Antonio Morales*
Desde hace unos años para acá, los ataques a la democracia y a los derechos ciudadanistas no dejan de recrudecerse. La "extremadamente agresiva", según Luis de Guindos, reforma laboral del PP de la semana pasada no ha hecho sino ahondar en la fragilidad de los trabajadores. Lejos de facilitar el acceso de los hombres y mujeres de este país al mundo del trabajo, las medidas adoptadas por el Gobierno y el Parlamento español profundizan en la precariedad, la desazón y el miedo.
A los recortes sociales, laborales y del Estado del bienestar se han sumado de una tacada el abaratamiento del despido improcedente, el allanamiento del despido libre, la anulación del sindicalismo, la inseguridad de los asalariados y la explotación de los jóvenes a cambio de migajas retributivas. Y aún les parece poco a los mercados, sus agencias y sus cómplices.
El intenso ataque del capitalismo, el neoliberalismo, o como lo queramos llamar, a la democracia en el viejo continente no cesa. La claudicación de la mayoría de los políticos y los gobiernos, y el sacrificio al que se somete a la ciudadanía parece no tener fin. El desprecio de los ciudadanos hacia la política, las instituciones públicas y a esta democracia, cada vez adquiere tintes más preocupantes y toma muchas veces forma de tecnocracia, populismo, extrema derecha, absentismo o indiferentismo cómplice.
Para el día 19 de este mes, los sindicatos españoles mayoritarios han organizado manifestaciones en toda España llamando a la participación ciudadana en la calle para expresar el rechazo a las medidas adoptadas. El 23, la Federación Sindical Mundial (FSM) ha convocado en distintos lugares del planeta (también en Las Palmas de Gran Canaria, de la mano de sindicatos de base y otras organizaciones) una concentración-manifestación en defensa de los servicios públicos. Para el 29, los sindicatos europeos, bajo el lema "Por el empleo y la justicia social", y dentro de una jornada de acción europea convocada por la Confederación Europea de Sindicatos, también han llamado a la movilización como muestra de oposición a las políticas de austeridad "socialmente injustas", los ajustes presupuestarios y los recortes sociales que solo han conseguido aumentar la pobreza y las desigualdades sociales. Sé que no son precisamente los sindicatos mayoritarios españoles los llamados a transformar la realidad. La verdad es que han frustrado muchas veces a sus bases y a los trabajadores. Pero aunque algunas de estas convocatorias la hagan asustados y dudando sobre su éxito, no podemos dejar pasar cada ocasión que se presente para mostrar nuestro rechazo a lo que está sucediendo.
Se hace necesario, ahora más que nunca, que se venzan todos los miedos y se despierten todas las esperanzas para que las voces de millones de personas no renuncien a defender en la calle, en los trabajos y en las instituciones públicas, los espacios de libertad alcanzados tras cruentas guerras mundiales o dolorosas dictaduras. Es el momento de la acción para hacer oír las reivindicaciones de ciudadanos libres que se rebelan contra el sometimiento de la democracia y de lo público y contra las campañas masivas de desmovilización social y de desprestigio de lo colectivo a las que nos encontramos sometidos. Es el momento de combatir el gas letal de la indiferencia, que según Chéjov, "equivale a una parálisis del alma, a una muerte prematura".
Josep Ramoneda piensa que la indiferencia es, probablemente, una manera equivocada de reducir el riesgo y que tiene tres componentes: la contraria a la naturaleza del hombre, según Aristóteles, que es la apolítica, "la indiferencia como alejamiento de la política y abandono de las responsabilidades"; la indiferencia con los demás, "la sensación de que vivo en un espacio aislado, propio, a lo sumo de un entorno reducido, y los otros, como más diferentes y alejados me parecen, más hostiles me resultan" y, finalmente, "la indiferencia como una jerarquización: todo es igual, todo vale lo mismo, todo tiene la misma significación, da lo mismo un atentado con 40 muertos que un reality show".
