14 de diciembre de 2010

Opinión: "Mal consentido"

Martes, 14 de diciembre.

Antonio Morales*
Nos cercan. Van a por nosotros y no hay tregua. En los últimos meses, y con el claro objetivo de poner de rodillas al Estado, de debilitarnos, para continuar obteniendo ingentes ganancias en este monopoly sin escrúpulos en que se ha convertido el planeta, los mercados, con sus colaboracionistas de toda índole, han sometido a una auténtica humillación entreguista al gobierno socialdemócrata español de José Luis Rodríguez Zapatero, que no ha dudado en seguirles el juego y vaciar al Estado (la reducción del déficit nunca es suficiente), aún desde la confirmación de que hoy vivimos en una democracia de mínimos; si damos por válido que esto que estamos viviendo se pueda llamar democracia y no sainete dramático.
Así estamos comprobando cómo poco a poco se nos ha ido minando el Estado de Derecho y de Bienestar con el recorte de las pensiones y la inversión pública, propiciando una reforma laboral que permite la precariedad y el despido libre, barato y subvencionado; poniéndole en bandeja a la banca las cajas de ahorros, que terminarán siendo engullidas por ella y ahora privatizando sectores públicos estratégicos como los aeropuertos más rentables y eliminando los 426 € con los que un sector importante de nuestra sociedad hacía frente al terrible problema del paro, haciendo visible la más palpable falta de solidaridad y la quiebra de la protección del más débil, auténtico sentido de un Estado democrático. Y como no se cortan un pelo, ya están anunciándonos que todo esto no es suficiente y que en poco tiempo se recortarán las pensiones, se ampliará el periodo de cotización exigido para obtener una pensión y se aumentará la edad de jubilación, entre otras cosas. Se trata de marginar a millones de ciudadanos para crear una sociedad miedosa, en precario, a su servicio.
Al tiempo que traiciona a su electorado y a su ideología, Zapatero se siente ufano y mueve el rabo como el perrito ante la golosina. No en vano, en estos días todos son aplausos, hasta con las orejas. Aplausos del Wall Street Journal y The Financial Times. Aplausos del Eurogrupo. Aplausos de los voceros del neoliberalismo (¡hay que tomar más medidas!) y aplausos de los Estados Unidos, que ya se olvidó de que un día, cuando iba de progre, no se levantó al paso de su bandera pero que hoy, tal y como nos descubre el soplo de aire fresco y de transparencia que es Wikileaks, por eso quieren encerrar a Assange, por eso hasta han pedido que lo maten, ha puesto a los jueces, fiscales y ministros a disposición del Imperio para, entre otros asuntos, evitar que procesen a varios de sus soldados por la muerte de un periodista español y a pesar de que se le llenó la boca exigiendo responsabilidades hasta el final. Puro teatro.
Y mientras esto sucede, ¿qué hace la ciudadanía española? Se calla. Lo digo amargamente: los hombres y mujeres de este país se callan. Permanecen en silencio. Frente a los miles de estudiantes que en Francia, Portugal o Grecia salen a la calle a defender sus derechos, aquí los nuestros permanecen en silencio asidos al biberón del botellón. Frente a los miles de ciudadanos europeos manifestándose, aquí las movilizaciones son puramente testimoniales. Así nos va.
Por eso el título de este artículo, que no es mío, pero que he pedido prestado al catedrático de Filosofía Moral y Política, Aurelio Arteta, que acaba de publicar un libro, "Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente" (Alianza Editorial), que tiene como inspiración la situación del País Vasco, pero que sin ninguna duda podemos extrapolar al escenario de los otros silencios cómplices que hoy permiten que vivamos todas las situaciones, y más, que he descrito anteriormente.
A lo largo del texto que me queda para finalizar el artículo, voy a intentar reproducir las reflexiones de Arteta que más se aproximan a lo que pretendo trasladarles: la necesidad de que pasemos a la acción y que no permitamos que sometan nuestra voluntad y nuestra libertad. Para el autor de "Mal consentido", la pasividad tiene como producto el crecimiento del mal social y el poderoso comete actos injustos ante el, y gracias al, silencio o el apocamiento de muchos y cita a J. Roth, "la indiferencia es el enemigo de todos los pueblos", y a Gramsci,
"la indiferencia es el peso muerto de la historia… pero nadie o muy pocos se preguntan: si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, ¿habría pasado lo que ha pasado?".
La ignorancia voluntaria (no me saquen de la rutina), la sujeción al grupo (difuminación de la responsabilidad), la insensibilidad moral (ni comprensión ni indignación) y la obediencia ciega a la autoridad (dice Adorno: "lo corderil es ello probablemente tan sólo una forma de lo bárbaro, en la medida en que está dispuesto a contemplar meramente lo abominable y a inclinar la cabeza en el momento decisivo"), hace que, afirma, seamos actores en una parcela social cada vez más reducida y espectadores de lo que ocurra en el resto de las parcelas. Lógico es que, también desde un punto de vista moral, seamos espectadores conformistas y pasivos. Chesterton lo definió como "el respeto cobarde de los hechos" y "el fanatismo de los indiferentes". El mal de muchos, dice, no parece sólo consuelo de tontos, sino sobre todo de pusilánimes.
Para el profesor vasco, nuestra rendición no hace más que reforzar la conducta contraria y aduce que, para ello, muchas veces recurrimos a emociones tramposas (nos conformamos con un "no hay derecho" o "tenemos que hacer algo"), a alegatos de puro espectador que nos hace comprometer las propias convicciones con vistas a obtener algunos fines políticos más deseables o principios de justificación de la abstención ("mi contribución no sirve de nada" o "el asunto es mucho más complejo de lo que parece").
Arteta nos dice que vivimos en una extendida "tentación de la inocencia", en una especie de limbo en el que nada nos puede ser exigido. El individuo contemporáneo, reflexiona, rechaza que se le acuse de defraudar una solidaridad a la que no se siente obligado y además, desde los medios de masa se nos imbuye de una culpa genérica, haciéndonos ver, día tras día, calamidades contra las que nada podemos hacer. Esa culpabilidad general sirve para inhibir la responsabilidad personal: "desoigamos la manida réplica de que ya todo da igual, que se trata de un quehacer inútil porque los acontecimientos ya no tienen vuelta atrás. No es inútil si aprendemos y nos disponemos a preparar un futuro que en lo posible acoja lo mejor de lo que pudo y debió ser". Realmente, el conocimiento es un deber social de primer orden:
"debemos saber para impedir el daño que puede estar gestándose".
El filósofo hace una llamada a dejar de lado la "ciudadanía de omisión", la más extendida en las sociedades liberales democráticas: "en una sociedad amenazada en su justicia política misma estas posturas abstencionistas contribuyen al desastre público". El ciudadano desentendido de toda participación de palabra y obra en política se equivoca, apunta, cuando, desde ese mismo desentendimiento, se cree exonerado de cualquier responsabilidad en lo que pueda hacer un gobierno, y cita a Jaspers, que habla de la culpa de la pasividad que
"sabe de su culpa moral por cada fracaso que reside en la negligencia, por no haber emprendido todas las acciones posibles para proteger a los amenazados, para aliviar la injusticia, para oponerse".
"Hay omisiones que conducen al daño con tanta certeza como las acciones: por ejemplo cuando se deja proseguir un proceso social que, sin el menor margen de sorpresa, desembocará en el sufrimiento de muchos".
No podemos seguir consintiéndolo.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.