Martes, 26 de noviembre.
Antonio Morales*
El pasado 10 de noviembre acudimos a votar en las cuartas elecciones generales de los últimos cuatro años y en la segunda ocasión en la que se repetían los comicios por la incapacidad de las formaciones políticas para alcanzar un acuerdo. Era una cita electoral innecesaria e irresponsable fruto de la falta de altura de miras de los partidos que tenían apoyo suficiente para haber conformado una mayoría de gobierno progresista. Pero pudo más el interés partidista y los cálculos electorales que el interés general.
La principal novedad que arrojaron los resultados, además del hundimiento casi sin precedentes de Ciudadanos, fue el espectacular ascenso de la extrema derecha, que ha pasado en apenas dos años de no tener representación a recibir más de 3.600.000 votos, a ser tercera fuerza a nivel estatal y a ser determinante en la formación de gobiernos, aunque afortunadamente y de momento no lo será en el gobierno de España. Quienes han venido siguiendo mis artículos en los últimos años saben que el ascenso de las opciones de extrema derecha en Europa, una tendencia sostenida en las últimas décadas, es una de mis principales preocupaciones, a la que he dedicado más de media docena de escritos.
Los mismos mensajes extremos, aunque actualizados, que sembraron el horror y la muerte en el continente hace 80 años y que sumieron a España en una dictadura criminal hasta hace apenas cuatro décadas, vuelven a tener aceptación social y representan una de las principales amenazas a las democracias. Y lejos de tomarse en serio el riesgo que supone para la convivencia y los derechos humanos el crecimiento de estas organizaciones, las derechas supuestamente democráticas no tienen reparos en blanquearlos gobernando con ellos y copiando parte de su lenguaje y de sus propuestas políticas.
No obstante, no basta solo con denunciar su fomento del odio al diferente y sus ataques contra los derechos de las mujeres, de las personas migrantes o de los que defendemos los derechos culturales e históricos de nacionalidades y territorios como Canarias (Vox amenaza con ilegalizar a los partidos nacionalistas y suprimir la comunidades). Hay que ir más allá e intentar analizar quiénes les votan, por qué motivos y establecer como prioridad democrática el aislamiento político de estos partidos y el combate contra las razones de su ascenso.
En otros países de Europa, especialmente en Francia con el Frente Nacional, la nueva extrema derecha tuvo la capacidad de aumentar su electorado tradicional y crecer a costa del voto obrero de zonas deprimidas por el paro y las malas condiciones de vida que generó, entre otros factores, la deslocalización empresarial y el abandono institucional. Los “perdedores de la globalización”, trabajadores y trabajadoras que se han empobrecido por la marcha de las fábricas a países del sur, han encontrado atractivo el discurso nacional populista que promete el fin de todos los males saliendo de la Unión Europea y frenando la entrada de inmigrantes. No obstante, en España de momento parece que no han logrado penetrar entre el electorado progresista y su crecimiento se debe a otros factores.
Según los datos de la empresa Sociométrica, Vox fue primera fuerza entre los hombres de 18 a 30 años con un 19,4% del voto y segunda entre quienes tienen entre 31 y 45 años con un 18,5 %. Este apoyo triplica al de las mujeres en la misma franja de edad, dado que solo el 6,5% de las que acudieron a votar lo hicieron por los extremistas de derecha. ¿Cómo es posible que jóvenes que se han criado en un país plenamente democrático, disfrutando de educación, sanidad y servicios públicos y en un entorno de tolerancia opten por una fuerza que promueve todo lo contrario? Parece evidente, por lo menos entre los hombres jóvenes, que existe una reacción frente al auge del movimiento feminista, combinada con una temprana socialización digital en foros y redes sociales que propugnan abiertamente el machismo y la misoginia.
El influyente politólogo Ignacio Sánchez Cuenca publicó el pasado 12 de noviembre en el semanario Contexto, un artículo muy esclarecedor sobre las razones del voto a Vox (Noticia electoral sobre Vox para la izquierda). En su reflexión, Sánchez Cuenca, tras analizar varias hipótesis sobre el voto ultraderechista, demostraba que el apoyo es menor en aquellas comunidades autónomas con un menor sentimiento nacional español (en las que hay mayor porcentaje de población que se siente solo de su comunidad o más de su comunidad que de España). Es decir, el agravamiento de la cuestión catalana parece haber resucitado el nacionalismo español agresivo, atávico y excluyente, que no reconoce la pluralidad nacional de España y pretende reprimirla.
La encuesta preelectoral del Centro Investigaciones Sociológicas (CIS) también aportaba datos interesantes sobre el perfil de votante de la formación extremista. Confirmaba que la intención de voto a Vox era más del doble entre los hombres que entre las mujeres, que la media de edad de sus votantes era joven (46 años, siendo la de los votantes de Podemos 44 años, la del PSOE 55 años y la del PP 60), y que el partido es especialmente popular entre militares y miembros de la fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, directores y gerentes y trabajadores agrícolas.
