Ana Teresa Artiles Romero, al año de su partida
Te fuiste de mi lado, en silencio fue tu despedida. Mi corazón esta sin latido por tan súbita partida. Tu espiritu luchador a la vida se aferraba, más Dios anhelaba tenerte a su lado. En ángel te has convertido, velando por nosotros estás, aguardando que se cumpla la cita de reunirnos para la eternidad. Sin embargo, me parece tan lejos… quisiera ahora poderte abrazar, besar te busco, te llamo pero no te encuentro. Dime…¿cómo me puedo consolar? Tu amor incalculable mis faltas o errores por alto pasó, porque el querer de una madre, ese, no guarda rencor (no tiene comparación).
Sé que en el cielo habitas, al lado de Dios has de estar aguardando pacientemente el día en que nos volvamos a encontrar. Entonces sera para siempre. Nada ni nadie nos podrá separar, no temeré cuando llegue mi momento pues el estar contigo me fortalecerá. Me esforzaré por ganar el cielo para no perderte nunca más. Mientras tanto, guía mis pasos, ilumina mi senda, enséñame el camino y a tus seres queridos. Que tu presencia nos rodee siempre hasta que llegue nuestro destino.
Señor: ¿en dónde se halla la madre que me diste? ¿La que un medio día trágico la tierra abandono? ¿Verdad que con brazos de Amor la recibiste cuando al sentarse a comer, solemnemente triste, como flor que se marchita su frente doblegó? La busco y no la encuentro; la llamo y no responde; la lloro y no sé nunca si escucha mi gemir; a mi dolor no acude, a mi ansiedad se esconde. La busco en mi pensamiento, entre mis recuerdos y es allí dónde tan sólo su dulce imagen me vuelve a sonreir…
Sufrías de día, descansabas de noche, ayudabas en lo que podías en tus últimos cinco meses, después de toda una vida, llena e intensa de trabajo doméstico para que tus seres queridos estuviesen bien atendidos. Tu vida estuvo llena de felicidad y bienestar corporal hasta el fatídico dieciseis de noviembre que vas al Hospital durante un mes. Y desde ahí, en casa de abuela, hasta el dieciseis de abril que llega el desenlace mortal mientras te sentabas a almorzar y con gran felicidad por que llegase la tarde para ver a tu nieto de siete días otra vez. Yo, caminando junto a ti, feliz seguía las palabras y consejos que tus labios me decían, las palabras que con mimo fueron oídas y que extraño después de tu partida. Fue la mujer que pensaba en mi mañana, en mis horas felices del destino, aquella que soñaba a solas, que será de él, sin nunca decir nada. Aquella que de niño me cargó en sus brazos, sufriendo en carne viva mis travesuras, la que me brindó sus besos, sus caricias y abrazos.
En ella pienso hoy, en ella que fue mi amor de madre, mi alegría, la que con su aroma me impregno la vida, dándome aromas para que los expandiera o sonriera, y yo intentando siempre corresponderla cuando sin fe ni esperanza lloramos el bien perdido; cuando es la vida un suspiro, un eterno mal sabor; cuando la risa que asoma a nuestro labio marchito, es el lamento de un infinito dolor. Yo que lo pasé te digo: si tienes una madre todavía, da gracias al señor por quererte tanto, que no todo mortal contar podría, dicha tan grande ni placer tan santo.
Mamá, siempre me pregunto: ¿por qué te fuiste? Joven y en un mes tan señalado como el del alumbramiento de tu hijo-nieto. Me siento orgulloso de todo cuanto me enseñaste, y como me educaste, tantas cosas bellas que nace amarte. Sé aproxima este tu día: el día de las madres. Pasaré a llevarte flores como cada mes y hablar contigo y rezar por ti. Aunque se me rompe el corazón, en las noches tristes miro al cielo te busco entre las estrellas y no te encuentro para agradecerte todo el amor que tu presencia me dio.
Hoy, que al pensar en ti surge el quebranto y contemplo la vida con menos encanto al recordar tu inmaculado cariño, de mis cansados ojos brota el llanto, porque, pensando en ti, me siento niño. Un golpe dí con temblorosa mano sobre tu nicho y nadie respondió… Pensé que no existía mi madre querida; volví a llamar, y del frío del lugar se alzó una voz que dijo: ¡si existe! Las madres nunca mueren… Hijo mío, desde la tumba te vigilo triste… A ti, papá, familia, Mª. Dolores y mi principito.
A partir de ahí digo a viva voz: ¡las madres, nunca mueren!, ¡la madre, es inmortal!,y yo a ti, quisiera verte otra vez.
Tu hijo, José Ángel Santana Artiles (Agüimes)
A partir de ahí digo a viva voz: ¡las madres, nunca mueren!, ¡la madre, es inmortal!,y yo a ti, quisiera verte otra vez.
Tu hijo, José Ángel Santana Artiles (Agüimes)