19 de junio de 2009

Opinión: "Una reflexión por la democracia"

Viernes, 19 de junio.

Antonio Morales*
Desde distintos ámbitos de opinión de la sociedad española se viene insistiendo en los últimos años en señalar la enorme y peligrosa separación que se está produciendo entre la política, los políticos y el común de los ciudadanos. Los resultados de las últimas elecciones al Parlamento europeo son la demostración palmaria de que los partidos políticos, sus representantes y los medios de comunicación, que se retroalimentan, en una especie de pacto tácito de jugar con las cartas marcadas, avanzan por una senda, y las preocupaciones e inquietudes de los hombres y mujeres de este país por otra.
Cada día que pasa, esta democracia, surgida desde la lucha heroica contra una dictadura brutal, profundiza en enormes déficit que cuestionan considerablemente los valores inherentes al sistema y que producen el hastío, la indiferencia y el rechazo de la ciudadanía. La corrupción en los ámbitos del poder, el desgobierno judicial, el funcionamiento antidemocrático de los partidos políticos, las debilidades de los gobiernos de turno frente a los grandes poderes económicos, el control de los poderes del Estado por parte del Ejecutivo, la pasividad de los sindicatos en la defensa de los derechos de los trabajadores,… son algunos de los elementos definitorios de esta situación de cabreo y desidia que se ha adueñado del sentir colectivo.
Frente a una durísima crisis económica, que está propiciando terribles injusticias y desigualdades sociales, los grandes partidos políticos, lejos de perseguir el consenso y el diálogo para alcanzar soluciones y alternativas, nos trasladan cada día una política de enfrentamientos y descalificaciones que sólo intenta conseguir réditos personales y cuotas electorales, al margen de la sagrada obligación de la defensa del interés general.
El pasado proceso electoral a las elecciones europeas, lejos de propiciar espacios para el debate sobre alternativas económicas y sociales a la crisis, desde un lugar que condiciona extraordinariamente nuestro futuro, se convirtió en más de lo mismo. La campaña no fue más allá de un remedo de una escenificación teatral entre dos señores que no eran candidatos pero que precisaban de este juego mediático para mantener sus posiciones en este tablero de ajedrez donde los peones cada vez cuentan menos.
Y sucedió lo que sucedió el domingo, día 07, cuando más de veinte millones de ciudadanos españoles optaron por quedarse en sus casas haciendo dejación expresa de su derecho al voto. Así, apenas un 46% (en Canarias no llegó a un 41%) de los electores españoles se acercaron a las urnas, en una demostración contundente de desprecio a lo que se les ofrece y a lo que está sucediendo en este país, aunque quede muy bien justificarlo con el poco interés que despierta Europa. Así, resultó ganador un partido con apenas un 42% de los votos del 46% participante, es decir con apenas seis millones de votos frente a un total de treinta y cinco millones y medio de teóricos votantes. ¿Puede alguien sentirse orgulloso de haber ganado con sólo el 18 % del total del censo electoral?
Pues bien, a pesar de todo ello y en vez de saltar las alarmas y escuchar el aviso clamoroso de los ciudadanos, el mecanismo de la superficialidad se volvió a activar con toda su virulencia. En vez de una reflexión seria ante lo que está sucediendo, nos encontramos de nuevo con el circo mediático de las descalificaciones, las "victorias contundentes", los "mejores resultados de un partido socialista europeo" y, como clava perfectamente El Roto en El País, ahora a preparar las siguientes elecciones. Quizás por eso ya empiezan a hablar de cuestiones de confianza o mociones de censura.
No he escuchado a ningún dirigente realizar un análisis, y menos una autocrítica, sobre su parte de culpa en el pasotismo ciudadano frente a Europa y las urnas, en una deriva peligrosa hacia el desapego de lo público. Se ha pasado como de puntillas sobre el apoyo contundente de una parte del electorado a los políticos salpicados por los casos de corrupción de Madrid o Valencia o Canarias; es más, el propio presidente del PP en Castellón, Carlos Fabra, se atreve a afirmar que a la gente no le preocupa que él o Camps sean culpables y, efectivamente, debe ser así para una gran parte de sus incondicionales, algo a lo que no somos ajenos también aquí por estos predios. No se ha valorado en su justa dimensión la peligrosa y visible arribada, desde Holanda, Austria o Finlandia, de la extrema derecha al Parlamento europeo, algo que se repite cada vez que este continente atraviesa por situaciones de crisis como la que vivimos y que han provocado dolorosísimas y terribles experiencias…
No he visto a nadie pararse a pensar sobre los resultados del último Barómetro Global de la Corrupción de Transparencia Internacional que señala que, para los ciudadanos españoles, los partidos políticos son la institución más corrupta, con un grado de 3,6 en una escala entre 1 y 5. En este contexto, ¿no está justificada la abstención?
Estamos a tiempo. No puede ser que veinte millones de ciudadanos se escondan en su casa despotricando de la democracia y sus instituciones y dejen los espacios democráticos para los que alientan y alimentan prácticas políticas alienantes y desmovilizadoras, instrumentalizadas desde los círculos opacos del poder económico. Es preciso insistir en los valores democráticos que garanticen la independencia del Estado y sus poderes, en la presencia activa de la sociedad en la búsqueda de alternativas a un sistema obsoleto y depredador. Vuelvo a insistir en ello, no podemos seguir alimentando el jueguito de la lucha de los partidos para alcanzar el poder por el poder. Se trata de algo mucho más serio. Nos estamos jugando mucho.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.