¡Qué cara es la libertad, querido
Diego! Cuando ya nos creíamos a salvo de los miedos, de todos los miedos, aquí
me tienes, incapaz de escribir dos líneas seguidas sin que me vea obligado a
borrar todo para volver a empezar. No, no es por los de siempre. Ellos no
tienen la culpa. Esos ya saben donde estoy yo y yo se donde están ellos. No hay
necesidad de fingir. Ocupamos nuestro espacio y desde él, a veces disparatando,
otras con dialéctica más humilde, intentamos argumentar, convencer, conseguir
la hegemonía.
¿Qué quieres decirme entonces? ¿A
qué viene tanto rodeo? ¿A qué o a quién temes?
¿Te acuerdas de Aleksandr
Solzhenitsyn y su "Archipiélago Gulag"? ¿Recuerdas las campañas de
desprestigio que tuvo que soportar de los "purísimos" defensores de
la ortodoxia Staliniana, los de dentro y los de fuera, por atreverse a
cuestionar y denunciar lo que se suponían desviaciones e injusticias del
sistema? Calumnias reaccionarias, decíamos. ¿Te acuerdas? ¿Acaso no participamos
nosotros también? Y me da miedo Diego. No quiero que nos vuelva a pasar.
Parece que ha pasado mucho
tiempo, pero en realidad ocurrió ayer. ¡Qué explosión de alegría! Apenas lo podíamos
creer. ¿Sería posible que aún pudiéramos recuperar la esperanza? José Luis San
Pedro y Estéphane Hessel vivían aún. Eran símbolos, referentes. Escuchábamos
sus voces, leíamos sus escritos, sus proclamas. Y les veíamos vivir. Sobre
todo, les veíamos vivir. Y nació el 15M. Y ocupó pacíficamente la Puerta del
Sol de Madrid, el kilómetro cero de España. Un símbolo más. Hasta allí llegaron
en manifestación muchos colectivos, gentes de muchos lugares, universitarios y
trabajadores, hombres y mujeres, personas mayores curtidas en mil batallas y jóvenes,
muchísimos jóvenes, desencantados, hastiados, escépticos, cabreados. Y
acamparon allí. Se sucedían las asambleas, las puestas en común, se proponían
iniciativas, se discutían, se debatían en libertad. Y concluímos que ya estaba
bien, que no aguantábamos más a tanto chorizo, a tanto inútil, a tanto
irresponsable, que no queríamos seguir siendo marionetas de políticos y
banqueros, que el sistema hacía aguas por todas partes, que los pobres eran
cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos y que teníamos que
reinventarnos. Ahora o nunca, nos decíamos. Y pensamos que era posible. Y el
movimiento se extendió por todo el país y por Europa y por el mundo, y llegó a
la Gran Manzana, a las mismas puertas de Wall Street. Otro símbolo. Éste, el de
la corrupción y la especulación planetaria.
Bueno Diego, aquí me tienes de
nuevo, mareando la perdiz, refugiándome en historias placenteras que me
protejan del posible ataque furibundo de los más cercanos, que son los que
realmente hacen daño, y sin atreverme a enfrentar la situación que me preocupa
con serenidad y con libertad. Este es realmente el problema.
Me preocupa lo justo la
descalificación calumniosa y grosera, o la estructurada y sibilina, urdida en
conocidos cenáculos del poder económico, político o mediático. Dominan como
nadie la fuerza de la propaganda (discípulos aventajados de Goebbels). Sabemos
que les horroriza el debate, la dialéctica inteligente y honesta, la
confrontación de las ideas. Cuento con ello. Les conocemos. Siempre se
comportaron así. Así llegan al poder y así lo mantienen. Resulta menos
engorroso. Nuestro afán debiera centrarse en descubrir sus vergüenzas y
exponerlas al escarnio ciudadano. Pero sobre todo, en no imitarles.
Porque, si de lo que se trata es
de regenerar la vida pública y alcanzar una democracia real, participativa y
libre en la que prime sobre todas las cosas el interés general, no podemos engañar
a la gente con discursos y programas a medias. Debemos aceptar el debate y la
crítica ( "el que se considere libre de falta, que tire la primera
piedra"-Juan 8:1-7). No parece muy sensato presentarse ante la gente
exhibiendo una supremacía moral que sólo el tiempo y la prąxis política podrán
certificar. Y sobre todo, no revela buena salud democrática, responder, por sí
o por otros, a la discrepancia o la crítica respetuosa, con desafueros,
calumnias, escarnios o descalificaciones grotescas (eso, dejémoslo a la
caverna), y mucho más incomprensible, cuando los destinatarios son personas de
probada e intachable trayectoria en la lucha por las libertades y la justicia
social. De verdad, chirría. Y chirría aún más, cuando estas actitudes provienen
de movimientos a los que hemos acogido con enorme esperanza.
La democracia no consiste en
depositar nuestro voto en la urna. Nos lo han repetido mil veces y mil veces
nos han mentido. Y así han gobernado.
La democracia es participación
ciudadana. La democracia se ejercita mediante el voto individual, pensado,
ponderado, estudiado, libre, plenamente humano. Y para eso se necesita la confrontación
de las ideas, de los programas. Se necesita información. Toda la información.
Necesito saber que quieren hacer con mi ciudad, con mi país y que quieren hacer
con mi vida. Tenemos derecho a ello.
Y si el destinatario de sus
proclamas y sus discursos es el pueblo, dejen de mirarse con tanto narcisismo
el propio ombligo, abandonen de una puñetera vez el "y tu más", y no
se presenten ante nosotros como los únicos puros, decentes y sin mácula. Déjennos
la evaluación a la ciudadanía. Que no somos tontos.
Nota.- Conscientemente he evitado
citar con sus siglas a ninguna formación política. Creo que no será difícil
situarlas en el tablero de mi humilde reflexión. Que cada cual extraiga sus
conclusiones. Eso sí, es sólo la opinión respetuosa de un ciudadano libre.
*Antonio Cerpa estudió Sociología, fue sacerdote en Temisas y, actualmente, reside en Madrid.