27 de julio de 2011

Opinión: "Sociedad Civil y Democracia"

Miércoles, 27 de julio.

Antonio Morales*
En España, en Europa, en Latinoamérica, en África…, la ciudadanía juega un papel extraordinario para defender la política y la democracia, en estos momentos en los que el poder económico mundial se impone sobre ellas. Una parte importante de la sociedad civil (aunque probablemente no la más numerosa) ha tomado las riendas de los deseos de transformación de la realidad, de la lucha por la reivindicación, la consolidación o la reinvención de la democracia. Pero el mismo concepto de sociedad civil ha tenido una larga y compleja historia que merece un análisis sosegado.
De hecho, el concepto de sociedad civil no siempre ha sido sinónimo de espacio de lucha y reivindicación ciudadana contra los poderes económicos y políticos establecidos. Es un concepto que surge en la modernidad, aunque hunde sus orígenes en la antigüedad clásica, para significar bien una sociedad civilizada (en oposición a las sociedades naturales, primitivas, salvajes o incivilizadas) o bien una sociedad política en la que existe un poder político o Estado que impone la ley y asegura una convivencia pacífica y ordenada.
Será el pensamiento liberal posterior el que rompa con esta identidad e introduzca una clara distinción entre ambas. En adelante, la sociedad política no será otra cosa que el poder político, sus representantes e instituciones, es decir, el Estado. Y la sociedad civil se identificará con el espacio de la libertad e iniciativa individual y privada, en el ámbito de un libre mercado y una economía capitalista que deberá funcionar sin mayor intervención o regulación por parte del Estado.
Frente a esta visión idílica, será Carlos Marx quien denuncie esta identificación entre sociedad civil y libertad sosteniendo que, en realidad, ni la sociedad civil es el reino de la libertad y la iniciativa individual, ni el Estado es una institución neutral que se limita a "guardar el campo", a salvaguardar el funcionamiento pacífico y ordenado de la sociedad. Mantendrá por el contrario que la sociedad civil es más bien "el campo de batalla del interés privado individual de todos contra todos", el reino donde impera el más crudo individualismo y egoísmo. En definitiva, el espacio donde acontece una auténtica "guerra de todos contra todos" (Hobbes) que genera profundas injusticias y desigualdades. A su vez, el Estado será un mero instrumento de poder en manos de una clase, la burguesía, y al servicio de sus intereses.
Esta distinción dicotómica ha sido, sin embargo, modificada por otra que tiende a dividir la sociedad en tres grandes áreas o ámbitos sociales. Y fue otro marxista, el italiano Antonio Gramsci quien, posteriormente, aportó una nueva concepción de la sociedad civil que tendrá enorme repercusión y que acaso constituya el germen de nuestra concepción actual. El Estado (economía y sociedad política) no se mantiene sólo sobre un poder de coerción o violencia, necesita consenso y aceptación social, que sólo serán posibles desde la sociedad civil propiamente dicha, compuesta por instituciones de muy diversos tipos que tienen una clara función ideológica y cultural: iglesias, sindicatos, partidos, intelectuales, escuelas, etc.
Es de ahí de donde surge la perspectiva actualmente más extendida según la cual la sociedad estaría compuesta por tres grandes ámbitos sociales: por un lado, el Estado, sus instituciones y representantes, articulado a partir de la lucha por el poder político; por otro, la economía donde se mueve el interés, el dinero y el lucro; y, por último, la sociedad civil que acoge una multiplicidad de entidades e instituciones sociales de carácter autónomo, en teoría tan independientes del Estado como de la economía (las oenegés…por ejemplo), en las que la ciudadanía trata de influir sobre uno y otro a través de la movilización social y la creación de una opinión pública crítica con ambos. Se trata por tanto de una idea de la sociedad civil como multiplicidad de entidades ciudadanas cuyo objetivo no es conquistar el poder político o económico sino, más bien, constituirse en una instancia crítica con ambos: pretende ser "un aguijón continuamente clavado en el flanco del poder político y económico".