Para Baltasar Garzón, otra de las víctimas del involucionismo reinante, "alguien ha dicho que nos ha tocado vivir los tiempos de la vergüenza, la mediocridad y la renuncia. Vergüenza por el abandono de los principios que nos deberían ayudar a afrontar y superar los retos de una crisis económica fabricada por un capitalismo rampante; mediocridad porque se ha desarrollado una visión alicorta de la situación política y económica; y renuncia, porque todos, en un escenario de corresponsabilidad, estamos consintiendo y propiciando esta situación".
Pero realmente, todas estas opiniones sobre la indiferencia, son solamente una excusa para llegar a donde realmente quería: para compartir con ustedes un bello texto de Antonio Gramsci ("Odio a los indiferentes") que figura en una recopilación de sus escritos editada recientemente por Ariel con el mismo título. Redactadas en 1917, cuando apenas tenía 26 años, las palabras de Gramsci mantienen toda su vigencia: "Odio a los indiferentes. Creo, como Friedrich Hebbel, que 'vivir significa tomar partido'. (…) Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes. (…) La indiferencia es el peso muerto de la historia. (…) Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego sólo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después solo la revuelta podrá derogar, deja subir al poder a los hombres que luego solo un motín podrá derrocar. La fatalidad que parece dominar la historia no es otra cosa que la apariencia ilusoria de esta indiferencia, de este absentismo. Los hechos maduran a la sombra, entre unas pocas manos, sin ningún tipo de control, que tejen la trama de la vida colectiva, y la masa ignora, porque no se preocupa. (…) Algunos lloriquean compasivamente, otros maldicen obscenamente, pero nadie, o muy pocos, se preguntan: Si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿habría ocurrido lo que pasó? (…) Odio a los indiferentes porque también me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no ha hecho. Y siento que puedo ser inexorable, que no tengo que malgastar mi compasión, que no tengo que compartir con ellos mis lágrimas. (…) Vivo, soy partisano. Por eso odio a los que no toman partido, por eso odio a los indiferentes".
Sin duda, unas palabras muy duras para un momento muy duro, pero que no dejan de tener sentido en tiempos como los que vivimos. En cualquier caso, como dejó escrito André Gide: "El mundo será salvado, si puede serlo, solo por los insumisos".
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.
Desde hace unos años para acá, los ataques a la democracia y a los derechos ciudadanistas no dejan de recrudecerse. La "extremadamente agresiva", según Luis de Guindos, reforma laboral del PP de la semana pasada no ha hecho sino ahondar en la fragilidad de los trabajadores. Lejos de facilitar el acceso de los hombres y mujeres de este país al mundo del trabajo, las medidas adoptadas por el Gobierno y el Parlamento español profundizan en la precariedad, la desazón y el miedo.
A los recortes sociales, laborales y del Estado del bienestar se han sumado de una tacada el abaratamiento del despido improcedente, el allanamiento del despido libre, la anulación del sindicalismo, la inseguridad de los asalariados y la explotación de los jóvenes a cambio de migajas retributivas. Y aún les parece poco a los mercados, sus agencias y sus cómplices.
El intenso ataque del capitalismo, el neoliberalismo, o como lo queramos llamar, a la democracia en el viejo continente no cesa. La claudicación de la mayoría de los políticos y los gobiernos, y el sacrificio al que se somete a la ciudadanía parece no tener fin. El desprecio de los ciudadanos hacia la política, las instituciones públicas y a esta democracia, cada vez adquiere tintes más preocupantes y toma muchas veces forma de tecnocracia, populismo, extrema derecha, absentismo o indiferentismo cómplice.
Para el día 19 de este mes, los sindicatos españoles mayoritarios han organizado manifestaciones en toda España llamando a la participación ciudadana en la calle para expresar el rechazo a las medidas adoptadas. El 23, la Federación Sindical Mundial (FSM) ha convocado en distintos lugares del planeta (también en Las Palmas de Gran Canaria, de la mano de sindicatos de base y otras organizaciones) una concentración-manifestación en defensa de los servicios públicos. Para el 29, los sindicatos europeos, bajo el lema "Por el empleo y la justicia social", y dentro de una jornada de acción europea convocada por la Confederación Europea de Sindicatos, también han llamado a la movilización como muestra de oposición a las políticas de austeridad "socialmente injustas", los ajustes presupuestarios y los recortes sociales que solo han conseguido aumentar la pobreza y las desigualdades sociales. Sé que no son precisamente los sindicatos mayoritarios españoles los llamados a transformar la realidad. La verdad es que han frustrado muchas veces a sus bases y a los trabajadores. Pero aunque algunas de estas convocatorias la hagan asustados y dudando sobre su éxito, no podemos dejar pasar cada ocasión que se presente para mostrar nuestro rechazo a lo que está sucediendo.
