Antonio Morales*
A principios de febrero de este año
escribí un artículo en este medio (¿Qué les queda a los jóvenes?) en el que
expresaba mi preocupación por los durísimos datos de la EPA, recién publicada
en aquel momento, que hablaban de un alarmante aumento del desempleo juvenil,
superior al 51% de media. Señalaba el gran fracaso de la política y la
democracia que, como dice la OIT, habían permitido el drama de una generación
perdida; habían frustrado las ilusiones de decenas de miles de jóvenes
preparados y las de unos padres que constatan que están legando a sus hijos una
vida peor que las suyas. Un gran fracaso que está propiciando el éxodo de miles
de jóvenes que, como muchos españoles en el siglo XIX y en la segunda mitad del
XX, se ven obligados a abandonar su país para mendigar trabajos en precario en
distintos lugares de Europa y del mundo.
Para los responsables políticos
del PP, sometidos a los poderes económicos que no paran de pedir “miniempleos”
para utilizarlos como mano de obra barata, esta situación se debía a los “impulsos
aventureros de la juventud”, como señaló Marina del Corral, Secretaria General
de Inmigración y Emigración, o a una fuga de cerebros “que nunca puede ser
considerada negativa en un mundo globalizado”, según el Ministro de Educación.
Quizás por esa indolencia sufrieron una reprimenda de la UE por haber retrasado
seis meses un plan que facilitaba el empleo a 500 jóvenes españoles al año a
través del proyecto “Tu primer empleo” del programa Eures. Sí, Bruselas ofreció
al Estado español casi un millón de euros en mayo de 2012 a cambio de que España
aportara el 5%, apenas 50.000 euros, pero, de manera increíble, el proyecto no
se pudo poner en marcha hasta seis meses después, rozando la caducidad, porque
el Ministerio de Trabajo no tramitó el expediente a tiempo.
Y como hacen siempre que se ven
contra las cuerdas, un mes más tarde Mariano Rajoy anunciaba, en compañía de
los sindicatos mayoritarios, que se prestaron al juego, un plan contra el paro
juvenil (Estrategia de Empleo Joven y Emprendimiento, lo llamó) que hablaba de
la vuelta a los estudios de la ESO, de formación, de un nuevo contrato
eventual, de contratos en prácticas, de autoempleo, etc. Como es habitual en su
proceder, pretendía hacernos comulgar con ruedas de molino. El presidente popular
aprovechó la ocasión para vendernos la moto de que la propuesta quería llegar a
un millón de jóvenes para “rescatarlos de la desesperanza” y que la idea marcaría
“un antes y un después” para el empleo juvenil. Hablaba de unas inversiones que
no superarían apenas los 580 millones anuales, cantidad en la que incluía
incluso las bonificaciones a los contratos, reducciones de cuotas y ambigüedades
e inconcreciones con formulaciones genéricas sin ningún tipo de contenidos. En
el fondo se trataba de una apuesta sin cortapisas por el trabajo temporal, la
precariedad laboral, la inseguridad vital, los salarios bajos y la flexibilidad
de los contratos para los jóvenes.
