Antonio Morales*
Los últimos datos sobre la situación socioeconómica española son
tremendos. Ponen los pelos de punta. Según la Encuesta de Población
Activa (EPA), son ya 5.778.100 las personas sin empleo en este país, lo
que supone que uno de cada cuatro españoles activos se encuentra sin
ocupación. En estos momentos, hay 1,7 millones de familias en las que
no trabaja ni uno solo de sus miembros. Entre los meses de julio y
septiembre, 85.000 ciudadanos pasaron a engrosar las listas del paro y, en
los últimos doce meses, la cifra se ha elevado a 800.000 (y eso que en
enero de 2010 Mariano Rajoy se retrató a las puertas de una oficina del
INEM afirmando que “cuando yo gobierne, bajará el paro”). La media de
desempleados en el conjunto del Estado, a pesar de la reforma laboral
que iba a crear empleo por todos lados, se eleva a un máximo histórico,
superando el 25%. Por esta razón, 400.000 ciudadanos han tenido que
emigrar en este año. En Canarias, el desempleo se acerca al 34%, siendo
la comunidad con mayor porcentaje de parados de larga duración (54,1%).
Mientras los españoles con más riqueza engordan sus fortunas a pesar
de la recesión (como se demuestra en el crecimiento de sus sociedades de
inversión, en algunos casos hasta en un 50%), los pobres aumentan, a un
ritmo de un millón por año, alcanzando la cifra de 12.700.000. El 21,1%
de la población española se encuentra por debajo del umbral de la
pobreza. Los servicios sociales ya atienden a más de ocho millones de
personas, a pesar de que las ayudas para emergencias han disminuido en
un 65%. Cáritas atiende a 1,8 millones, un 12% más que el año pasado. En
Canarias, un tercio de sus ciudadanos vive con menos de diez euros al
día y el riesgo de pobreza del archipiélago ha crecido nueve puntos
hasta alcanzar un porcentaje del 33,8%, lo que la convierte es la región
con la mayor tasa. El riesgo de pobreza afecta ya al 29% de los niños
canarios, frente a un 25% de la media peninsular. Según datos apuntados
por el Congreso Nacional de Psiquiatría, celebrado recientemente en
Bilbao, los problemas económicos son la causa del 32% de los suicidios
en España. De las nueve personas que se suicidad diariamente, tres los
hacen por culpa de la crisis (pobreza, paro y desahucios).
España se desangra. El FMI acaba de informar que la economía española
será el año que viene la segunda con peor evolución de todo el mundo.
The Economist ha expresado hace unas semanas su temor a que España se
vea atrapada en “una espiral de muerte al estilo griego”. Pero la élite
monárquico-político-empresarial, al servicio de un sistema neoliberal
que se impone en el mundo, no se da, ni nos da tregua. Las actuaciones y
manifestaciones de los últimos días de los que detentan el poder en este
país suponen una reafirmación pública de sus actuaciones, de su entrega
al ultraliberalismo, de la cesión de la soberanía del país a los
mercados y de un ataque a la dignidad de los millones de afectados por
sus consecuencias: en la India el Rey no tuvo reparos en alabar que “las
serias medidas económicas del Gobierno están dando frutos”. El Presidente de Iberdrola, Sánchez Galán, que cobró el año pasado unos
diez millones de euros de su empresa, mientras anunciaba unos beneficios
para la compañía de 2.041 millones de euros, no se arrugó al afirmar
que Rajoy “está tomando las medidas adecuadas”. La CEOE apoya las
acciones “dolorosas y difíciles” y pide que se acelere la reducción del
empleo público. El Círculo de Empresarios exige que no se actualicen ni
se revaloricen las pensiones, que se recorte el subsidio a los parados y
se rebaje el sueldo de los empleados públicos. Botín defiende las
medidas adoptadas por el ejecutivo y advierte que “ahora lo que hace
falta es cumplirlas”. Y para más recochineo, Montoro se jacta de que
los presupuestos para el próximo año “son los más sociales de la
democracia” y la ministra de Empleo y Seguridad Social no tiene reparos
en declarar que “estamos saliendo de la crisis y viendo ya señales
esperanzadoras”.
La ciudadanía está harta, desesperanzada, descreída, asustada. No se
siente representada por los partidos tradicionales. El rechazo a los
políticos de manera genérica es cada vez mayor. El PSOE se precipita
hacia el abismo y el PP ha perdido 14,7 puntos respecto a las generales
de hace un año. Y en vez de analizar con detenimiento y valorar en su
verdadera dimensión los resultados de las elecciones de Galicia, en las
que el PP perdió 135.000 votos con respecto a las autonómicas de 2009, y
donde se produjo una abstención de un 36,2% y un porcentaje de votos en
blanco, nulos y a Escaños en Blanco del 6,43%, Mariano Rajoy tiene la
desfachatez y la irresponsabilidad de afirmar que “las urnas avalan la
política de austeridad”.
En vez de dar la cara, los dos grandes partidos políticos del arco
parlamentario siguen jugando al gato y al ratón, a la “casta mantenida”,
como califica Josep Ramoneda a los políticos sometidos. Sin ideas, sin
alternativas, improvisando todo el tiempo. Atados a las leyes de los
mercados. Tomando decisiones a impulsos de los medios de comunicación
más anarcoliberales y los círculos empresariales más voraces. Adorando a
los tecnócratas. Propiciando la despolitización.
El pasado 28 de octubre, Mario Draghi, Presidente del Banco Central
Europeo, nos decía que “muchos gobiernos deben darse cuenta de que
perdieron su soberanía nacional hace tiempo”. Se trata de eso
precisamente. Sin soberanía la democracia pierde su sentido primigenio y
su capacidad para decidir sobre la equidad, la igualdad, el desarrollo
socioeconómico, el medio ambiente, etc. Las desregulaciones y las
privatizaciones han roto el control de la sociedad y las instituciones
públicas. El neoliberalismo ha usado perfectamente la argucia del
sometimiento económico para pasar posteriormente a sojuzgar la
democracia. Como afirma Henry A. Giroux, esa es la batalla actual del
neoliberalismo: “la política se vuelve vacía al reducirse a obedecer
órdenes”.(…) En una sociedad de mercado atrapada por el círculo de la
codicia, mantener situaciones de injusticia permite seguir acumulando
capital, y la revolución neoconservadora y neoliberal apunta a la
transformación de un Estado que beneficie a una sola parte de la
sociedad. En el discurso neoliberal, la democracia es un sinónimo de
libremercado mientras que cuestiones como la igualdad, la justicia y la
libertad son vaciadas de contenido y usadas para descalificar a quienes
sufren miseria sistemática o castigo crónico”.
Para el ultraliberalismo es absolutamente inconcebible una sociedad
que acepte libremente la voluntad de la mayoría; el Estado y las
conquistas sociales no son sino un obstáculo. La sociedad deja de
concebirse como constituida por ciudadanos soberanos para convertirse,
desde ese punto de vista, en la reunión de consumidores, productores y
ahorradores soberanos (Samuel Lichtensztejn). Según Robert A. Dahl (La
democracia. Ariel), ”la relación entre el sistema político democrático de
un país y su sistema económico no democrático ha supuesto un formidable
y persistente desafío para los fines y prácticas democráticos”. No
estamos ni más ni menos que en esa tesitura. Aunque cerremos los ojos
para no verlo.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.