Jueves, 24 de noviembre.
Fernando T. Romero*
Mariano
Rajoy esperó a que las izquierdas (como ya es tradicional) se pelearan entre
ellas, a que el PSOE defenestrara a Pedro Sánchez y se alejara de Podemos y a
que, finalmente, le diera el poder a él tras una tranquila espera de 300 días.
Y terminó consiguiendo la presidencia del gobierno a cambio de nada. Fue una
rendición incondicional del PSOE en toda regla.
Rajoy gobierna
y ha confirmado que va a continuar con su misma política de los últimos años,
por lo que los ricos seguirán siendo cada vez más ricos y los pobres, cada vez
más pobres, aunque los números de las estadísticas macroeconómicas y de las
grandes empresas nos sigan insistiendo en que ya hemos salido de la crisis.
Así las
cosas, el gobierno del PP seguirá con sus reformas (= recortes) y si no le
dejan gobernar, convocará elecciones. Es lo que se deduce, tras la abstención
del PSOE en la votación de investidura al presidente del gobierno. Y como
efecto colateral nada desdeñable, los socialistas se han colocado más cerca de
Ciudadanos que de Unidos Podemos, con lo que el agónico bipartidismo ha
conseguido sobrevivir.
No
obstante, y para disimular, los socialistas se han puesto duros con los
Presupuestos (¿postureo?), pero si el PNV no lo remedia pactando las cuentas públicas
con el PP, al PSOE no le quedará más remedio que ceder una vez más y apoyar los
Presupuestos del PP. Aunque eso sí, sería un sacrificio por el bien de España. ¡Cuánto
patriotismo y responsabilidad la de los socialistas!
Mientras
tanto, Susana Díaz, haciendo alarde de un inaudito cinismo, ha tachado de
desleales a los dirigentes socialistas catalanes. Y especialmente ella, que ha
sido la campeona en deslealtad tras protagonizar la cacería política contra
Pedro Sánchez, único secretario general del PSOE elegido por sus militantes.
Como ha
escrito Erasmo Quintana en La Provincia, los acontecimientos de los últimos
meses han puesto en evidencia que el problema actual del PSOE es que su
organización está encerrada en sí misma y dirigida “de hecho” por la
gerontocracia. La ciudadanía ha podido constatar que allí no manda quien por su
cargo orgánico debería hacerlo, sino que quien decide es la vieja guardia
convertida incuestionablemente en un auténtico poder real. De esta manera, el
PSOE no puede desarrollar nuevos planteamientos acordes con los tiempos que
corren.
Se ha
podido constatar también que la Comisión Gestora no quiere hablar del Congreso
que dé paso a las primarias para elegir al secretario general. Sin embargo, se
ha ocupado de castigar y de purgar a algunos denominados “díscolos” y de
cuestionar la unión con el Partido Socialista de Cataluña (PSC) porque osaron
votar contra Rajoy. ¡Vaya delito y qué manera de tender puentes internos de diálogo
para la reconciliación tras la batalla!
Añadir,
por último, que los socialistas vascos con un pacto de “hechos consumados” han
forzado a la Comisión Gestora a aceptar a regañadientes el acuerdo de gobierno
en el País Vasco con el PNV, dejando en evidencia a la propia Comisión Gestora
que, con carácter previo, solo tenía noticias ambiguas y lejanas de las
negociaciones.
Consideraron
que en este momento era mejor no abrir un nuevo frente de batalla interno con
los socialistas vascos. De esta manera el PSE (Partido Socialista de Euzkadi),
fiel al anterior secretario general hasta el borde mismo de la ruptura,
adquiere una nueva fortaleza, lo que incomoda a la actual dirección temporal
del partido.
Por otra
parte y en otro orden de cosas, ha sido relevante la reciente elección de
Donald Trump para la presidencia de Estados Unidos. Este hecho ha reavivado el
debate entre los políticos y los medios de comunicación de nuestra sociedad, que
hipócritamente se han escandalizado por el crecimiento del populismo.
Estos
mismos políticos y medios de comunicación reconocen que las causas del creciente
populismo se encuentran en el aumento de las desigualdades provocadas por los
masivos recortes infringidos a los ciudadanos, por los altos niveles de
desempleo, por los bajos salarios y los contratos laborales precarios, por la
reducción de las pensiones, por el aumento de los impuestos etc. Y todo ello,
bendecido legalmente por una brutal reforma laboral.
Si a
todo eso añadimos un sistema educativo deficiente y la desconfianza hacia unas élites
egoístas e insaciables, obsesionadas únicamente por sus intereses personales,
obtenemos la radiografía perfecta de lo que está sucediendo.
Sin
embargo, nada de lo anterior mueve a los gobiernos a reconsiderar y a modificar
sus políticas, sino todo lo contrario, se empecinan y se reafirman en continuar
con los recortes para profundizar aún más en las desigualdades sociales.
Es
evidente que, gracias a los actuales gobiernos europeos, la extrema derecha ya
no tiene que usar las camisas negras ni los uniformes pardos para tocar poder,
pues les basta las elecciones y la democracia.
Por
ello, uno no duda en acusar a los actuales gobiernos de ser los culpables de la
actual ola populista, por sus reiteradas decisiones contra los ciudadanos y por
ser los responsables de su empobrecimiento generalizado. Por tanto, que dejen
ya de rasgarse hipócritamente las vestiduras y de verter cobardemente tantas lágrimas
de cocodrilo contra los populismos que ellos mismos provocan, e inicien con
valentía -no se atreverán- la planificación de una política global contra el neoliberalismo.
Como ha
escrito el filósofo francés, Pierre Dardot, ya no es necesario recurrir a
golpes de Estado como ocurrió, por ejemplo, con el Chile de Salvador Allende
para imponer por la fuerza de las armas las recetas neoliberales. Actualmente
se consiguen los mismos resultados mediante el recurso a los mercados de
capitales.
Un
ejemplo claro ha sido el caso de Grecia: el sometimiento por la fuerza del ejército
fue sustituido por el respeto a lo firmado, bajo pena de asfixia económica y
financiera. Es evidente que actualmente las armas de la presión del poder de
los mercados financieros permiten castigar a los gobiernos que se oponen a los
programas neoliberales.
Y
durante estos últimos años la socialdemocracia, en lugar de oponerse con fuerza
al neoliberalismo, muchas veces ha pretendido ser “más papista que el Papa”,
superando en celo reformista a los mismísimos partidos conservadores.
Según el
mismo Dardot, la izquierda debe tomar ya, de una vez, la iniciativa y
enfrentarse al neoliberalismo que se ha impuesto como única forma de vida. Y
concluye que ningún gobierno de izquierdas puede, por sí solo, enfrentarse al
monstruo neoliberal; sino que se necesitan apoyos de otros gobiernos y
movimientos sociales progresistas de todo el continente. ¿Será esto posible algún
día?
*Fernando T. Romero es profesor de Secundaria.