá de la
puesta al día de la norma que limita los riesgos de los bancos americanos y de
la última multa de 12.600 millones de euros a Bank of América por parte del
Gobierno de EEUU, que se suma a otros 85.000 a distintas entidades de ese país
en los últimos años, la banca mundial, amparada en la globalización sin
fronteras, sigue inmersa en la especulación, el control de la energía, los
alimentos, los recursos naturales, los medios de comunicación, los conflictos
geoestratégicos y la venta de armas, los fraudes sin ningún tipo de sanciones o
con suaves multas en algunos pocos casos (preferentes, falseamiento de las
cuentas de Grecia (Goldman Sachs), blanqueos de dinero y narcotráfico (HSBC),
paraísos fiscales, manipulación del Libor…), etc.
Sostienen los más reputados
economistas que a la banca no se le puede dejar caer, que sería el caos, aunque
EEUU no salvó a Lehman Brothers y no pasó nada. Pero aún siendo así resulta
inaceptable que todo el mundo salga de rositas, que nadie pague por sus
irresponsabilidades y que se ponga a los zorros a cuidar el gallinero. Y cuesta
aún mucho más aceptar sumisamente que se rescate a un sistema irresponsable y se
premie a sus directivos mientras se endeuda al Estado, se resquebrajen las políticas
públicas, se empobrezca a la población, se quiebren las instituciones y se deje
al albur del sistema financiero a millones de personas que no pueden pagar sus
hipotecas, sus alquileres, sus alimentos, sus medicinas… La ciudadanía no solo
tiene que soportar las consecuencias de unas prácticas bancarias sustentadas en
la avaricia sino que además tiene que renunciar a los logros sociales y
laborales alcanzados y tiene que aceptar sumisamente el empobrecimiento de una
parte importante de los hombres y mujeres de este país porque “es la culpable
de la situación ya que vivía por encima de sus posibilidades”.
Desde el año 2008 hasta la fecha,
los estados europeos han destinado más de 600.000 millones para rescatar a los
bancos que nos llevaron a esta situación y han colocado en lugares estratégicos
para administrarlos a individuos provenientes de las entidades bancarias
responsables del desaguisado (De Guindos, Draghi…). En España se han empleado más
de cien mil millones para sanear a los bancos y las cajas de ahorros mientras
aumenta la deuda del país en 300 millones cada día. Y al tiempo que la deuda
española ha superado el billón de euros y se acerca peligrosamente al 98,5% del
PIB, lo que significa que ha aumentado en 29 puntos en los últimos tres años
del Gobierno de Rajoy, desde distintos frentes se vuelven a demandar políticas
de ajustes y recortes económicos, sociales, laborales… Y aparece en estos días
de nuevo Draghi, para calmar a las masas, con medidas que todo el mundo recibe
con alharacas. Y no es sino más de lo mismo. Nos vende la moto de que se bajan
los tipos de interés y se trata de solo un ajuste técnico sin incidencia en la
economía real; penaliza los ahorros y pone en marcha activos inyectando dinero,
pero seguirá dependiendo de los bancos el que circule. Y para hacerlo posible
aumenta una décima la penalización a la banca por retener el crédito.
Cosquillitas.
La situación es especialmente
paradójica. Al inicio de la crisis el sistema bancario español estaba
conformado por 45 cajas de ahorro y 15 bancos. Una parte importante entonces
estaba en manos públicas. Se había consolidado a través de las cajas un modelo
cercano, generador de confianza, reflexivo, sólido, implicado con la sociedad a
través de sus obras sociales… Era un patrón de banca pública que no casaba con
un proyecto neoliberal tendente a crear un oligopolio financiero mundial. Había
que acabar con ella. Se les puso en bandeja la ocasión y ejecutaron una
maniobra perfectamente calculada. Y muchos lo advertimos en aquellos momentos.
Al rebufo de la burbuja inmobiliaria en la que entraron al trapo abandonando la
sensatez de siempre; de la irresponsabilidad de los partidos políticos
presentes en sus órganos, que las empezaron a utilizar como un instrumento muy
cómodo para financiarse y para medrar y pagar favores; de la complicidad de los
sindicatos, también faltos de financiación para sostener sus inmensos aparatos
sin afiliados, y de la laxitud de los supervisores públicos (mediatizados por
los partidos políticos) que no supieron o no quisieron controlar la situación,
nuestras cajas entraron en una deriva de precariedad extrema. Y empezaron
entonces con un baile de propuestas que nunca aportaron alternativas sólidas
para conseguir su salvación. Sin que los partidos responsables, los gobiernos
de las comunidades a las que pertenecían, el Banco de España, la Comisión
Nacional del Mercado de Valores, sus directivos (también en su mayoría, cuales
Blesa, al servicio de los partidos de turno) se interesaran por su defensa, las
obligan a fusionarse, a crear bancos filiales y a salir a bolsa, hasta terminar
malvendiéndolas al mejor postor hasta hacerlas desaparecer. Se las podría haber
rescatado, se las podría haber obligado a constituirse en entes regionales, se
las podría haber orientado hacia el modelo alemán, pero nada de eso sucedió, Y
los mismos que las pusieron a los pies de los caballos terminaron entregando,
saneadas con dinero público y a precio de saldo, su capital y su patrimonio
social al sistema bancario. Y, además, se ha consumado el latrocinio con casi
todo el mundo mirando para otro lado. Sin que los organismos de control, los
directivos (que iban abandonando el barco con indemnizaciones millonarias) o los
miembros de los consejos de administración asumieran sus responsabilidades.
Y entonces está sucediendo lo que se
preveía. Según un reportaje publicado en La Vanguardia el pasado 17 de agosto,
firmado por Pablo Allendesalazar, como consecuencia de todo esto los seis
grandes bancos que operan en España controlan en estos momentos el 65% o más
del negocio. CaixaBank, Santander, BBVA, Sabadell, Bankia y Popular han pasado
de tener una cuota de mercado en el crédito del 46% en el 2010 al 67% al cierre
de marzo de este año. En los depósitos, el incremento ha sido del 38% al 65%. Y
nos advierte que la concentración va a ir a más. Que aspiran a copar el mercado
en un 70% en dos o tres años, alcanzando una cuota del 90%. Quedarán entonces
siete u ocho bancos y habrán desaparecido más de medio centenar de entidades y
más de 15.000 sucursales con sus correspondientes trabajadores. Estamos pues a
las puertas de un enorme oligopolio bancario que controlará los créditos a su
antojo para hacer realidad la frase de Mark Twain que decía que un banquero es
un señor que nos presta el paraguas cuando hay sol y nos lo exige cuando
llueve; que controlará la deuda y la financiación de los partidos políticos;
que tendrá en sus manos la deuda del país y las políticas de recortes y
ajustes; que decidirá dónde se invierte y en que sectores; que se hará dueño
del control de las empresas, de la energía, de los transportes, de los medios
de comunicación; que empleará las puertas giratorias de las que tanto saben las
eléctricas, para instalar submarinos en la política y así controlarla mejor…
Menos política entonces, menos instituciones públicas y más poder de la banca.
El neoliberalismo habrá conseguido así reducir el Estado y la democracia a la mínima
expresión. Y adoraremos todos, a partir de ese momento y en mayor medida que
ahora, al oro del becerro.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes. (www.antoniomorales-blog.com)