Antonio Morales*
En las últimas semanas hemos asistido con angustia a los embates de los mercados (dícese del sistema capitalista y sus tiburones) sobre Irlanda y, de paso, y como quien no quiere la cosa, a las amenazas y chantajes despiadados sobre otros países como España y Portugal.
De un día para otro, y a pesar de un ligero intento soberanista irlandés de hacer frente al desembarco de los piratas, lo cierto es que, en apenas una semana, ha tenido que sucumbir, y como ya viene siendo tónica habitual, poner en marcha una serie de medidas que insisten en minar el Estado de bienestar, suprimiendo logros sociales y recortando derechos civiles y económicos a la parte más débil de la sociedad. Así, hemos visto como el Gobierno de Brian Cowen, para hacer frente al déficit fiscal provocado por la quiebra de los bancos y la correspondiente financiación estatal para salvarlos, ha suprimido de inmediato 25.000 empleos de la Administración, ha reducido los servicios públicos y mermado las prestaciones sociales, ha elevado la presión fiscal a los trabajadores, ha aumentado la edad de la jubilación y ha sacrificado su fondo de pensiones. Bagatelas. Y para colmo, de los 85.000 millones concedidos por la UE y el FMI para su rescate, un 40% como mínimo se destina a un fondo para salvar a la banca de la quiebra. Como escribía hace unos días el Nobel de economía Paul Krugman, "castigar al pueblo por los pecados de los banqueros es peor que un crimen; es un error..."
De un día para otro, y a pesar de un ligero intento soberanista irlandés de hacer frente al desembarco de los piratas, lo cierto es que, en apenas una semana, ha tenido que sucumbir, y como ya viene siendo tónica habitual, poner en marcha una serie de medidas que insisten en minar el Estado de bienestar, suprimiendo logros sociales y recortando derechos civiles y económicos a la parte más débil de la sociedad. Así, hemos visto como el Gobierno de Brian Cowen, para hacer frente al déficit fiscal provocado por la quiebra de los bancos y la correspondiente financiación estatal para salvarlos, ha suprimido de inmediato 25.000 empleos de la Administración, ha reducido los servicios públicos y mermado las prestaciones sociales, ha elevado la presión fiscal a los trabajadores, ha aumentado la edad de la jubilación y ha sacrificado su fondo de pensiones. Bagatelas. Y para colmo, de los 85.000 millones concedidos por la UE y el FMI para su rescate, un 40% como mínimo se destina a un fondo para salvar a la banca de la quiebra. Como escribía hace unos días el Nobel de economía Paul Krugman, "castigar al pueblo por los pecados de los banqueros es peor que un crimen; es un error..."
Pero la cosa no queda aquí. Que va. Ya hemos comentado en otras ocasiones la insaciabilidad de estos buitres fieros que, con sus horda de cómplices, no han dudado en saltar a la yugular de España, con un Gobierno extraordinariamente débil y claudicante, para ponerla contra las cuerdas, y seguir profundizando en su política de acabar con la soberanía de los gobiernos y con el agotamiento de los estados de derecho y bienestar. En una estrategia perfectamente organizada, sin fisuras, Bruselas sale a la palestra para exigirle a Zapatero que acelere los ajustes del mercado, las cajas de ahorros y las pensiones y que acabe de una vez con el dispendio de seguir pagando 426 euros a los parados. Al mismo tiempo, el Bundesbank lanza una campaña para sembrar dudas sobre la solvencia española. El propio socialdemócrata Almunia, comisario europeo de Competencia, se cuestiona públicamente si España será capaz de cumplir con las promesas que ha hecho a los poderosos. El mismo Banco de España reclama que el gobierno reaccione "y tome decisiones claras, decisivas y comprometidas en las finanzas públicas y energía, calidad y decisión con las reformas estructurales". Otros insisten en que trabajar más y ganar menos es la solución y mientras, el Gobierno socialista, absolutamente acojonado e incapaz de hacerles frente, anuncia el apremio de la reformas, "mi determinación es total", Zapatero dixit, y provoca una escenificación clarividente de su entrega al poder económico y la renuncia a sus postulados ideológicos convocando una reunión con los empresarios más poderosos, que no son paradójicamente los que más riqueza y empleo crean, para manifestar el compromiso público de "generar confianza en el país y en los mercados" acelerando todas las reformas, que no significa otra cosa, en roman paladino, que vaciar el Estado y la democracia y sacrificar a un importante sector de su población. Ha sido el preludio de unas resoluciones que se han hecho públicas en el momento en que escribo este texto y que parecen firmadas por la más dura de las derechas europeas: eliminación de los 426,00 € a los parados de larga duración y privatización de servicios públicos como los aeropuertos nacionales. Por cierto, una medida que ya anticipó Rajoy que adoptaría cuando gobernara.
