Jueves, 25 de noviembre.
Rosa Santa-Daría*
El avión se pone en marcha y la voz del auxiliar recuerda las normas de seguridad aérea y sanitarias. El pasajero frecuente desconecta porque es un mensaje repetido en cada vuelo. Sin embargo, algo rompió la monotonía cuando la azafata cambió el tono para decir: "...y les pedimos que sean amables unos con otros". El mismo mensaje en el vuelo de vuelta. No salgo de mi asombro al interpretar lo que significan esas palabras: hemos dejado de ser amables y ahora somos antipáticos, rudos, groseros.
Es innegable que la pandemia no nos ha hecho mejores personas. Nadie duda de que una parte de la sociedad se ha vuelto tan individualista y egoísta que ni en un avión es capaz de entender que es responsabilidad de cada uno hacerle el vuelo agradable al otro y lo peor es que no les importa. Al aterrizar, cuando todos los pasajeros esperaban su turno para abandonar el avión, una familia numerosa de extranjeros con una lengua parecida a la nuestra y con ojos de interpretar lo que todos iban haciendo, se saltó el protocolo, se levantaron y salieron cuando les dio la gana, sin atender a la buena educación de quienes si fueron amables.
¿A dónde no lleva esta actitud? ¿Por qué? No hay una sola respuesta ni una sola causa, pero es evidente que estamos olvidando la buena educación.
Ya son una especie en extinción quienes dan los buenos días, quienes ceden los asientos, quienes dialogan y escuchan. Cada vez son más los bebés en los carros entretenidos y aislados con un móvil en la mano, los restaurantes en los que las familias no hablan, solo miran al móvil; los teatros están llenos de espectadores a los que les cuesta apagar el teléfono e incluso hacen fotos o vídeos durante la representación sabiendo que no deben. Los adolescentes entran en las redes sociales atrapados por la cantidad ingente de contenidos que les entretiene (no les educan) y les hace evadirse de una realidad a veces insoportable, adolescentes que no juegan ni hablan con el que tienen al lado y se conectan porque quieren parecerse a los más guapos los más populares sin haber aprendido que todo eso es mentira. Los adultos no dan ejemplo, escuchan audios en lugares públicos molestando a los que están a su alrededor, conducen haciendo llamadas o mandando mensajes mientras sus hijos van en el asiento trasero, caminan físicamente con sus hijos pero su mirada está en el teléfono, permiten que estos descarguen cualquier contenido con tal de que estén entretenidos y no les roben ni un minuto de su tiempo, no supervisan lo que sus hijos ven o publican porque eso supone dialogar y dicen no tener tiempo para ello.
Se nos llena la boca culpando a niños y adolescentes cuando son los padres y madres los que no juegan co sus hijos, los que no ponen normas, los que compran el móvil a edades tempranas, los que pagan los datos y las plataformas, los que no asisten a charlas para prevenir los riesgos del acceso a Internet, los que prefieren ignorar cualquier alarma hasta que sus hijos se meten en problemas graves y entonces culpan a la escuela de las consecuencias de su dejadez.
Estos padres y madres irresponsables son los únicos culpables de la mala educación. Y lo peor es que ese mal es hereditario. Quienes han crecido sin normas, tendrán hijos pocos amables.
Afortunadamente, hay muchas familias que dan ejemplos diarios de buena educación, ajenas a esa conducta tóxica. Sigan educando también en la amabilidad, por favor.
*Rosa Santa-Daría es profesora de IES Joaquín Artiles de Agüimes.