23 de marzo de 2016

Colaboración: Todos los grancanarios somos Guanarteme

Miércoles, 23 de marzo.

Faneque Hernández*
He seguido con mucha atención la publicación de diversos artículos relativos al desentrañamiento de la ubicación de los restos de Tenesor Semidán, rey indígena de la isla de Canaria que fue bautizado en Córdoba en el verano de 1482 con el nombre de Fernando Guadarteme, que no Guanarteme como muchos se empeñan en decir. Guadarteme o Guadnarteme, que es así como aparece escrito este término en todas las fuentes primarias consultadas, significa "rey" en la antigua lengua canaria y, efectivamente, este personaje lo fue tras su matrimonio con Abenchara Chambeneder, la reina o guayarmina a quien se otorgó la regencia de la isla a la espera de que Arminda, la hija del rey Egonayga y de su esposa real, alcanzara la edad núbil que le permitiera acceder al trono.
En dichos artículos se plantea que los restos de Tenesor podrían ser identificados mediante la comparación de su ADN con el de alguno de sus descendientes de la aristocracia isleña. Por mi parte, reconociendo que soy un lego en la materia, opino que esta no puede ser la vía, pues anticipo a los interesados en el tema que el ADN de don Fernando Guadarteme, de ser hallados sus restos, indicaría que es primo distante (en aproximadamente dieciséis generaciones) de la casi totalidad de los grancanarios de hoy que tienen raíces en la tierra, es decir, aquellos cuyos padres y abuelos han nacido en la isla. 
Hagamos cuentas: Tenesor y Abenchara (Fernando Guadarteme y Juana Hernández después del bautismo) tuvieron dos hijas legítimas bien conocidas que llevaron el apellido Hernández o Fernández como indistintamente se escribía este apellido en aquella época. Sus nombres por orden de edad, fueron: Margarita, nacida en Gáldar, y Catalina, nacida en Córdoba. Margarita, quien estuvo casada con el repoblador extremeño Fernando de Trejo y Carvajal, tuvo al menos seis hijos que llegaron a la edad adulta. Catalina, que estuvo casada con tres maridos (Pedro de Vega, el rey; Adán de Acedo, el mozo, y Blas Rodríguez) tuvo al menos siete hijos que llegaron a la edad adulta. 
Les propongo ahora proseguir la operación desde fines del siglo XV hasta principios del XXI calculando un promedio de cinco hijos por cada hijo que llega a la edad adulta. Así en dieciséis generaciones tendríamos: 1) dos hijas de Tenesor y Abenchara, 2) 10 nietos, 3) 50 bisnietos, 4) 250 tataranietos, 5) 1.250 retataranietos, 6) 6.250 descendientes en 6ª generación, 7) 31.250 en 7ª generación, 8) 156.250 en 8ª generación, 9) 781.250 en 9ª generación, 10) 3.906.250 en décima generación. Y no seguimos adelante porque sería absolutamente disparatada la cifra resultante en nuestros días. Hay que tener en cuenta para despreciar estas cábalas, por muy acertadas matemáticamente que parezcan, que al ser tan marcada la endogamia insular los cruces entre descendientes son continuos, excepto en la primera y quizá la segunda generación, es decir, que una misma persona puede aparecer como ancestro de un grancanario actual en multitud de líneas.
Para anular ese factor de desviación haremos ahora la cuenta con una progresión de tan solo dos hijos por hijo a partir de la tercera generación y hasta la decimosexta. Así tendríamos: 1) dos hijas, 2) 10 nietos, 3) 20 bisnietos, 4) 40 tataranietos 5) 80 descendientes en quinta generación 6) 160 en sexta generación, 7) 320 en séptima, 8) 640 en octava, 9) 1.280 en novena, 10) 2.560 en décima, 11) 5.120 en undécima, 12) 10.240 en duodécima, 13) 20.480 en decimotercera generación, 14) 40.960 en decimocuarta generación, 15) 81.920 en decimoquinta, y 16) 163.840 en la decimosexta generación.
Con este cálculo tan modesto a partir de un bajo factor de progresión para tener en cuenta las dispensas matrimoniales resultaría que uno de cada cinco grancanarios que viven en la actualidad resulta ser descendiente de Tenesor y Abenchara.