Y mientras esto sucede, permítanme que vuelva a insistir en exponer una reflexión sobre la escasa implicación, y por tanto muchas veces complicidad de una gran parte de la ciudadanía ante la situación que estamos viviendo. Fíjense si no en las últimas elecciones en Cataluña, donde los electores han pasado de puntillas sobre las denuncias de corrupción para votar a los que se sitúan más al lado de los que han propiciado esta crisis . Decía días atrás en El País, Fernando Vallespín, que "si somos débiles y una presa fácil para los depredadores es porque todos, sociedad civil y administraciones públicas hemos jugado irresponsablemente en periodos de bonanza". También Alain Touraine nos comentaba que no nos debemos dejar "arrastrar a una renuncia general a la acción", y Víctor Pérez Díaz, Presidente de Analistas Socio-Políticos, nos hacía participes de esta reflexión: "Piénsese por un momento en lo maravilloso que sería que los españoles, en lugar de quedarse en la mera desconfianza de los políticos y de los medios, decidieran asumir más responsabilidad directa por lo que les ocurre e informarse por su cuenta. Si lo hicieran, cambiarían su manera de ser. En realidad es la única forma que tienen de cambiarla".
Pero al hilo de todo esto, yo quería hoy compartir con ustedes dos libros interesantísimos de reciente aparición en las librerías y que me parecen fundamentales para analizar la apatía y la dejación de la ciudadanía. Se trata del último trabajo de Aurelio Arteta, "Mal Consentido. La complicidad del espectador indiferente" (Alianza Editorial) y del libro de Josep Ramoneda, de quien tomo prestado el título de este artículo, "Contra la indiferencia" (Círculo de lectores). Dada la escasez de espacio voy a dejar, porque me parece interesantísimo, el ensayo de Aurelio Arteta para una próxima ocasión, aunque no renuncio a reproducir una cita que hace de Camus: "El problema más grave que se plantea a los espíritus contemporáneos: el conformismo", y añade, "la pasión más fuerte del siglo XX, la servidumbre". Quiero entonces finalizar este texto con una reflexión de Ramoneda en el epílogo de su obra, un canto a la recuperación del pensamiento crítico y a la esencia de los valores de la democracia, donde hace referencia a la política incapaz de defender los intereses generales "mientras crece la ola de la indiferencia" para advertirnos que "sólo convirtiendo la irritación en indignación, y ésta en política, podría romperse la espiral de la indiferencia. La crisis quizás ofrezca una oportunidad. La impunidad de los que la han provocado es tan escandalosa que es difícil entender la falta de reacción salvo que el virus de la indiferencia se haya impuesto definitivamente. Desde el pensamiento, contra el totalitarismo de la indiferencia sólo cabe recuperar la razón crítica". Cuanta razón tenía Simone de Beauvoir cuando defendía que "toda abstención es complicidad".
* Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.
Y mientras esto sucede, permítanme que vuelva a insistir en exponer una reflexión sobre la escasa implicación, y por tanto muchas veces complicidad de una gran parte de la ciudadanía ante la situación que estamos viviendo. Fíjense si no en las últimas elecciones en Cataluña, donde los electores han pasado de puntillas sobre las denuncias de corrupción para votar a los que se sitúan más al lado de los que han propiciado esta crisis . Decía días atrás en El País, Fernando Vallespín, que "si somos débiles y una presa fácil para los depredadores es porque todos, sociedad civil y administraciones públicas hemos jugado irresponsablemente en periodos de bonanza". También Alain Touraine nos comentaba que no nos debemos dejar "arrastrar a una renuncia general a la acción", y Víctor Pérez Díaz, Presidente de Analistas Socio-Políticos, nos hacía participes de esta reflexión: "Piénsese por un momento en lo maravilloso que sería que los españoles, en lugar de quedarse en la mera desconfianza de los políticos y de los medios, decidieran asumir más responsabilidad directa por lo que les ocurre e informarse por su cuenta. Si lo hicieran, cambiarían su manera de ser. En realidad es la única forma que tienen de cambiarla".
Pero al hilo de todo esto, yo quería hoy compartir con ustedes dos libros interesantísimos de reciente aparición en las librerías y que me parecen fundamentales para analizar la apatía y la dejación de la ciudadanía. Se trata del último trabajo de Aurelio Arteta, "Mal Consentido. La complicidad del espectador indiferente" (Alianza Editorial) y del libro de Josep Ramoneda, de quien tomo prestado el título de este artículo, "Contra la indiferencia" (Círculo de lectores). Dada la escasez de espacio voy a dejar, porque me parece interesantísimo, el ensayo de Aurelio Arteta para una próxima ocasión, aunque no renuncio a reproducir una cita que hace de Camus: "El problema más grave que se plantea a los espíritus contemporáneos: el conformismo", y añade, "la pasión más fuerte del siglo XX, la servidumbre". Quiero entonces finalizar este texto con una reflexión de Ramoneda en el epílogo de su obra, un canto a la recuperación del pensamiento crítico y a la esencia de los valores de la democracia, donde hace referencia a la política incapaz de defender los intereses generales "mientras crece la ola de la indiferencia" para advertirnos que "sólo convirtiendo la irritación en indignación, y ésta en política, podría romperse la espiral de la indiferencia. La crisis quizás ofrezca una oportunidad. La impunidad de los que la han provocado es tan escandalosa que es difícil entender la falta de reacción salvo que el virus de la indiferencia se haya impuesto definitivamente. Desde el pensamiento, contra el totalitarismo de la indiferencia sólo cabe recuperar la razón crítica". Cuanta razón tenía Simone de Beauvoir cuando defendía que "toda abstención es complicidad".
* Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.