La Provincia
Tenefé. Siglo XVIII. Sobre el erial reseco del litoral van surgiendo los cocederos, molinos y dunas blancas que crecen en la misma medida que la creciente cadena de salinas que prosperan por la demanda de las ricas pesquerías saharianas.
Dos siglos después, cuando esas explotaciones están a punto de convertirse en pura arqueología, el Ayuntamiento de Santa Lucía ha decidido reconvertirlas en un vivero de empleo, creando un taller de 22 chicos para su rehabilitación y una cooperativa de salineros, para lo que cuenta con doce alumnos.
Una de éstas últimas es María José Caballero, de 20 años, que lo tiene claro: "Quiero vivir de las salinas". Igual que Jeremay de la Cruz, de 19 años, o Cristian Sosa, de 18, que mantiene su fe en la expectativa: "posiblemente logremos un trabajo de salineros", dicen. Algo que avala su monitor, Juan Lozano, quién explica que los doce futuros salineros podrán atender no sólo las salinas de Santa Lucía, "sino las otras cuatro de Playa de Vargas y Arinaga, en Agüimes".
La puesta en marcha de la iniciativa, que tiene el apoyo del Servicio Canario de Empleo, no ha sido fácil. Melitina Vega, directora del taller, asegura que había sido muy difícil encontrar un salinero para que sea el monitor. Y es que la antigua industria está casi en el límite de su extinción: en el Sureste, las salinas de Arinaga están abandonadas, sólo atendidas por un salinero de 82 años, y las de Playa de Vargas también están gestionadas por personas de edad avanzada. Y ésta de Pozo Izquierdo estuvo funcionando hasta hace dos años, cuando Chano Viera, el último de la saga familiar, tuvo que dejar las tareas.
De momento, Juan Lozano, que también ejerce de secretario de la Asociación de Salineros de Canarias, se muestra convencido de que si los doce chicos y chicas de Santa Lucía de Tirajana se forman tendrán salida laboral en dos o tres años.