19 de noviembre de 2021

Opinión: Una nueva enfermedad

 Viernes, 19 de noviembre.

Fernando T. Romero

En cualquier situación social, ya sea de normalidad o de emergencia colectiva, lo prioritario siempre es garantizar la seguridad y la vida de las personas. Esto ha sido fundamental en todas las sociedades a través de la historia.
No obstante, la incertidumbre ha sido inevitable en el discurrir de las sociedades de todos los tiempos, lo que no ha impedido a los grupos humanos evolucionar buscando una mayor estabilidad que permitiera ciertas dosis de certidumbre y tranquilidad.
Pero una vez garantizada la vida de las personas, las cosas, al menos algunas cosas aparecen como muy importantes para la estabilidad emocional y psicológica de los individuos. Por ejemplo, la erupción volcánica de La Palma ha destruido muchas viviendas y, con ellas, se ha llevado también una parte importante de los recuerdos, fotografías, regalos y otras cosas importantes que daban sentido a la vida de muchas personas.
Por tanto, hemos visto que las cosas, algunas cosas, forman parte de los fundamentos que nos complementan y dan sentido a nuestra vida. Ante esta realidad, resulta paradójico que este mundo nuestro, hecho de cosas que podemos ver, tocar y oler se esté actualmente disolviendo en un mundo volátil de información.
La velocidad de los cambios y la ausencia de periodos estables nos lleva a una sociedad del vértigo que parece más instalada en la mera supervivencia que en la reflexión sobre el sentido y la manera en que vivimos.
Como ha escrito el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han: “En la sociedad actual, estamos cada vez más obsesionados, no con las cosas, sino con informaciones y datos, es decir con 'no-cosas'. Cada vez somos más infómanos. La digitalización nos va a conducir sin remedio a un desempleo masivo. Y este desempleo representará un problema muy serio en el futuro”.
El capitalismo digital explota despiadadamente la inclinación humana por el juego. Las redes sociales incorporan, cada vez, más elementos lúdicos para provocar la adicción en los usuarios.
El smartphone es el artículo de lujo de la dominación digital. No es una cosa, sino el infómata que produce y procesa informaciones. El móvil se ha convertido en un instrumento de dominación. Por eso, lo mantenemos constantemente en la mano o cerca de nosotros. Disfrazado de imperiosa necesidad, lo llevamos permanentemente en nuestras carteras, bolsos o bolsillos. Nos hemos convertido en “movildependientes” o en “movílatras” (adoradores de los móviles).
Por otra parte, a falta de empleo, posiblemente el futuro de la humanidad se base en la renta básica y en los juegos por ordenador. Ambos elementos (renta básica y juegos por ordenador) terminarán convirtiéndose en el moderno “pan y circo”, al que se refería Juvenal al describir a la sociedad romana.
De esta manera, con alimentos gratuitos y juegos atractivos, el sistema nos mantendrá a todos contentos y entretenidos. La dominación total es aquella en la que la gente sólo se dedica a jugar o a contemplar el juego: es el “panem et circenses” de hoy. Es evidente que no podemos parar los cambios ni es deseable hacerlo, pero debemos plantearnos de qué forma debemos vivir estos cambios.
Como también ha escrito el ya mencionado filósofo: “Sólo un régimen represivo provoca la resistencia. Por el contrario, el régimen liberal, que no oprime la libertad, sino que la explota, no se enfrenta a ninguna resistencia. No es opresor, sino seductor. La dominación se hace completa en el momento en que se presenta como la libertad”.
Cuando asistimos a una reconfiguración del mundo tan radical como la actual, debemos gestionar los cambios de la mejor manera posible. Pero lo más importante en este proceso es que el cambio sea justo, que permita la libertad y la igualdad de los seres humanos y que se sustente en la cooperación.
Por tanto, sería bueno que volviésemos al fomento del encuentro y del diálogo físico entre las personas y recuperemos aquellas cosas que realmente nos ayudan a nuestra estabilidad emocional y crecimiento personal. Humanicemos nuestra vida y aprendamos la lección: primero, siempre las personas; luego, las cosas importantes; pero evitemos convertirnos en “movildependientes”. ¿Es ya demasiado tarde?