El recurso al estudio de los linajes o haplotipos maternos y paternos de alguno de sus descendientes conocidos, como ocurrió en la investigación de los restos del contrahecho Ricardo III de Inglaterra, estimamos que no puede aportar resultados valiosos ya que no conocemos a ningún hijo varón de Fernando Guadarteme, aunque tuvo que tener muchos, habida cuenta de la costumbre vernácula de la hospitalidad de lecho. Tampoco conocemos, para descender por otras líneas, la identidad y lugar de enterramiento de sus ascendientes directos. Así mismo no creemos que el estudio forense pueda aportar elementos de interés pues no tenemos constancia de ninguna deformidad ósea de nuestro ilustre ancestro. El empeño de identificar sus restos en la ermita lagunera están pues, en mi modesta opinión, a la luz de los conocimientos científicos actuales, condenados al fracaso. 
Los aficionados a la genealogía en esta isla tenemos, no obstante, muchas pruebas (consúltese por ejemplo la obra "Una ascensión canaria de cinco siglos") de que la descendencia dejada por Fernando Guadarteme y su esposa Juana Hernández fue muy relevante hasta el punto de que puede alcanzar a la práctica totalidad de los habitantes actuales de la isla de Gran Canaria. Por poner un ejemplo, todavía no me he tropezado con ningún investigador en estas lides genealógicas, bien provenga de clases altas, bien de sencillos labradores como es mi caso, que no encuentre, en un ascenso parejo por todas de las ramas de su drago de familia, algún ancestro masculino o femenino de apellido Vega el cual, documentadamente, paso a paso, habrá de llevarle hasta doña Catalina Hernández Guadarteme y su primer esposo el leonés Pedro de Vega. 
Para resaltar su figura como símbolo del mestizaje de la población canaria, publicaremos en breve con la editorial Cam-PDS una pequeña obra literaria bilingüe (español-inglés) titulada "Réquiem por Catalina" sobre este singular personaje que es ancestro de todos los grancanarios. Se trata de una especie de biografía escénica que describe los avatares de su vida desde su nacimiento a fines de agosto de 1482 en el Alcázar de Córdoba, a donde su madre, preñada de pocos meses, había sido conducida muy malherida después de su apresamiento, hasta su muerte a fines de febrero de 1526 en la villa de Agüimes, abatida por la epidemia de peste que asuela la isla por entonces, epidemia que afectó sobre todo a la población indígena al no disponer los nativos de defensas naturales ante esta enfermedad. 
En alguno de los artículos publicados hemos observado que, lamentablemente, se sigue confundiendo a esta Catalina Hernández, la hija menor de Tenesor y Abenchara, con Catalina de Guzmán, la hija de Egonayga "el guadarteme bueno", la llamada Arminda Masequera, quien estuvo casada, de ahí su apellido, con el capitán de la infantería castellana don Hernando de Guzmán. Sus biografías, a pesar del parentesco entre ellas, distan mucho de tener similitudes como para que se las siga confundiendo. Catalina Hernández murió en Agüimes, como ya se ha dicho, en 1526 estando pobre y necesitada, cuando tenía 43 años de edad, mientras que Catalina de Guzmán falleció en Gáldar en 1535, cuando tenía aproximadamente 65 años de edad, legando a sus hijos sus numerosas posesiones (tierras, aguas, esclavos, solares...) en el norte de la isla, entre ellas, la rica hacienda de Taya.
Terminaremos estas líneas planteando en tono de humor que, de encontrarse en las prospecciones de la ermita lagunera de San Cristóbal restos humanos de fines del siglo XV correspondientes a un varón de aproximadamente 60 años, a la vista de su muy prolija descendencia que se extiende por todos los rincones de esta isla, la única posibilidad de confirmar con certeza la identidad de don Fernando Guadarteme es que este se incorporara de su tumba y presentara personalmente sus credenciales a los exhumadores.
*Faneque Hernández es profesor de Historia y escritor.