Sábado, 25 de septiembre.
Antonio Morales*
Está caldeado el ambiente. Ante la anunciada huelga general del próximo día 29, los medios más furibundos de la derecha han desatado una campaña de descrédito descomunal hacia los sindicatos y hacia el paro anunciado. Muchos ciudadanos se sienten defraudados por los vicios del sindicalismo de los últimos años y se niegan a secundar su llamamiento a la movilización. Mucha gente de izquierda plantea con miedo que la participación en la convocatoria es un balón de oxígeno para el PP, lo que le ayudaría a ganar las próximas elecciones. Otros, próximos al PSOE, o no, aducen que la situación nos ha venido dada y que Zapatero no ha podido hacer otra cosa que lo que le obligaban los "mercados" y el neoliberalismo europeo.
Por otra parte, no somos pocos los que valoramos que un fracaso de la huelga dejaría a los pies de los caballos a los sindicatos (imprescindibles en una democracia, a pesar de sus vicios y errores), le daría alas al partido socialista para no caer en la "fatiga reformista" y afianzaría a la derecha en sus posiciones más duras contra los más desprotegidos. No somos pocos, también, los que pensamos que ya está bien que se nos siga metiendo miedo para que permanezcamos callados.
Yo no tengo ningún tipo de dudas sobre la necesidad de apoyar la huelga y manifestar la más rotunda de las oposiciones a que, desde todos los ángulos, se siga minando, como se está haciendo, el Estado de Derecho, las garantías civiles, los logros de los trabajadores y el estado de bienestar. A mi no me vale, en absoluto, la tesis de que el PP lo hubiese hecho peor. Estoy convencido de que no les sería fácil tomar decisiones con una oposición de izquierdas en contra, con los sindicatos en la calle y con una ciudadanía movilizada. No me vale el argumento de que los sindicatos, mejor dicho, lo peor del sindicalismo, va a capitalizar mi huelga. Los sindicatos están en su derecho de convocar un paro general, pero nosotros, ciudadanía, tenemos la obligación de manifestar, de manera autónoma y libre, nuestro posicionamiento frente a los embates de lo peor del capitalismo, en nuestro trabajo o en la calle, pacíficamente, y hay muchísimas fórmulas para hacerlo. No acepto que se me diga que, porque manifieste mi rechazo a lo que hace el PSOE, le esté abriendo paso al PP. Miren, sin una huelga general, los socialistas ya están a diez puntos de los populares; a lo mejor una reflexión acerca de lo que están haciendo, obligados por los resultados del día 29, les ayudaría a cambiar su política, y en consecuencia, la orientación del voto.
Si un gobierno socialdemócrata, por cierto en franco retroceso como todas la socialdemocracias europeas percibidas como cómplices del neoliberalismo por su incapacidad de hacerle frente y dar alternativas, no es capaz de plantar cara a los embates de los mercados, si no es con una huelga general, ¿cómo voy a hacerles saber al Gobierno, a Europa y a los mercados, que no puedo seguir soportando mas recortes de derechos y libertades? ¿Cómo les puedo hacer llegar si no que me revelo ante la congelación de las pensiones; ante el recorte de la inversión pública, que crea más paro, para hacer frente a un déficit que parece ser más peligroso para nosotros que para EEUU, Alemania, etc, que no la recortan; ante la reforma laboral que propicia el despido libre y barato, la precariedad, las subvenciones con dinero público a los despidos, el debilitamiento de la negociación colectiva o la quiebra de la igualdad de oportunidades al poner gran parte de la contratación pública en manos de las ETT; ante la subida del IVA homogénea que perjudica a los que menos tienen…? ¿Cómo les puedo decir que me niego a seguir aceptando que ahora nos digan que quieren también recortar las pensiones, aumentar el periodo de cotizaciones para tener derecho a una pensión en el futuro, a que se nos aumente la edad de la jubilación a los 67 años, a que aceptemos resignados una generación perdida…? ¿Cómo me planto para echarles en cara que nos digan ahora que no van a tocar casi nada a las rentas altas, ni al patrimonio, ni a perseguir el fraude fiscal, cuando antes nos dijeron lo contrario? ¿Cómo les hago ver que no puedo aceptar cómo poco a poco se ceden espacios públicos a la banca, a las eléctricas que ponen los precios que quieren, a que acabemos aceptando que al poder político "no le queda más remedio" que plegarse al económico, a que privaticen las cajas poco a poco? ¿Cómo echarles en cara que no pueden seguir tomando medidas para que vivamos más en precario sólo para que los mercados ganen más? (y si no, miren la alegría de Wall Street ante las explicaciones de Zapatero). Pretendo que sepan que aunque esta vez no estén dispuestos a dar marcha atrás con las normas ya dictadas, a hacer autocrítica, a propiciar un cambio de modelo económico, no quiero que interpreten mi silencio como un cheque en blanco, como una piedra donde afilar en el futuro la tijera que les permita seguir haciendo recortes sociales de profundo calado.
Esto no es asunto sólo de los sindicatos, ni afecta sólo a los sindicatos. Nos jugamos mucho todos. Es asunto de toda la sociedad. Es la hora de la ciudadanía. No podemos seguir siendo, como escribía hace poco Rafael Argullol en el El País, una democracia de avestruces: "todos con la cabeza bajo el ala y, por supuesto, sin mirar nunca de frente". Cornelius Castoriadis ("Detener el crecimiento de la insignificancia"), frente a lo que llama el conformismo generalizado en oposición al ejercicio de sus derechos y sus deberes democráticos cita a Tucídides: "Hay que elegir: descansar o ser libre", y clama: "Ustedes no pueden reposar. No pueden sentarse frente al televisor. Ustedes no son libres cuando están frente al televisor. Ustedes creen que son libres haciendo zapping como imbéciles, ustedes no son libres, es una falsa libertad. Este es el gran problema de la democracia y el individualismo". Es el mismo camino que transita Félix Ovejero ("¿Idiotas o ciudadanos?"): "La democracia liberal nunca ha confiado en los ciudadanos (…) Sencillamente, el absentismo ciudadano forma parte del guión con el que se han diseñado las instituciones (…) Es lo previsto. La apatía o la falta de participación es más que un reto una solución a la exigencia liberal de preservar la libertad negativa (…) Lo malo es que el desinterés por la actividad pública parece traducirse en un empeoramiento de casi todas las sendas, de las condiciones en las que llevar al cabo cualquier plan de vida".
No nos queda otra salida. Cívicamente, pacíficamente, democráticamente: ¡A la calle!, que ya es hora.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.