De los datos podemos deducir que el votante medio de Vox es un hombre (reacción antifeminista), joven en términos electorales (probablemente consecuencia de su situación de precariedad), con una fuerte identidad nacional española (reacción anticatalana) y, o bien de ingresos altos (reacción frente a la exigencia cada vez mayor de la redistribución de la riqueza y la lucha contra la desigualdad), comarcas agrícolas en las que prima el sentimiento de que los inmigrantes se quedan con los trabajos y las ayudas o bien de zonas agrícolas y ganaderas del interior (lo cual puede interpretarse como reacción a la situación de “España Vaciada”, como consecuencia de la depauperación de empresarios agrícolas y ganaderos, o porque es en estas zonas en las que el sentimiento de agravio frente a Cataluña es mayor).
Más allá de las particularidades de España, el problema del ascenso de populismos de extrema derecha es global y de una gran gravedad. Trump en EE.UU., Bolsonaro en Brasil, Salvini en Italia, Le Pen en Francia, Orban en Hungría o Abascal en España son todos, con sus diferencias, representantes del ultranacionalismo excluyente. Enfrentan a la sociedad, se alimentan del odio y de la insatisfacción de un porcentaje de personas decepcionadas con unas democracias cada vez más impotentes ante el neoliberalismo, los poderes salvajes y el aumento de las desigualdades. Gobiernan en algunos de los países y regiones más importantes del mundo y amenazan con una era de recortes de derechos y libertades donde los más desfavorecidos van a empeorar su situación.
En su artículo "¿Reinventar las izquierdas?", Boaventura de Sousa Santos, una de las mayores referencias intelectuales de la izquierda decía: “En los últimos cincuenta años, las izquierdas (todas) han contribuido a que la democracia liberal disponga de una cierta credibilidad entre las clases populares y a que los conflictos sociales se puedan resolver en paz. Como a la derecha solo le interesa la democracia en la medida en que sirve a sus intereses, las izquierdas son hoy la garantía de su rescate. ¿Estarán a la altura del reto? ¿Tendrán el coraje de refundar la democracia más allá del liberalismo?”
Estamos en una época en la que los avances democráticos de las últimas décadas empiezan a estar en serio peligro. El apoyo a la democracia es cada vez menor entre las poblaciones de los países desarrollados, generando el contexto adecuado para el auge de los populismos. Parafraseando nuevamente a de Sousa Santos el reto que se nos presenta es el de “democratizar la democracia” abriendo espacios de participación y democracia directa en nuestros sistemas pero también exigiendo invertir la tendencia actual en la que los poderes políticos están subordinados a los poderes económicos y financieros.
Volviendo al caso de España, es evidente, como defendía Sánchez Cuenca en su artículo, que la cuestión nacional se ha instalado en la política española, y que la izquierda, (en especial la izquierda nacionalista, añado yo) tiene que tomarse en serio ese debate y no regalárselo a la derecha. Los nacionalismos progresistas e integradores, que defendemos la soberanía y los derechos económicos y culturales de nuestros pueblos como forma de mejorar la vida de la gente, debemos colaborar y apostar por modelos confederales con capacidad para dar respuesta a la enorme pluralidad de identidades del Estado español. Pero sobre todo nuestra apuesta nacionalista tiene que servir para mejorar la vida de nuestra gente, especialmente quienes tienen menos y evitar la exclusión o el maltrato a Canarias por parte de los poderes centrales.
Debemos también hacer una apuesta por la educación en valores democráticos, puesto que es especialmente preocupante que sean las generaciones nacidas y crecidas en democracia las que más voten a un partido anticonstitucional que pretende destruir nuestro modelo de convivencia. No podemos dar ni un solo paso atrás en las políticas de igualdad entre hombres y mujeres ni en la lucha contra el cambio climático. La emergencia climática y las aportaciones del feminismo son una oportunidad única para repensar nuestro modelo económico y avanzar hacia otros modelos más igualitarios e integradores, que repartan la riqueza de manera más equitativa entre personas y entre regiones, ya que el bienestar y la certidumbre para desarrollar un proyecto de vida son la mejor vacuna contra el extremismo.
Estamos viviendo tiempos difíciles, de riesgos, en los que el viejo sistema capitalista neoliberal está dando síntomas evidentes de agotamiento pero no conseguimos todavía atisbar las alternativas que están por llegar. En medio crecen los monstruos del odio y de la intolerancia cuyas consecuencias, por desgracia, conocemos bien en Europa y en Canarias. Aún no han cicatrizado las heridas de 40 años de dictadura y miles de personas siguen buscando a sus seres queridos asesinados y enterrados en cunetas y fosas comunes. Necesitamos, hoy más que nunca, la unidad de las personas progresistas para alumbrar un nuevo futuro.