Antonio Morales Méndez*
El pasado fin de semana, durante la jornada convocada por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria para dar cuenta de la I Conferencia Estratégica Proa 2020, el Alcalde de esta ciudad, Jerónimo Saavedra, durante su intervención, y apelando a la "sensatez y a la ética", afirmó que Gran Canaria "no puede seguir siendo la isla del no a la prisión, del no al gas, del no a los centros de rehabilitación de jóvenes". Para el primer edil capitalino es imprescindible, paradójicamente, abogar por mecanismos de participación que rompan el miedo al futuro, porque la ciudadanía no puede seguir identificándose "con la protesta" .Debe aceptar sin rechistar el futuro que proponen otros. Digo yo.
Hasta aquí, cualquiera que escuchara o leyera estas manifestaciones, no podría sino suscribir esta voluntad de hacer posible la búsqueda de alternativas de desarrollo socioeconómico desde la complicidad del conjunto de la sociedad. Pero la intervención de Jerónimo Saavedra se queda en la superficie y no entra a valorar las verdaderas causas de la percepción que en estos momentos tienen los grancanarios de sus políticos y de las políticas que desarrollan.
Sin entrar en los detalles que giran en torno a la implantación del gas, cuya introducción en Canarias se pretende realizar al margen del debate social, del análisis científico que lo cuestiona, del desprecio a las energías renovables y creando a dedo una empresa, formada por diez constructores de aquí y de Tenerife; sin entrar en los detalles de la construcción de una nueva cárcel, rebotada de municipio en municipio, sin el diálogo y el consenso necesario con las administraciones y los vecinos, sin ningún tipo de información ni transparencia..., lo que realmente se esconde detrás de todo eso, es la absoluta desconfianza de los ciudadanos en la política, los políticos, los partidos y las instituciones. Por eso el no, Jerónimo.
No es casualidad que apenas el 50% de los hombres y mujeres de esta tierra se acerquen a las urnas en los momentos electorales, ni lo es el que una sociedad como la nuestra, no crea mayoritariamente en los jueces ni en los políticos, según las últimas encuestas del CIS. Los ciudadanos perciben claramente cómo la corrupción campea a sus anchas, peligrosamente, en las entrañas del poder y tienen también muy claro que los partidos políticos son considerados, junto con las empresas de construcción, las vías más importantes para la perpetuación de la corrupción, como acaba de señalar Transparencia Internacional. Los ciudadanos, cada vez más, observan con recelo y rechazo esa peligrosa sintonía de la política y la empresa que se asoma gráficamente a la calle a través de los medios de comunicación, que dan cuenta de las bodas fastuosas o cenas familiares empresariales con la presencia de una parte importante de la clase política y que no termina siendo sino la expresión pública de que, por algunos vericuetos, se entrecruzan las decisiones políticas y empresariales sin ningún tipo de pudor. Y dudan del por qué se toman una buena parte de las decisiones, si por razones políticas o por razones económicas. De otra, la gente no comprende cómo, a la hora de pedirles el voto, se les promete no gobernar con los bárbaros y al día siguiente se pacta con los bárbaros. Y por eso, muchas veces el no, Jerónimo.
Desde luego, no puede existir democracia, así en el sentido más amplio, si no funcionan las instituciones y si no transmiten credibilidad y no son capaces de percibir y de actuar de acuerdo con el sentir ciudadano.
No podemos sostener el funcionamiento de la democracia en un puro proceso formal de acudir a las urnas y delegar. El concepto liberal conservador así expresado, pugna por hacer valer únicamente la decisión de la representación indirecta a través de los partidos y el control que éstos realizan sobre los cargos electos y con presencia en las instituciones, menospreciando hasta el limite la participación, el debate, la información y el control real de la ciudadanía. Y por eso, otra vez el no, Jerónimo.
El sentido común no siempre está del lado de la política y los políticos, sobre todo cuando este poder se arroga una representación sin límites y sin control. Esta claro que la política y los políticos no conforman el conjunto de la sociedad. No se puede decidir por todos sin contar con el sentir de todos.
Ya en otra ocasión cite a Cánovas del Castillo y su frase, pronunciada en el Congreso de los Diputados en 1878: "sobre todos nosotros está…la opinión pública". No está de más, en absoluto, el no cuando se trata de fiscalizar, dudar, exigir información y transparencia y sobre todo, rearmarse frente al desarrollismo incontrolado que hipoteca el futuro de los pueblos. Para los romanos y los griegos la democracia sólo era posible desde el equilibrio de las fuerzas sociales y los poderes políticos. Así debe ser también para nosotros. A no ser que estemos construyendo otra manera de entender la democracia, sin los ciudadanos de a pie. Por eso el no, Jerónimo, porque a veces sólo queda el no.