Se hace necesario, ahora más que nunca, que se venzan todos los miedos y se despierten todas las esperanzas para que las voces de millones de personas no renuncien a defender en la calle, en los trabajos y en las instituciones públicas, los espacios de libertad alcanzados tras cruentas guerras mundiales o dolorosas dictaduras. Es el momento de la acción para hacer oír las reivindicaciones de ciudadanos libres que se rebelan contra el sometimiento de la democracia y de lo público y contra las campañas masivas de desmovilización social y de desprestigio de lo colectivo a las que nos encontramos sometidos. Es el momento de combatir el gas letal de la indiferencia, que según Chéjov, "equivale a una parálisis del alma, a una muerte prematura".
Josep Ramoneda piensa que la indiferencia es, probablemente, una manera equivocada de reducir el riesgo y que tiene tres componentes: la contraria a la naturaleza del hombre, según Aristóteles, que es la apolítica, "la indiferencia como alejamiento de la política y abandono de las responsabilidades"; la indiferencia con los demás, "la sensación de que vivo en un espacio aislado, propio, a lo sumo de un entorno reducido, y los otros, como más diferentes y alejados me parecen, más hostiles me resultan" y, finalmente, "la indiferencia como una jerarquización: todo es igual, todo vale lo mismo, todo tiene la misma significación, da lo mismo un atentado con 40 muertos que un reality show".
Para Baltasar Garzón, otra de las víctimas del involucionismo reinante, "alguien ha dicho que nos ha tocado vivir los tiempos de la vergüenza, la mediocridad y la renuncia. Vergüenza por el abandono de los principios que nos deberían ayudar a afrontar y superar los retos de una crisis económica fabricada por un capitalismo rampante; mediocridad porque se ha desarrollado una visión alicorta de la situación política y económica; y renuncia, porque todos, en un escenario de corresponsabilidad, estamos consintiendo y propiciando esta situación".
Pero realmente, todas estas opiniones sobre la indiferencia, son solamente una excusa para llegar a donde realmente quería: para compartir con ustedes un bello texto de Antonio Gramsci ("Odio a los indiferentes") que figura en una recopilación de sus escritos editada recientemente por Ariel con el mismo título. Redactadas en 1917, cuando apenas tenía 26 años, las palabras de Gramsci mantienen toda su vigencia: "Odio a los indiferentes. Creo, como Friedrich Hebbel, que 'vivir significa tomar partido'. (…) Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes. (…) La indiferencia es el peso muerto de la historia. (…) Lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego sólo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después solo la revuelta podrá derogar, deja subir al poder a los hombres que luego solo un motín podrá derrocar. La fatalidad que parece dominar la historia no es otra cosa que la apariencia ilusoria de esta indiferencia, de este absentismo. Los hechos maduran a la sombra, entre unas pocas manos, sin ningún tipo de control, que tejen la trama de la vida colectiva, y la masa ignora, porque no se preocupa. (…) Algunos lloriquean compasivamente, otros maldicen obscenamente, pero nadie, o muy pocos, se preguntan: Si yo hubiera cumplido con mi deber, si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, mis ideas, ¿habría ocurrido lo que pasó? (…) Odio a los indiferentes porque también me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no ha hecho. Y siento que puedo ser inexorable, que no tengo que malgastar mi compasión, que no tengo que compartir con ellos mis lágrimas. (…) Vivo, soy partisano. Por eso odio a los que no toman partido, por eso odio a los indiferentes".
Sin duda, unas palabras muy duras para un momento muy duro, pero que no dejan de tener sentido en tiempos como los que vivimos. En cualquier caso, como dejó escrito André Gide: "El mundo será salvado, si puede serlo, solo por los insumisos".
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes.