Antonio Morales*
No tengo nada contra el fútbol, aunque soy incapaz de seguir una liga semana tras semana y se me revela el intelecto contra esa preocupación constante por si gana o pierde un equipo (con el que te identificas de manera casi religiosa) que está formado, en su mayoría, por imberbes displicentes, prepotentes y soberbios que juegan cuando quieren y presionan, chantajean y desprecian a sus aficiones, aunque siempre sea la mejor del mundo, cuando les conviene.
También es verdad que, en muchas ocasiones, me sitúo en un plano intermedio (sobre todo cuando se trata de grandes encontronazos de la liga española o internacional) entre lo que afirmó Rudyard Kipling en 1880 cuando se burló de este deporte y de "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan" y de como lo describió Antonio Gramsci, insigne marxista, que lo definió como un "reino de la lealtad humana ejercida al aire libre", tal y como recoge Eduardo Galeano en su libro "El fútbol a sol y sombra", publicado en 1995, por Catálogos Editora.
Hecha esta introducción, voy al grano y les confieso mi desasosiego ante el altísimo grado de sometimiento de la sociedad española, sus ciudadanos y sus instituciones, ante un mundo tan poco transparente como es el del fútbol y el entramado de intereses especulativos que le rodea.
En una situación económica tan terrible como la estamos viviendo con más de cuatro millones de parados, con más de un 30% de nuestra población inmersa en una pobreza severa, con ocho millones de españoles viviendo por debajo del umbral de la pobreza, con un gobierno desbordado por un déficit público galopante para poder hacer frente a la crisis a través de las prestaciones sociales, la obra pública y la cuestionable salvación de la banca…, los grandes clubes españoles de fútbol se han lanzado a una impúdica caza de fichajes absolutamente obscena, como la calificó días atrás The Times, en las que sólo las contrataciones de Kaká y Cristiano Ronaldo, por ejemplo, han supuesto para el Real Madrid una inversión de 170 millones de euros, o lo que es lo mismo, más de veintiocho mil millones de pesetas.
Mientras las Pymes españolas denuncian día tras día la dura situación que atraviesan auspiciada por las condiciones especialmente restrictivas de la banca para concederles créditos; mientras asistimos impotentes en el último año al cierre de casi veinte mil negocios por falta de financiación; cuando vemos a nuestro alrededor a muchas familias perder sus viviendas por la negativa de los bancos a negociar sus hipotecas…, entidades financieras como Caja Madrid y el Banco de Santander han aprobado recientemente, cada una de ellas, un crédito al club merengue de 76 millones de euros, por cinco años con dos de carencia, una cantidad que se suma a los más de cuatro mil millones de euros (seiscientos sesenta y cinco mil quinientos cuarenta y cuatro millones de pesetas) de deuda bancaria de los clubes de balompié españoles.
También es verdad que, en muchas ocasiones, me sitúo en un plano intermedio (sobre todo cuando se trata de grandes encontronazos de la liga española o internacional) entre lo que afirmó Rudyard Kipling en 1880 cuando se burló de este deporte y de "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan" y de como lo describió Antonio Gramsci, insigne marxista, que lo definió como un "reino de la lealtad humana ejercida al aire libre", tal y como recoge Eduardo Galeano en su libro "El fútbol a sol y sombra", publicado en 1995, por Catálogos Editora.
Hecha esta introducción, voy al grano y les confieso mi desasosiego ante el altísimo grado de sometimiento de la sociedad española, sus ciudadanos y sus instituciones, ante un mundo tan poco transparente como es el del fútbol y el entramado de intereses especulativos que le rodea.
En una situación económica tan terrible como la estamos viviendo con más de cuatro millones de parados, con más de un 30% de nuestra población inmersa en una pobreza severa, con ocho millones de españoles viviendo por debajo del umbral de la pobreza, con un gobierno desbordado por un déficit público galopante para poder hacer frente a la crisis a través de las prestaciones sociales, la obra pública y la cuestionable salvación de la banca…, los grandes clubes españoles de fútbol se han lanzado a una impúdica caza de fichajes absolutamente obscena, como la calificó días atrás The Times, en las que sólo las contrataciones de Kaká y Cristiano Ronaldo, por ejemplo, han supuesto para el Real Madrid una inversión de 170 millones de euros, o lo que es lo mismo, más de veintiocho mil millones de pesetas.
Mientras las Pymes españolas denuncian día tras día la dura situación que atraviesan auspiciada por las condiciones especialmente restrictivas de la banca para concederles créditos; mientras asistimos impotentes en el último año al cierre de casi veinte mil negocios por falta de financiación; cuando vemos a nuestro alrededor a muchas familias perder sus viviendas por la negativa de los bancos a negociar sus hipotecas…, entidades financieras como Caja Madrid y el Banco de Santander han aprobado recientemente, cada una de ellas, un crédito al club merengue de 76 millones de euros, por cinco años con dos de carencia, una cantidad que se suma a los más de cuatro mil millones de euros (seiscientos sesenta y cinco mil quinientos cuarenta y cuatro millones de pesetas) de deuda bancaria de los clubes de balompié españoles.
