Domingo, 26 de abril.
Fernando T. Romero*
Política y electoralmente, la sociedad actual viene oscilando ideológicamente entre el neoliberalismo y la socialdemocracia, habiendo triunfado claramente el neoliberalismo en la sociedad europea durante las últimas décadas. Aunque pueda resultar impropio y casi fuera de lugar en estos tiempos de lo inmediato, lo instantáneo y lo superficial, intentaremos una pequeña reflexión, sobre algunos rasgos característicos de cada una de estas ideologías.
La situación actual de crisis económica y social, constituye el éxito más evidente de la aplicación del neoliberalismo económico. El liberalismo, fuente de la que bebe el actual neoliberalismo, manifestaba que la sociedad está formada por individuos, no por estamentos ni por clases, por lo que el interés personal constituye el motor de toda actividad económica. Los diversos intereses individuales se equilibran en el mercado a través de la oferta y la demanda. Y el Estado debe abstenerse de cualquier intervención. Estas ideas fueron desarrolladas en plena revolución industrial por Adam Smith en su “Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” (1776), que se ha convertido en la obra clásica del capitalismo.
Por tanto, el neoliberalismo, coherente con sus principios, defiende que la actividad económica debe basarse exclusivamente en la libre competencia y en el libre mercado, propugnando la reducción de los gastos sociales del Estado (educación, sanidad, subvenciones al desempleo, pensiones, etc.), la eliminación de normativas laborales y medioambientales, así como la privatización de las empresas públicas. En esencia, sólo la lógica del mercado y el beneficio privado deben regir los comportamientos económicos y sociales. Para el neoliberalismo, las necesidades, la desigualdad y la precariedad en la que viven los ciudadanos es responsabilidad de cada individuo.
El más conocido de los economistas neoliberales ha sido Milton Friedman, premio Nobel de Economía en 1976. Las victorias electorales en la década de los 80 de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y de Ronald Reagan en Estados Unidos, supusieron el lanzamiento sin complejos de la práctica económica del neoliberalismo y el retroceso imparable de las políticas socialdemócratas.
Y de esta manera, llegamos al momento actual, en el que la aplicación de los ideales neoliberales ha consolidado una sociedad cada vez más desigual, egoísta e injusta, en la que el rico es cada vez más rico y el pobre es cada vez más pobre; y en donde se desvanece el concepto de la función social del Estado y el valor de la redistribución de la riqueza y de la solidaridad.
Por su parte, la otra ideología central, la socialdemocracia, se inicia a partir de la década de 1890, cuando surge con fuerza dentro de la II Internacional la tendencia del revisionismo marxista, cuyo principal representante fue Eduard Bernstein. Posteriormente, el triunfo de la revolución rusa rompió definitivamente la unidad del movimiento socialista y la opción revisionista se consolidó con el ideario socialdemócrata.
La socialdemocracia es la filosofía política que hace compatible la producción en régimen capitalista con la producción de bienes y servicios en régimen socializado. Y defiende las constituciones democráticas en las que se reconocen los derechos individuales y el sistema parlamentario.
Por otra parte, el origen de la idea del Estado de bienestar se encuentra en las políticas Keynesianas desarrolladas en los años treinta del siglo XX, tras la grave crisis económica de 1929. Su aplicación consiguió construir durante tres décadas, después de la II Guerra Mundial, una de las etapas de mayor progreso económico y estabilidad política de la reciente historia de Europa Occidental.
El denominado Estado de bienestar, protagonizado por los partidos socialdemócratas, corregía las injusticias sociales generadas por el mercado y, respetando las garantías democráticas, anteponía el interés general al particular. En esos gobiernos, la política fiscal era un factor de redistribución de la riqueza y el Estado asumía los servicios básicos como la educación, la sanidad, las pensiones, las subvenciones al desempleo, etc. Además, utilizaba los recursos públicos para crear o sostener sectores económicos considerados estratégicos para el país, como las industrias de base, la energía, los transportes, etc.
Por tanto, el Estado de bienestar representa una concepción política que atribuye al Estado el papel de redistribuidor de los recursos generados por la economía. Esa intervención estatal tiene por objeto garantizar unas mínimas condiciones de vida dignas para todos los ciudadanos, al margen de su origen o estatus económico. Y se opone a las ideas de la derecha conservadora y neoliberal que propugna la máxima liberalización y privatización de los servicios públicos.
Incluso el propio Paul Krugman, estadounidense y Premio Nobel de Economía en 2008, ha reconocido que para salir de la actual crisis económica debemos recuperar los postulados keynesianos: “Es posible que uno de estos años acabemos siguiendo el consejo de Keynes, que sigue siendo tan válido hoy como hace 78 años”.
Sin embargo, en los últimos lustros, el ataque brutal al Estado por parte del neoliberalismo, debilitando la soberanía del Estado y desprestigiando sus instituciones, junto con la moda privatizadora, ha constituido un ataque frontal a la verdadera esencia de la socialdemocracia.
Ante este ataque, los partidos socialdemócratas europeos no han sabido o no han querido defender sus principios y han claudicado al neoliberalismo, encontrándose actualmente en un callejón sin salida, ya que no saben responder a las expectativas de gran parte de su antiguo electorado.
Sin embargo, el descrédito de los partidos denominados “socialdemócratas” no arrastra necesariamente en ese descrédito al concepto de socialdemocracia, cuya validez para solucionar los problemas ciudadanos sigue en plena vigencia.
Lo único que se necesita es que hayan personas y formaciones políticas con la altura moral y el coraje político suficientes para rescatar y volver a aplicar los principios de la socialdemocracia que tanto progreso y estabilidad económica dio a los ciudadanos.
Y si en nuestro país el PSOE, tradicional abanderado “socialdemócrata”, ha renunciado a aplicar sus principios ideológicos en el apartado de la economía, es bueno y saludable que los ciudadanos lo sustituyan por otras formaciones políticas dispuestas a recuperar la praxis integral de la socialdemocracia.
Por todo lo anterior, es evidente que la crisis actual se explica en gran medida por la claudicación de los partidos socialdemócratas europeos a sus principios ideológicos y su acercamiento progresivo al neoliberalismo hasta darse el “abrazo del oso”, que los ha convertido en social-liberales, convirtiéndose ya en una triste caricatura de lo que fueron.
Estas dos ideologías centrales, neoliberalismo y socialdemocracia, se concretan luego, con muchos matices, en una variedad de partidos políticos. Para orientarnos sobre ellos y decidir nuestro voto, informémonos antes sobre su mayor o menor tendencia a desarrollar políticas neoliberales o socialdemócratas. Eso nos ayudará a formarnos nuestro propio criterio para saber ubicarlos y ubicarnos en una tendencia más de derechas o de izquierdas.
Desde luego, todas las formaciones políticas que se presentan son legítimas. Pero sería conveniente que reflexionáramos antes de decidir nuestro voto, pues como hemos podido observar “no todo da igual ni todo es lo mismo”. Finalmente, aunque ahora se trata solo de elecciones locales y autonómicas (y no generales), uno se atrevería a sugerir que no votáramos con el corazón, hagámoslo con la cabeza, pues nos va mucho en ello.
*Fernando T. Romero es miembro de la Mesa de Roque Aguayro.