Pero, un mes y pico más tarde, de
nuevo la EPA desmonta este andamiaje de decorados hueros para hacernos topar
con la peor de las realidades. En apenas un trimestre el desempleo juvenil se
ha situado en el 57,22% (un 60% en el caso de los hombres) y alcanza la cifra
real de casi un millón de parados juveniles. Por detrás de Grecia, España es el
segundo país europeo con más jóvenes en paro y desde el comienzo de la crisis
la tasa se ha multiplicado por tres. En Canarias, los jóvenes desempleados
menores de 24 años suponen un porcentaje de casi un 70%, y alrededor de 40.000
chicos y chicas de esta tierra se han tenido que ir al extranjero para
procurarse la subsistencia. Aproximadamente 400.000 jóvenes españoles han
emigrado porque han tenido que hacerlo para buscarse la vida (muchos de ellos
sometidos a la explotación y la economía sumergida) y andan por ahí miles de
universitario, los que trabajan en su profesión son los menos, limpiando,
haciendo de freganchines, de camareros…
También hace unos días, la Fundación
Alternativas ha presentado un estudio demoledor: “Emancipación juvenil en
tiempo de crisis”. Para su autor, el doctor en Sociología Alessandro Gentile,
el “escenario crítico” al que se enfrentan los jóvenes españoles por la falta
de medidas por parte del Gobierno y por la incidencia de la crisis es un
problema muy grave. Al generar una cantidad importante de jóvenes muy
cualificados que es incapaz de asumir, “la sociedad está preparándolos para la
precariedad”. La paralización de la economía está provocando una alteración del
relevo generacional, lo que cuestiona el futuro del Estado de Bienestar, y los
miniempleos en precario “pueden ser una trampa” que impida una salida viable
para la juventud. “Salir del país se ha convertido en un activo para los jóvenes,
pero quién pierde es España: no se puede perder de vista a estos cerebros a la
fuga (…) Una realidad dramática para muchos españoles que tienen mayor arraigo
territorial que ciudadanos de otros países”, afirma.
Increíblemente, para la Ministra
de Trabajo, Fátima Báñez, en esa tergiversación del lenguaje a la que nos tienen
acostumbrados, la salida desesperada de miles de jóvenes que no encuentran
trabajo en su país se llama “movilidad exterior” y hace unos días Esperanza
Aguirre afirmaba que la fuga de jóvenes al extranjero es “motivo de optimismo”
ya que por “primera vez en la historia de España hay jóvenes cualificados
trabajando en otros países”. No se puede condensar mejor en apenas tres frases
el desprecio hacia los ciudadanos y sus problemas; la prepotencia con la que se
actúa; la ineptitud para reconocer y asumir su incompetencia para hacer frente
a las dificultades que padece la ciudadanía; la carencia absoluta de
sensibilidad para los que están soportando lo peor de la crisis; el ninguneo y
la tomadura de pelo con la que tratan a los afectados… Y encima pretenden
trasladarnos la idea de que tenemos que agradecerles sus políticas.
Incapaces de desarrollar
estrategias alternativas que generen ilusión y empleo, ahora se agarran, como a
un clavo ardiendo, al fondo europeo recién aprobado en Bruselas que destina 6.000
millones de euros a lo largo del septenio 2014-2020 al fomento del empleo
juvenil (una cantidad irrisoria según Rubalcaba). El plan pretende garantizar
que cualquier menor de 25 años reciba una oferta laboral a los cuatro meses de
haber abandonado su anterior puesto de trabajo o el sistema educativo. Nos lo fían
bien. Como para creérselo. Sobre todo cuando la ministra Báñez afirma que España
tiene los “deberes hechos” gracias al bluf de la Estrategia de Empleo Joven y
Emprendimiento aprobada hace unos meses.
No nos puede extrañar en absoluto que
los jóvenes, a los que les hemos dejado un futuro de miniempleos, precariedad
laboral, falta de salidas profesionales, estudios universitarios sin horizontes
y emigración, se muevan en todas las encuestas entre la apatía y la
desconfianza hacia la política y las instituciones; que muchos se dejen
atrapar, hartos, por el nihilismo, el conformismo, el narcisismo, la evasión de
los botellones, la añoranza de una infancia acogedora y segura, la quejas sin más
en los Twitter y compañía (Dejad de lloriquear. Meredith Haaf. Ed. Alpha
Decay); que otros permitan que la crispación y la rabia se adueñen de sus
sentimientos; que los que siguen creyendo en la democracia, no se sientan ni
representados ni escuchados; que en casi un 50% piensen en la abstención a la
hora de votar… Pero frente a esto, a Mariano Rajoy solo se le ocurre pedirles,
pedirnos, paciencia y aceptación sumisa de todo lo que nos echen.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes. (www.antoniomorales-blog.com)