15 de noviembre de 2023

Colaboración: Moya, ciudad cervantina

 Miércoles, 15 de noviembre.

Victoriano Santana*

Durante los días 16, 17 y 18 de noviembre, en la Casa de la Cultura de la Villa de Moya, se celebrará el XVII Encuentro y Muestra Internacional de Experiencias Didácticas que organiza la Sociedad Canaria “Elio Antonio de Nebrija” de Profesores de Lengua Española y Literatura bajo la coordinación de don Jesús Luis-Ravelo González. En este evento, colaboran el Ministerio de Cultura y Deporte, la Consejería de Educación, Formación Profesional, Actividad Física y Deporte del Gobierno de Canarias y el Ayuntamiento del citado municipio grancanario. Durante tres días, gracias a la confluencia de exposiciones sobre libros y escritores, talleres de animación lectora y creatividad, representaciones teatrales, mesas redondas centradas en contenidos pedagógicos, ponencias en torno a lecturas y experiencias didácticas vinculadas con el quehacer lector en las aulas, recitales poéticos y musicales, visitas a museos, etc., el epicentro educativo, cultural y académico de Canarias se situará en la tierra de Los Tilos. No habrá en quienes lo provoquen voluntad alguna de que esta atención tan especial sea pasajera, puntual, circunstancial, sino que anidará en su ánimo el propósito de que el acontecimiento se convierta en el principio de algo que, prolongado en el tiempo, será tan enriquecedor como emocionante, y un motivo de permanente orgullo para los moyenses, los grancanarios, los canarios y, ya puestos, para cuantos integramos la gran comunidad de hispanos que habitamos el planeta.
Este evento que ahora nos convoca y que ya de por sí es digno de recibir toda clase de parabienes del mundo educativo, cultural y académico de esta parte de la Macaronesia dada la variedad de extraordinarios contenidos que ofrece, la complejidad de su organización y el que haya alcanzado la decimoséptima edición, gozará además de una circunstancia que lo singularizará (ese “algo” anotado): la manifestación explícita del interés de Moya por convertirse en una ciudad cervantina. Es aquí, en este deseo, en este propósito, donde me gustaría detenerme un instante, pues siento la necesidad de compartir con ustedes por qué solo puedo calificar esta aspiración de afortunada… ¿Afortunada? Perdón, me he quedado corto: afortunadísima.
En la web de la Red de ciudades cervantinas, en la presentación, leemos que esta agrupación fundamenta su razón de ser en 
«el propósito de facilitar un mayor conocimiento y relación de los lugares vinculados con Miguel de Cervantes, ya sea por su presencia personal, ya sea por su vinculación con su obra o con su difusión».
Y que
«sus objetivos son apoyar y difundir actividades conjuntas que hagan posible un mayor desarrollo de sus comunidades, a nivel educativo, cultural, turístico o económico, así como difundir la vida y las obras de Cervantes mediante programas específicos con la finalidad de convertir a Cervantes en uno de los ejes de su desarrollo comunitario».
Para lograr esto, es necesario que se potencien
«los programas educativos y culturales que permitan un mejor conocimiento y difusión de Cervantes y de los valores de su obra en el entramado educativo y social».
Formar parte de la red de ciudades cervantinas es conectarse con una tradición cultural que lleva siglos arraigada en la gran comunidad que constituye el hispanismo: la representación humana y, en consecuencia, universal que desprende el Quijote a través de sus dos personajes principales, don Quijote y Sancho, el hidalgo manchego y el campesino; y, por extensión, la adhesión emocional e intelectual a una obra literaria, como es la cervantina, que solo ha podido ser compuesta desde una experiencia vital sujeta a infortunios y dilemas, y que su autor ha sabido compartir de un modo tan especial que, cuatro siglos después, a través de la mirada y los sentimientos de millones de lectores de los más variados lugares del mundo, todavía posee una vigencia y una fortaleza sin parangón gracias a un fascinante proceso de empatía recíproca entre el escritor y cuantos nos hemos acercado con humildad a sus producciones.
De ahí que la red traslade una verdad que considero incuestionable: la conveniencia de concebir al manco de Lepanto como ejemplo, como actitud para el desarrollo comunitario a partir de la educación, la cultura y el turismo; lo que conllevará, más pronto que tarde, el florecimiento de una sociedad más libre, más abierta, más dialogante, más respetuosa… (¿alguien se cuestiona la actualidad que posee el discurso de Marcela [XIV, 1605] y lo necesario que es en nuestros tiempos?), y más atenta al interés común por lograr que su crecimiento se lleve a cabo de manera sostenible. El decálogo de la red de ciudades cervantinas recoge estos propósitos que Moya, sin duda alguna, sabrá asumir y cumplir con indiscutible diligencia.
En el décimo punto del citado decálogo se halla, a mi juicio, la base para edificar la postulación. Dice así:
“Yo sé quién soy” afirma en un momento don Quijote, en diálogo con un vecino suyo, a quien respeta a pesar de las diferencias, y con voluntad de defender su identidad. Este “Yo sé quién soy” debe ser el lema de la Red de ciudades cervantinas para avanzar en el desarrollo sostenible gracias a las enseñanzas de Miguel de Cervantes».
