Domingo, 5 de marzo.
Canarias7
Pandora no tenía nombre cuando el pasado junio dos buceadores vieron su caparazón asomando de una cueva de los fondos submarinos de Arinaga. Pensaron que estaba muerta al acercarse y ver que de su boca salían dos alambres, pero empezó a convulsionar y lograron acercarla a la orilla y llamar al Centro de Recuperación de la Fauna Silvestre del Cabildo.
El veterinario Pascual Calabuig la operó de urgencia en el quirófano de las instalaciones de Tafira, de donde le extrajo el anzuelo de una cuarta de largo que se había tragado y que la estaba matando. En honor a los submarinistas del Centro de Buceo Pandora que la hallaron bautizó a esta tortuga boba con el nombre de la primera mujer según la mitología griega.
En Tafira se recuperó y ganó algo de peso, pero necesitaba nadar para recuperar su musculatura de atleta marina. Calabuig se cansó de esperar la autorización del Ministerio para la Transición Ecológica para su traslado y la llevó, priorizando su bienestar, a las instalaciones del acuario Poema del Mar.
Allí empezó su rehabilitación en una piscina de aclimatación para acabar volviendo a nadar rodeada de rayas, tiburones y meros, entre otras muchas especies, en la gran piscina Deep Sea.
No fue hasta el 6 de octubre cuando regresó al océano en el que se crió. Lo hizo en la playa de Las Canteras, rodeada de curiosos. Sobre el caparazón llevaba el dispositivo de seguimiento vía satélite que, entre otros datos, permite saber su ubicación, la profundidad a la que se mueve y la temperatura del agua que recorre.
El aparato vale 5.000 euros y el alquiler anual del satélite cuesta 6.000 euros que costea la Fundación Loro Parque.
Desde entonces vive otra vez en libertad pero ahora su deriva aporta información a especialistas en Oceanografía, cada vez que sale a la superficie durante el tiempo suficiente, sobre la temperatura del agua a las distintas profundidades por las que se desplaza. Así valida o no in situ las observaciones superficiales de los satélites.
Solo 15 días después de regresar al Atlántico, tras girar primero hacia el norte y margullar después entre Gran Canaria y Fuerteventura, esta tortuga juvenil de 12 a 15 años llegaba, dejándose llevar por las corrientes, a las costas del Sahara.
Allí logró no tropezar dos veces en la misma piedra y siguió navegando sin descanso. Inicialmente el satélite cantó que desde ese litoral parecía regresar a Canarias, pero a los pocos días, a principios de enero, informaba de que retomaba el rumbo hacia el sur.
Al entrar en aguas de Senegal sonaron las alarmas. El satélite cantaba a finales de enero que había girado al noreste y se aproximaba a San Luis, un importante núcleo pesquero. Borja Aguiar, del grupo de investigación OFYGA de la ULPGC, explica que durante dos semanas las señales de localización indicaban que no se sumergía y se temió que hubiera sido capturada. El satélite dictaba que estaba en tierra y que se movía muy rápido.
Calabuig y las fundaciones Puertos de Las Palmas y Loro Parque movieron sus hilos y la búsqueda de una tortuga con una antena adosada corrió por las emisoras de los barcos senegaleses, sin éxito.
No fue hasta el 12 de febrero cuando el satélite la situó otra vez en el océano y 20 días después de emitir los últimos datos de profundidad confirmó que volvía a sumergirse, señala Aguiar, quien detalla que hasta ahora no ha bajado de 120 metros.
Las últimas señales indican que ha girado hacia el oeste para dirigirse a las islas de Cabo Verde, uno de los santuarios de esta especie - Calabuig no descarta que se dirija a América, a alguna de las playas de México o de Florida, donde pudo haber nacido si se trata de un ejemplar de ese continente-, tal vez para convertirse en madre y que otras tortugas boba repitan el ciclo.