Y siendo esto gravísimo, por lo que significa de escenificación desvergonzada de un derroche deshonesto y exhibicionista, realmente lo peor, lo más execrable, figura en los sótanos del poder desde la complicidad y la claudicación de los gobiernos de turno. Así, en estos momentos la deuda de las entidades futbolísticas con la Agencia Tributaria española supera los 600 millones de euros (más de 100.000 millones de pesetas) y los casi 5 millones de euros (alrededor de novecientos millones de pesetas) con la Seguridad Social. Mientras a muchos ciudadanos de a pie se les embarga por la tesorería de la Seguridad Social hasta un microondas o algunos pequeños empresarios terminan en la cárcel por sus impagos, los clubes de fútbol se pasean ante todos nosotros con una deuda que aumenta año tras años y eso que, en 1985 y 1990, se beneficiaron de planes de saneamiento puestos en marcha por el Estado. Efectivamente, tras la aprobación de la Ley 10/1990, más conocida como la Ley del Deporte, se hacía un borrón y cuenta nueva al propiciar que la Liga de Fútbol Profesional se hiciera cargo de la deuda que las entidades deportivas tuvieran con Hacienda, el Banco Hipotecario y la Seguridad Social. Quince años después, no sólo no se puso remedio a aquella situación sino que el problema se ha agravado enormemente. Y para más INRI, tras la aprobación de la Ley Beckham, conocida así porque el gobierno de turno cambió en su día la normativa vigente para favorecer el fichaje del jugador inglés por el club blanco, los futbolistas extranjeros que jueguen en la liga española tributan sólo un 24%, cuando cualquier contribuyente español, con un salario semejante, tributaría al 43%. Los jugadores cobran así mucho más y los clubes pagan menos impuestos, todo sea en loor del deporte rey.
Paralelamente a todo esto, se entrecruzan operaciones urbanísticas altamente cuestionables como la recalificación deportiva del Bernabéu o la del Mestalla en Valencia, donde ayuntamientos y gobiernos autónomos participaron en un cambio de uso de suelo deportivo a residencial de alta edificación para conseguir aliviar la deuda de los clubes respectivos; se entrecruzan intereses de constructores y políticos; se entrecruzan operaciones de lavado de imagen y dineros… cuando no intentos como el de Gazprom, la multinacional rusa del gas, dueña del Shalke 04 y del Volgar ruso, de comprar a la U.D. Las Palmas, por ejemplo, porque le interesaba introducirse en Canarias.
Y con ser todo esto grave, gravísimo, lo es más el que se produzca desde la complacencia y complicidad de un sector importante de la ciudadanía. Frente al deterioro de los servicios públicos como la sanidad y la educación, al deterioro del sistema democrático, que alcanza un grado preocupante en los distintos rankings internacionales que evalúan la corrupción, el nivel de libertades o la independencia de la justicia, los ciudadanos parecen mirar para otro lado cuando no jalear o imbuirse en este circo colectivo que gira alrededor de lo más superficial del fútbol, sus estrellas mediáticas y sus oropeles, en una especie de bálsamo alucinógeno que adormece inquietudes y derechos y deberes ciudadanos.
No se explica si no el que más de 60.000 sevillanos salieran a mitad de junio a la calle para pedir a Lopera que dejara al Betis, como si ese fuera el problema más grande de Andalucía en ese momento. Aunque para circo, los de Kaká (su esposa acaba de declarar que Dios aportó mucho dinero al Madrid para que se pudiera contratar a su marido) o Cristiano Ronaldo, que congregó a casi noventa mil personas, con groupies incluidas, en su presentación para oírle decir originalmente que él quiso ser siempre, desde niño, del Real Madrid.
Sin duda, me parece altamente preocupante esta claudicación de una sociedad desarmada, dócil, acrítica, que se traduce en un servilismo de lo más banal y superficial y que trasluce un sometimiento, desde la desinformación o la falta de formación, a los valores más superficiales de un sistema al que no le interesa, para nada, que se produzca una transformación del modelo socioeconómico instalado.
Paralelamente a todo esto, se entrecruzan operaciones urbanísticas altamente cuestionables como la recalificación deportiva del Bernabéu o la del Mestalla en Valencia, donde ayuntamientos y gobiernos autónomos participaron en un cambio de uso de suelo deportivo a residencial de alta edificación para conseguir aliviar la deuda de los clubes respectivos; se entrecruzan intereses de constructores y políticos; se entrecruzan operaciones de lavado de imagen y dineros… cuando no intentos como el de Gazprom, la multinacional rusa del gas, dueña del Shalke 04 y del Volgar ruso, de comprar a la U.D. Las Palmas, por ejemplo, porque le interesaba introducirse en Canarias.
Y con ser todo esto grave, gravísimo, lo es más el que se produzca desde la complacencia y complicidad de un sector importante de la ciudadanía. Frente al deterioro de los servicios públicos como la sanidad y la educación, al deterioro del sistema democrático, que alcanza un grado preocupante en los distintos rankings internacionales que evalúan la corrupción, el nivel de libertades o la independencia de la justicia, los ciudadanos parecen mirar para otro lado cuando no jalear o imbuirse en este circo colectivo que gira alrededor de lo más superficial del fútbol, sus estrellas mediáticas y sus oropeles, en una especie de bálsamo alucinógeno que adormece inquietudes y derechos y deberes ciudadanos.
No se explica si no el que más de 60.000 sevillanos salieran a mitad de junio a la calle para pedir a Lopera que dejara al Betis, como si ese fuera el problema más grande de Andalucía en ese momento. Aunque para circo, los de Kaká (su esposa acaba de declarar que Dios aportó mucho dinero al Madrid para que se pudiera contratar a su marido) o Cristiano Ronaldo, que congregó a casi noventa mil personas, con groupies incluidas, en su presentación para oírle decir originalmente que él quiso ser siempre, desde niño, del Real Madrid.
Sin duda, me parece altamente preocupante esta claudicación de una sociedad desarmada, dócil, acrítica, que se traduce en un servilismo de lo más banal y superficial y que trasluce un sometimiento, desde la desinformación o la falta de formación, a los valores más superficiales de un sistema al que no le interesa, para nada, que se produzca una transformación del modelo socioeconómico instalado.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.