Jesús Vega*
Algunos de mis amigos están enganchados a un jueguito de los
móviles que consiste en enlazar palabras a partir de unas pocas
letras. Y, como suele ocurrir con los amigos, también me han contagiado de ese
vicio que muchos consideran saludable. Eso espero. Aunque, la verdad, en
la vida anda uno siempre enlazando letras en busca de la palabra más
interesante, la que más puntos te da y huyendo de recortes. Perdón. No
quise utilizar la palabra maldita. Es más, si la palabreja me saliera en un “apalabrado”
renunciaría a seguir jugando. Porque por culpa de los recortes, y esto sí
que no es un juego, en Cáritas sigue creciendo el número de personas que andan
“como ovejas sin pastor”, buscando una palabra de comprensión y de ayuda.
Aunque me gusta el juego, prefiero hacerlo con otras palabras y,
si me dieran a elegir, preferiría la
Palabra con mayúscula. La que no busca quedar por
encima de nadie, la que es sincera, la que produce paz. Algunas personas
amigas me han comentado que, en estos momentos tan duros, están necesitando una
palabra de la Iglesia,
de los obispos o de los cristianos que frecuentamos los templos. En otros
tiempos, a pesar de que la información era más lenta, los profetas no
perdían ocasión para predicar el mensaje de acuerdo con lo que el pueblo vivía.
El profeta Jeremías, por ejemplo, gritaba: ¡Ay de los pastores que dispersan y
dejan perecer las ovejas de mi pueblo! Y el profeta seguía arengando incluso
contra el rey David, arriesgándolo todo por ser fiel a lo que Dios le encargaba
y añadía: “Suscitaré un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará
justicia y derecho en la tierra”.
Hay palabras que duelen. Y palabras que se callan. Y palabras que animan. Y
palabras vacías. Aunque haya situaciones sociales como las que estamos
viviendo que dejan a uno sin palabras, no debe uno callar sino
buscar la palabra más coherente y comprometida. La de más valor. Apalabrados.
*Jesús Vega es párroco de Cruce de Arinaga y Playa de Arinaga.