En otras palabras, se apela a la identidad propia («Yo sé quién soy») para engrandecer la colectiva desde el respeto, el diálogo, la educación, la cultura, etc. Que Moya asuma esta tradición, como que lo hagan las futuras ciudades que se sumen a la red, como que lo hayan hecho las que ya están, consolida la fortaleza del mito literario y de las enseñanzas que traslada, fundadas en las ideas de justicia y paz, los elementos esenciales que necesitan las sociedades para progresar.
¿En qué puede contribuir Moya a esta red? En todo. ¿Por qué una localidad que ya es universal gracias a la figura de Tomás Morales —el gran modernista, el que da pie a la poesía canaria contemporánea— y que es celebrada por el mito que instaurara Cairasco de Figueroa con la selva de Doramas no lo ha de ser también a través del príncipe de los ingenios si —uno— vivimos en una isla de cervantistas (como mi insigne maestro, don Antonio Cabrera Perera) y de cervantófilos, como lo fuera don Juan Luis Pérez Morales, poseedor de una extraordinaria colección de Quijotes que tuve el privilegio de dar a conocer en la exposición de algunos ejemplares que comisarié a finales de 2005 en la Biblioteca Insular (qué mejor lugar que Moya para que estos fondos se conserven unidos para siempre); si —dos— las palabras del alcalaíno, ubicadas en una encomiable producción divulgativa y creativa, no han dejado de estar presentes en estos lares, como lo demuestran los catálogos de bibliotecas, librerías y editoriales; si —tres— nuestra manera de ver el mundo, amparada en las nociones de planicies (terrenales en el ámbito castellanomanchego; oceánicas, en el canario), son parejas? Condicionados por el espacio, nos sentimos tan cervantinos como el que más y descubrimos, en este set de adhesiones, que con la ce de Cervantes se escribe Canarias y con la eme de Miguel, Moya.
La grandeza del Quijote, reconozcámoslo, se mide en estas singularidades. Tan comprensible ha de ser que la Mancha, patria de los personajes principales, escenario esencial de la narración, elemento inspirador de la obra, se declare cervantina como que nosotros también nos consideremos así, aunque sepamos que somos atlánticos y que el océano ha marcado las particularidades de nuestra cultura escritora y, por extensión, la cosmovisión que nos distingue como pueblo. Miro el conjunto de ciudades cervantinas y constato la existencia de dos grandes grupos: por un lado, las que llevan la huella del célebre autor en sus calles y en las páginas de sus títulos; y, por el otro, las que sienten que, de algún modo, este rastro también forma parte de los límites que marcan su realidad.
De entrada y sin darle muchas vueltas al asunto, se puede entender que Alcalá, Barcelona o Madrid —por citar tres destacadas urbes— sean cervantinas, pues por esos lares anduvo quien no ha dejado de acompañarnos desde que lo conocimos y sobre esos sitios no poco compuso nuestro autor. Hay una vinculación vital y literaria con el escritor que justifica la cervántica consideración que poseen estos espacios. Por eso, si contemplamos la aspiración moyense donde lo superficial y lo insustancial moran, y la recibimos desde la imprecisa e injusta atalaya del desconocimiento, tiene cierto sentido el ver encendida la llama de la duda acerca de la idoneidad de que nuestro municipio forme parte de este conjunto estelar; pero basta con atender a los criterios para adquirir la condición de ciudad cervantina (lugares, menciones y actividades) para descubrir que, al menos, dos de las tres se cumplen.
No estuvo Cervantes en Canarias, cierto es; y ninguna composición del regocijo de las musas se ambienta en nuestras islas ni goza de pasajes que conecten con ellas. Razonable es este silencio si nos atenemos a su voluntad de, en la medida de lo posible, no escribir acerca de lo que desconocía (realismo cervantino). Tampoco lo hizo sobre América (y bien quisiera haberlo hecho si hubiera recibido el visto bueno a su solicitud de mayo de 1590 para ocupar alguno de los tres o cuatro oficios en las Indias «que al presente están vacos»). El criterio geográfico, pues, queda descartado.
¿Y el referencial? Hasta donde sé —que no es mucho, la verdad—, nada en la obra cervantina permite el establecimiento de una conexión con nuestro archipiélago salvo la mención a Gran Canaria a través de Cairasco de Figueroa. En el libro sexto de La Galatea (1585), en el “Canto de Calíope”, leemos la siguiente octava:
«Tú, que con nueva musa extraordinaria,
Cairasco, cantas del amor el ánimo
y aquella condición del vulgo varia
donde se opone al fuerte el pusilánimo;
si a este sitio de la Gran Canaria
vinieres, con ardor vivo y magnánimo
mis pastores ofrecen a tus méritos
mil lauros, mil loores beneméritos».
No considero dignas de atención para el asunto que nos ocupa el dardo a González de Bobadilla que lanzan el cura y el barbero en el escrutinio de la biblioteca del hidalgo (mucho he escrito sobre esta cuestión, no procede que ahora me derrame con esto) ni ese “canario” con el que un galeote califica a uno de sus compañeros (ambos pasajes, en los capítulos VI y XXII, respectivamente, de la primera parte del Quijote).