Pero no podemos distraernos. El neoliberalismo, en auge en la actualidad, nos quiere hacer volver a la idea de sociedad civil en la que cada cual lucha por sus intereses privados sin que el Estado intervenga para regular el ciclo económico e imponer políticas de justicia social. Pretende no sólo la crítica al asociacionismo ciudadano y su participación política sino también una severa reducción del papel y de las responsabilidades del Estado.
Desde luego, lo que acabo de hacer es plantear una mera descripción a vuela pluma para situarnos en el significado de un concepto que probablemente hoy haya adquirido otra dimensión para la mayoría de los ciudadanos. Y es que nadie duda que, frente a la incapacidad de la política para plantar cara a los mercados que secuestran la democracia, sólo la sociedad civil tiene la llave para conseguir transformar la realidad. "Acobardados y sumisos ante la razón de Estado sólo nos queda prepararnos para ser unos obedientes y eficaces esclavos (…) nada más democrático que recuperar nuestra estima, el lado luminoso de la autocrítica y la libertad individual" (Rafael Argullol). Frente a la resignación, a la aceptación cómplice, al consentimiento, al miedo o la impotencia, cada vez toman mayor protagonismo, tanto en Europa como en África y otras partes del mundo, grupos sociales que se unen para organizarse políticamente y, superando diferencias de todo tipo, alcanzar la democracia o profundizar en su sentido más participativo. De modo genérico, en África esas luchas rechazan los Estados autoritarios y predatorios (que predan, roban y saquean los recursos públicos en beneficio propio, familiar o de sus redes clientelares) y defienden la instauración de formas de gobierno democráticas y de orientación social. En Latinoamérica buscan reconquistar o reafirmar esa misma democracia y una sociedad más justa y equitativa. En Europa quieren extender y ahondar en la propia democracia y someter el poder de los mercados. En suma, un mismo objetivo compartido desde diferentes realidades sociales.
Se hace hoy más necesario que nunca recuperar en la calle y en las urnas el poder ciudadano delegado sin límites a las instituciones y los partidos, pero no podemos hacerlo al margen de la democracia, los logros sociales y los derechos que hemos ido alcanzando; debemos aprovecharlos y apurarlos al máximo y no siempre lo hacemos. Cuanto más débil es la democracia más se quiebran los cauces para la participación ciudadana y la prueba más palpable es el funcionamiento de los partidos políticos, de estructuras cerradas y poco democráticas, con financiaciones irregulares… Por eso las transformaciones sociales se deben alcanzar desde la democracia y desde la política, sin que eso suponga la sumisión y la aceptación de un sistema anquilosado en el que se mueven como pez en el agua la derecha económica y una socialdemocracia desbordada. Sin esos cimientos difícilmente podríamos alcanzar otro modelo de sociedad.
Federico Mayor Zaragoza acaba de publicar "Delito de silencio", un libro de apenas sesenta páginas, del estilo del "¡Indignaos!" de Hesse, que resume de manera precisa el reto de la sociedad civil. Para el que fuera Director General de la UNESCO, es el momento de los pueblos, de la movilización ciudadana para hacer frente a lo que llama el "gran dominio" económico, energético, militar, mediático; de pasar de súbditos a ciudadanos, de espectadores a actores, frente a la complicidad de la ciencia, el mundo académico o los artistas y frente a la salvación que nos ofrecen los G-20, G-8 y demás. Es el momento de plantar cara a los mercados y a nuestra condición de meros consumidores; al miedo y a los déficits de la educación; al enorme poder mediático controlado por los poderes económicos para anular la crítica y el conocimiento y para hacernos mirar para otro lado; es el momento de proponer la utilización de Internet para alcanzar la libertad y para que el siglo XXI sea el siglo de la gente. Es la hora de consolidar la política y la democracia frente a la especulación financiera; de reducir los gastos militares y de destinar más fondos al desarrollo global; de combatir los paraísos fiscales y la plutocracia, el analfabetismo, el hambre, el tráfico de drogas legalizándolas… "No miren ahora hacia otro lado. Más vale prevenir que remediar. Aceleren el cambio. Se producirá de todas maneras. Piensen en la incontenible marea".
La primavera árabe, el 15 M, la ciudadanía movilizada para defender la democracia en Senegal, entre otros, no son sino la antitesis de lo que Chesterton definió como "el respeto cobarde de los hechos" y "el fanatismo de los indiferentes".
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.