Para la filósofa Helena Béjar, "la mudanza de hombre a ciudadano se produce por el orgullo de pertenecer a una comunidad en la que uno cuenta y que confiere vigor y seguridad". A ver si aprendemos.
Hasta aquí, cualquiera que escuchara o leyera estas manifestaciones, no podría sino suscribir esta voluntad de hacer posible la búsqueda de alternativas de desarrollo socioeconómico desde la complicidad del conjunto de la sociedad. Pero la intervención de Jerónimo Saavedra se queda en la superficie y no entra a valorar las verdaderas causas de la percepción que en estos momentos tienen los grancanarios de sus políticos y de las políticas que desarrollan.
Sin entrar en los detalles que giran en torno a la implantación del gas, cuya introducción en Canarias se pretende realizar al margen del debate social, del análisis científico que lo cuestiona, del desprecio a las energías renovables y creando a dedo una empresa, formada por diez constructores de aquí y de Tenerife; sin entrar en los detalles de la construcción de una nueva cárcel, rebotada de municipio en municipio, sin el diálogo y el consenso necesario con las administraciones y los vecinos, sin ningún tipo de información ni transparencia..., lo que realmente se esconde detrás de todo eso, es la absoluta desconfianza de los ciudadanos en la política, los políticos, los partidos y las instituciones. Por eso el no, Jerónimo.
No es casualidad que apenas el 50% de los hombres y mujeres de esta tierra se acerquen a las urnas en los momentos electorales, ni lo es el que una sociedad como la nuestra, no crea mayoritariamente en los jueces ni en los políticos, según las últimas encuestas del CIS. Los ciudadanos perciben claramente cómo la corrupción campea a sus anchas, peligrosamente, en las entrañas del poder y tienen también muy claro que los partidos políticos son considerados, junto con las empresas de construcción, las vías más importantes para la perpetuación de la corrupción, como acaba de señalar Transparencia Internacional. Los ciudadanos, cada vez más, observan con recelo y rechazo esa peligrosa sintonía de la política y la empresa que se asoma gráficamente a la calle a través de los medios de comunicación, que dan cuenta de las bodas fastuosas o cenas familiares empresariales con la presencia de una parte importante de la clase política y que no termina siendo sino la expresión pública de que, por algunos vericuetos, se entrecruzan las decisiones políticas y empresariales sin ningún tipo de pudor. Y dudan del por qué se toman una buena parte de las decisiones, si por razones políticas o por razones económicas. De otra, la gente no comprende cómo, a la hora de pedirles el voto, se les promete no gobernar con los bárbaros y al día siguiente se pacta con los bárbaros. Y por eso, muchas veces el no, Jerónimo.
Desde luego, no puede existir democracia, así en el sentido más amplio, si no funcionan las instituciones y si no transmiten credibilidad y no son capaces de percibir y de actuar de acuerdo con el sentir ciudadano.
No podemos sostener el funcionamiento de la democracia en un puro proceso formal de acudir a las urnas y delegar. El concepto liberal conservador así expresado, pugna por hacer valer únicamente la decisión de la representación indirecta a través de los partidos y el control que éstos realizan sobre los cargos electos y con presencia en las instituciones, menospreciando hasta el limite la participación, el debate, la información y el control real de la ciudadanía. Y por eso, otra vez el no, Jerónimo.
El sentido común no siempre está del lado de la política y los políticos, sobre todo cuando este poder se arroga una representación sin límites y sin control. Esta claro que la política y los políticos no conforman el conjunto de la sociedad. No se puede decidir por todos sin contar con el sentir de todos.
Ya en otra ocasión cite a Cánovas del Castillo y su frase, pronunciada en el Congreso de los Diputados en 1878: "sobre todos nosotros está…la opinión pública". No está de más, en absoluto, el no cuando se trata de fiscalizar, dudar, exigir información y transparencia y sobre todo, rearmarse frente al desarrollismo incontrolado que hipoteca el futuro de los pueblos. Para los romanos y los griegos la democracia sólo era posible desde el equilibrio de las fuerzas sociales y los poderes políticos. Así debe ser también para nosotros. A no ser que estemos construyendo otra manera de entender la democracia, sin los ciudadanos de a pie. Por eso el no, Jerónimo, porque a veces sólo queda el no.
Para la filósofa Helena Béjar, "la mudanza de hombre a ciudadano se produce por el orgullo de pertenecer a una comunidad en la que uno cuenta y que confiere vigor y seguridad". A ver si aprendemos.
*Antonio Morales Méndez es Alcalde de la Villa de Agüimes.