Sábado, 27 de junio.
Fernando T. Romero*
Hace un año, tras los resultados de las elecciones europeas, solo se hablaba de la sorpresa de los resultados, de las buenas expectativas electorales de Podemos y de la previsible dificultad de la supervivencia del bipartidismo en este país.
Como es sabido, las élites económicas no se resignaron y pronto lanzaron a la plaza pública de todo el territorio patrio a una formación conservadora y neoliberal afín a sus intereses, pero que hasta entonces había desarrollado su actividad política exclusivamente en Cataluña.
Ciudadanos se convertía, así, en partido instrumental y garantía para que el declive del PP y del PSOE no produjera un vacío de poder a las élites económicas. Después de las recientes elecciones locales y autonómicas, Ciudadanos ha cumplido fielmente con su doble papel al servicio de esas élites y al sostenimiento del bipartidismo político.
Resulta evidente que las elecciones parlamentarias del próximo mes de noviembre han condicionado los acuerdos poselectorales en todas las formaciones políticas, siendo el PP el que se ha llevado en términos generales la peor parte, pues ha quedado aislado, contando con el único apoyo de Ciudadanos donde éste ha sido posible.
El PSOE en su estrategia de pactos ha optado por recuperar poder territorial, firmando acuerdos con formaciones de izquierdas. Y ha congelado u ocultado estratégicamente, la “gran coalición” tan defendida por Felipe González, José Bono, Alfonso Guerra y otros prebostes socialistas.
Por su parte, Ciudadanos se ha mostrado fiel a las expectativas de sus patrocinadores, convirtiéndose en la muleta del PP en cuantas instituciones ha podido y sosteniendo al bipartidismo cuando “in extremis” ha sido necesario, como ha ocurrido al facilitar la investidura de la Presidenta socialista de la Junta de Andalucía.
Ha dado su apoyo al PP y, excepcionalmente, al PSOE, pero sin mojarse nunca en responsabilidades de gobierno, apelando hipócrita e interesadamente al pretexto de “su” regeneración democrática. ¿Es ético propiciar gobiernos y luego negarse a asumir la responsabilidad de cogobernar con su aliado al que se ha apoyado? ¿En eso consiste “su” regeneración democrática?
Está claro que Ciudadanos con un discurso retórico y pretendidamente renovador, pero que sólo proclama obviedades de lo que debe ser una democracia, está esperando a las elecciones generales para llevar a cabo su verdadero objetivo: primero, sostener al PP; y en segundo lugar (o plan B), salvar el bipartidismo.
En lo que se refiere al otro partido emergente, Podemos ha jugado sus cartas beneficiándose del apoyo del PSOE y viceversa, y empujando a los socialistas a recuperar su tradicional discurso socialdemócrata en las instituciones locales. Y a diferencia de Ciudadanos, ha sido coherente, mojándose y asumiendo responsabilidades de gobierno.
Sin embargo, esos pactos PSOE-Podemos han provocado un fuerte ataque de celos en el PP, que ha acusado a su socio bipartidista de preferir a la izquierda “radical antisistema”.
Al escuchar semejante descalificación uno se pregunta: ¿quién ha utilizado su mayoría absoluta para precarizar el trabajo, acrecentar la pobreza y la desigualdad, castigar a la clase media, hacer pagar al pueblo la dureza de la crisis y, por el contrario, proteger a las clases más poderosas económicamente?
Consecuentemente, uno concluye que por sus hechos, si hay o ha habido alguna formación “radical y antisistema” en este país, ésta ha sido el PP, por haber acabado con el precario estado de bienestar que había en este país. Tiene merecido el resultado electoral y harían bien en aprenderse la lección, en lugar de amenazar con el desastre a quienes, desengañados, le retiraron su apoyo.
Pero no nos engañemos, los principios programáticos del bipartidismo siguen ahí. Por ejemplo, la resistencia a la reforma de la Constitución, la negativa a cambiar el sistema electoral general o a suprimir los aforamientos, así como el mantenimiento de la reforma exprés del artículo 135 (con las graves consecuencias que ello ha tenido para la ciudadanía), el mantenimiento del actual Concordato o la incuestionable negativa de ambas formaciones al mínimo cuestionamiento del actual sistema monárquico, entre otros grandes asuntos, continúan siendo ejes comunes e inamovibles de su política.
Por tanto, a pesar de los pactos locales y autonómicos, todo sigue igual. Por eso, una vez más, a uno le parece un juego de niños las hipócritas y teatrales descalificaciones mutuas de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez por los pactos en las instituciones locales, pues éstos sólo constituyen las migajas del verdadero poder, ya que sólo persiguen entretener a los ciudadanos más despolitizados representando un aparente enfrentamiento.
Por todo ello, no seamos incautos, pues aunque los pactos pueden aparentar el comienzo de un cambio político, lo cierto es que la estructura de poder del Estado sigue intacta. Por muy significativos e importantes que resultan los cambios en ayuntamientos como los de Madrid, Barcelona, Valencia y otros (que realmente son muy importantes), la realidad es que solo son “pecata minuta” respecto al poder del Estado.
Y sólo los resultados de las elecciones de noviembre serán los que confirmarán o no el verdadero cambio político, por lo que el ruido de los actuales pactos no debe distraernos del verdadero objetivo de la ciudadanía: el cambio en el Gobierno del Estado. O dicho de otra manera: que los árboles de los pactos municipales y autonómicos no nos impidan ver el bosque del necesario y verdadero cambio político todavía pendiente.
A pesar de todo, uno es consciente de que más allá de lo que ocurra tras las elecciones generales, ya hay algo que ha cambiado en este país.
*Fernando T. Romero es miembro de la Mesa de Roque Aguayro.