Nada hay, sí, es cierto, salvo lo apuntado; y, sin embargo, qué intenso es lo único que tenemos: ese Cairasco de Figueroa a quien debemos el mito de la selva de Doramas a través de la Comedia del recibimiento (1582). No puede causarnos indiferencia ese nombrar al religioso tres años después de la pieza que este compuso para dar la bienvenida al nuevo obispo de la diócesis de Canarias, Fernando de Rueda, y hacerlo en la que sería su ópera prima —la mentada Galatea (1585)—, una novela pastoril que arrastró en su corazón hasta los instantes finales de su vida. El espacio selvático —Moya en esencia—, que porta el nombre del noble aborigen caído con treinta años un siglo antes (1480), y las riberas del Tajo, donde la hermosa Galatea centra los pensamientos de Elicio, pujan por abrazarse en esta particular analogía; y en el ánimo, constatada la relación, se vuelve inevitable una pregunta al duende de las confluencias: ¿en qué medida la valentía del caudillo canario, que pasó de trasquilado a guayre, no tenía su reflejo en la de nuestro treintañero Miguel cuando intentó cambiar el rumbo de su vida adentrándose en la literatura después de conocer y padecer las tragedias de la guerra en Lepanto, la crudeza de la esclavitud en Argel y los desdenes cortesanos?
A este «Cairasco, cantas del amor el ánimo» que sustenta en su explicitud mi percepción de una Moya cervantina quisiera unir una imagen: la del océano Atlántico, la de esa vasta extensión que Tomás Morales, hijo de la villa, iluminó con versos y que, de algún modo, se asemeja a los campos manchegos en esa perturbadora noción de hallarnos rodeados de distancias inmensurables. En esta metáfora, alargada es la sombra cervantina: donde arrieros allí, gentes de mar aquí; donde caminos terrestres, travesías marítimas; en todas partes, entre todos, esa asunción de la soledad y el aislamiento ante la infinidad como raíz para pensarse como individuos y como comunidad (recuérdese, ya lo he expuesto con anterioridad: identidad propia para enriquecer la identidad colectiva). Las noches moyenses, en la montaña, limpias, inmensas, embriagadoras, ¿en qué difieren de las que acogían las cavilaciones del hidalgo? En el corazón de ambos espacios, con independencia de si son reales o recreados, brota la aventura de saberse vivos y el convencimiento de que siempre ha de llegar algo nuevo y mejor cada día; resplandece, en suma, la luz del presente con forma de esperanza. Esto nos enseñó Cervantes con su vida y su obra; y de todo esto sabe Moya de sobra desde su origen mismo como población.
Creo, pues, que se cumple el segundo requisito; y considero que el tercero, el de las actividades cervantinas, queda, por una parte, confirmado y consolidado por la amplia trayectoria de iniciativas relacionadas con Cervantes y el Quijote que el municipio grancanario ha llevado a cabo durante muchos años —muchísimos— gracias al incansable trabajo realizado por un elevado número de personas vinculadas con los ámbitos de la educación y de la cultura que ahora condenso y represento —el espacio de escritura así me lo exige— en la figura de un renombrado intelectual como don Luis Balbuena Castellano, uno de nuestros cervantistas de pro en Canarias; y, por la otra, reconfirmado y “reconsolidado”, si se me permite la expresión, desde el mismo instante en el que el Ayuntamiento de la Villa de Moya, con su alcalde al frente (don Raúl Afonso Suárez), formaliza su candidatura para que el municipio se integre en la Red de ciudades cervantinas. Hacer la petición, compromete; y las gentes de bien siempre cumplen. Y se consigue que esté “requeteconfirmado” y “requeteconsolidado” este tercer criterio gracias al apoyo explícito que ha manifestado el señor consejero de Educación, Formación Profesional, Actividad Física y Deporte del Gobierno de Canarias (don Hipólito A. Suárez Nuez).
Con estos firmes y necesarios sustentos, y con la evocación afectuosa del largo camino cervantino y cervantófilo que ha recorrido el municipio grancanario, nadie ha de dudar de la grandiosa capacidad que tiene Moya para cumplir de manera rigurosa con cada uno de los puntos que conforman el decálogo de la Red de ciudades cervantinas; máxime porque la hermosa localidad no estará sola en este viaje que queremos que emprenda: sentiremos como propio el anhelado visto bueno al reconocimiento solicitado cuantos habitamos en la isla de Gran Canaria, y cuantos formamos parte de la provincia de Las Palmas, y cuantos pertenecemos a Canarias y, por extensión, cuantos desde la gran comunidad que constituye el hispanismo tomamos con emoción y cariño el Quijote gracias al que para mí es el más admirable de los logros de esta tan maravillosa como única novela: que consigue hacernos sentir que, en el fondo, en sus páginas solo se habla de nosotros.
*Victoriano Santana es Doctor en Filología Española, profesor de Secundaria, escritor y editor.