26 de mayo de 2016

Opinión: Perspectivas electorales y triste realidad económico-social

Jueves, 26 de mayo.

Fernando T. Romero*
Las fuerzas progresistas españolas han padecido durante casi un siglo una enfermedad endémica: la desunión. Como razones internas podría considerarse a modo de síntesis el atraso socioeconómico del país. Y como razones externas tendríamos que recordar la historia del Moscú de 1921, con las 21 condiciones de Lenin que provocaron la escisión del PSOE, y la del Berlín de 1977, cuando los millones de marcos alemanes de Willy Brandt ahogaron al Partido Socialista Popular (PSP) de Tierno Galván en beneficio del  socialismo representado por el entonces joven Felipe González.
La entrada de una nueva generación en la política se ha convertido en un revulsivo que ha cuestionado el bipartidismo gobernante en los últimos 35 años. No podía ser menos, pues esta generación ha surgido como consecuencia de la indignación popular en torno al movimiento ciudadano del 15M.
Los resultados electorales del 20D ofrecieron la posibilidad de dejar atrás la gestión autoritaria y antisocial del PP y asegurar un cambio institucional de progreso, pero esa oportunidad se perdió. Ha sido clara la responsabilidad del PSOE por no querer romper con la esencia liberal-conservadora de Ciudadanos.
Su objetivo, desde el principio, consistió en doblegar a Pablo Iglesias y a su equipo imponiéndole la exigencia de un apoyo incondicional a la investidura de Pedro Sánchez y a su plan continuista con Albert Rivera. Y si esto no salía, había que promover la división y el desprestigio de Podemos, apoyándose en una gran campaña mediática. Y así ha ocurrido.
Al mismo tiempo, no debemos interpretar su oposición a pactar con el PP como un giro de izquierdas del PSOE para facilitar un gobierno progresista, sino como una táctica obligada para frenar la sangría de desafectos por su izquierda. Y de paso, desactivar a Podemos con sus exigencias de derrotar las políticas neoliberales. En definitiva, el plan socialista consistía en reconocer a Podemos y a sus confluencias sólo como apéndices en una futura gestión de gobierno.
El Partido Socialista mantuvo siempre una actitud ambivalente: permaneció siempre ligado a la derecha con Ciudadanos, a la vez que pregonaba un discurso contra la misma derecha representada por el PP. Y simultáneamente pretendía el apoyo o cuando menos la abstención sin condiciones de Podemos. Uno puede entender que la mayoría de los votantes socialistas prefieran un proceso lento y moderado para mejorar la situación social, pero nunca estarían por un proyecto para consolidar los retrocesos impuestos, es decir, para no cambiar nada.
Había margen para un gobierno de coalición progresista con un programa intermedio compartido entre PSOE-Podemos, pero prevaleció el plan socialista de continuidad y de compromiso con Ciudadanos. Y el pacto se hizo imposible.
La alianza electoral Podemos-Izquierda Unida podría conseguir en junio un resultado que permitiera, ahora sí, un gobierno de progreso con el apoyo del PSOE, aunque los socialistas podrían quedar en una posición de inferioridad respecto a los resultados del 20D.
Barones como Felipe González y otros del partido han maniatado desde el primer momento a Pedro Sánchez. Su futuro consiste en llegar a presidir el próximo Gobierno. Por ello, su situación pende de un hilo. Esto se parece mucho a una encerrona entre compañeros.
Por último, Sánchez ha entrado en una flagrante contradicción. Ha culpado a Iglesias de que por no apoyarlo a él, Rajoy continúa gobernando. Y el propio Sánchez ha hecho en la práctica justamente eso: apoya a Rajoy y al PP para que mantenga su mayoría absoluta en el Senado, al rechazar candidaturas conjuntas con Unidos Podemos para dicha institución. Y mientras tanto, curiosamente, la coalición PSOE-Podemos gobierna sin mayores problemas y  apoyándose mutuamente en varias autonomías, ayuntamientos y en algún cabildo (?).
Es cierto que el actual Senado sirve para muy poco, pero es fundamental, por ejemplo, para aprobar una reforma electoral o cualquier aspecto de la propia Constitución. Actuando así, uno puede concluir que la reforma electoral o la de determinados aspectos de la Constitución, a pesar de lo que dice, debe preocuparle muy poco al PSOE. Seguramente esto se deba a que su dinámica política está en la misma órbita que la del PP: fortalecer el bipartidismo.
En otro orden de cosas y cambiando totalmente de asunto, terminamos comentando que en un estudio reciente publicado por la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas se ha dado a conocer las conclusiones siguientes:
1) La renta per cápita y por hogar al inicio de la segunda década del siglo XXI ha retrocedido a los niveles del siglo pasado.
2) No solo ha caído la renta sino que el reparto de la misma ha empeorado sustancialmente desde el inicio de la crisis con máximos históricos de desigualdades.
3) El aumento sin parar de esta desigualdad unida a la caída importante de los ingresos conlleva que los estratos inferiores de la sociedad han visto disminuir sus niveles de vida de forma drástica.
Y entrando en algún detalle significativo, este informe manifiesta que las personas que se consideraban de clase media bajaron del 60,6% al 52,3%, lo que supone unos tres millones de ciudadanos. Y lo más lacerante es que la población que vive situaciones de pobreza y exclusión social ha aumentado  en doce puntos.
Estos datos significan que tres millones de personas han pasado en los últimos años de la clase media a la baja. Por contra, los ricos de siempre ahora son más ricos que nunca. Pero lo peor es que la tendencia sigue y se ignora cuál será el límite de esta desigualdad planificada por los poderes financieros y ejecutada por sus brazos políticos.
De la clase media se ha dicho siempre que es la que proporciona estabilidad a la sociedad. Es decir, a más clase media, mayor fortaleza y progreso social. Y uno se pregunta, ¿entonces por qué se la están cargando?  Es evidente que nos están llevando hacia una sociedad sin clases medias o lo que es lo mismo a una sociedad más pobre, más desigual, menos protegida y más precaria.
Y encima nuestro ínclito presidente Rajoy, ya en campaña, nos dice que no subirá los impuestos, mientras al mismo tiempo, como ha publicado El País,  envía una carta al presidente de la Comisión Europea prometiéndole más ajustes para el segundo semestre del año. De nuevo, nos vuelve a mentir como lo hizo en la campaña electoral de 2011. Sin embargo, la previsión electoral del PP se mantiene en torno al 30% del apoyo ciudadano (?).
Ante el 26J uno vuelve a insistir en que nuestra reflexión-balance debe seguir siendo sobre los cuatro años negros de Rajoy y del PP: de corrupción, de paro y de recortes bestiales. No hagamos el juego al PP, que desea una campaña basada en el miedo a lo nuevo y centrada solo en los últimos cuatro meses, en los que, por cierto, Rajoy, tan patriota y responsable él, no intentó nada.
A pesar de todo, no olvidemos que las decisiones de los gobiernos condicionan siempre nuestras vidas: salarios, educación, atención a la dependencia, sanidad, pensiones, etc. Por ello, uno concluye que el 26J la ciudadanía debería acudir masivamente a las urnas para bloquear con contundencia la continuidad de las políticas claramente conservadoras y antisociales. ¿O nos resignamos a más de lo mismo?
*Fernando T. Romero es miembro de la Mesa de Roque Aguayro.