Antonio Morales*
Hace unos días, la concentración
de CO2 en la atmósfera alcanzó su máximo histórico al llegar a las 400 partes
por millón de moléculas. Se trata del mayor porcentaje registrado en tres
millones de años, según los datos de la estación meteorológica Mauna Loa,
considerada como el epicentro mundial para el estudio de los gases de efecto
invernadero. Para los responsables del Centro Oceanográfico de San Diego y de
la Administración Nacional de Océanos y Atmósfera de EEUU, la civilización se
encuentra en “zona de peligro” por la quema de carbón, petróleo y gas natural “que
está siendo el motor de la dramática aceleración del CO2 en la atmósfera”.
Según James Butler, director de
la división de vigilancia global de la NOAA, “durante la civilización humana el
dióxido de carbono ha estado en niveles de entre 180 a 280 partes por millón.
En poco más de cien años la especie humana lo ha elevado a 400. No hay ciclo
natural en este planeta capaz de hacer algo así tan rápido”. Para Ralph
Keeling, científico e hijo del creador de la “Curva de Keeling”, uno de los
medidores fundamentales de las transformaciones del clima, “la gente no ve
peligros a corto plazo, así que no se asusta. Eso es parte del problema. No se
atemoriza todo lo que debería. Si miras con detenimiento te das cuenta de la
magnitud preocupante de lo que estamos haciendo”.
También hace muy poco la revista
Nature Climate Change acaba de publicar un estudio de la Universidad de East
Anglia, de Reino Unido, en el que se concluye que casi dos tercios de las plantas
comunes y la mitad de los animales de la Tierra sufrirán una dramática
disminución en este siglo debido al cambio climático.
En marzo de este año, el
Centro para el Hielo y el Clima del Instituto Niels Borh, de la Universidad de
Copenhague, nos advertía de que cada dos años se producirá un huracán como el Katrina.
En el pasado mes de febrero, la Universidad de Harvard daba cuenta de un
informe en el que advertía que los primeros síntomas de la influencia del
calentamiento global en los acontecimientos meteorológicos especialmente
fuertes o intensos ya están aquí y van a seguir estándolo “y se intensificarán
en los próximos años”.
En el pasado mes de enero EE.UU
informaba que el cambio climático es una de las principales amenazas para su
seguridad, hasta el punto de que el Pentágono considera que “aunque el cambio
climático no causa conflictos por sí solo, puede actuar como acelerador de la
inestabilidad o el conflicto”. No en balde Barack Obama insiste una y otra vez
en que “seguiremos respondiendo a la amenaza del cambio climático sabiendo que
si no actuamos traicionaríamos a nuestros hijos y a las generaciones futuras.
Algunos negarán el dictamen abrumador de la ciencia, pero ninguno puede evitar
el impacto devastador de los incendios pavorosos, las sequías catastróficas y
las tormentas más potentes”.
También por esas fechas Josep Antón
Morgui, del departamento de Ecología de la Universidad de Barcelona y del IC3
nos decía que “las predicciones han fallado. El peor de los escenarios es el
que usa energía intensamente, y además solo de combustibles fósiles” y avisaba
de las graves afecciones sobre la salud producidas por el cambio climático.
En diciembre del año pasado, la
Universidad de Ohio nos lanzaba una alarma porque la Antártida se calienta a un
ritmo mucho más rápido de lo previsto, “lo que contribuye al aumento del nivel
de mar y a un escenario imprevisible en las próximas décadas”.
He querido relatar solamente los últimos
informes más significativos, aunque en realidad podría estar citando decenas y
decenas de estudios y de cumbres planetarias sobre el cambio climático y sus
consecuencias que parecen caer un día si y otro también en saco roto. Porque
los efectos no son inmediatos y porque “la gente no ve peligros a corto plazo”,
en las últimas décadas se ha intensificado la presencia de un movimiento a gran
escala llamándonos al negacionismo y al cuestionamiento de los efectos del
cambio climático. A través de organizaciones como el Donors Trust y el Donors
Capital Fund, los más importantes lobbies energéticos mundiales han inyectado y
siguen inyectando miles y miles de millones a investigadores, universidades y
medios de comunicación para contrarrestar los informes científicos concluyentes
sobre el cambio climático. Exxon Mobil, Chevron, BP, EON, BASF, Bayer, Koch
Industries (una de sus matrices en España fabrica los papeles higiénicos
Colhogar) y muchas otras han ido tejiendo una red tupida de centros de
pensamiento ultrareaccionarios y negacionistas en todo el mundo (Heartland
Institute, Heritage Fondation, Competitive Enterprise Institute, European
Enterprise Institute, Atlas Economic Research Foundation, Cooler Heads
Coalitionen… En España se valen de FAES y Juan de Mariana…) a los que financian
directamente para intentar torcer el mensaje científico y la percepción
ciudadana sobre la peligrosa deriva del clima.
Y no solo los lobbies. Poco a
poco se ha ido instalando entre nosotros (a mí me lo dijo personalmente, no hace
mucho, un importante representante empresarial) el que lo primordial es salir de
la crisis y no el medio ambiente. Lo fundamental es invertir y crecer. Da lo
mismo dónde, cómo y de qué manera. Muchas empresas no cejan en pelear contra
los planes de protección y los estudios de impactos medioambientales mientras
hablan de desarrollo sostenible. También un significado empresario nos decía
hace poco que la señal de la salida de la crisis sería cuando viéramos de nuevo
al Sur de la isla lleno de grúas…
Y para mejor muestrario, el de la
política energética en Canarias. Andan desaforados en introducir el gas y las
prospecciones petrolíferas y ponen cada día nuevas zancadillas a las renovables
paralizando la central hidroeléctrica de Chira-Soria, retrasando la consideración
de un régimen diferenciado a la producción de energías limpias o impidiendo la
instalación de energía eólica con la excusa de las afecciones aeroportuarias (fácilmente
corregibles). Y del balance neto y la generación cercana de energía ni olerla,
claro. En los últimos días hemos visto, además, como los empresarios expresan su
temor a que se deje sin efecto el último concurso eólico y cómo las nuevas
normas de seguridad aérea bloquean aún más a la energía eólica, pero el
ministro no para de hacer llamadas a las bondades del gas y del petróleo (además
del fracking y el carbón en la península).
Hace unos días Elisabeth
Rosenthal escribía en El País-The New York Times un artículo contundente: “¿De
verdad necesitamos los combustibles fósiles?”. Para esta prestigiosa científica
y periodista se está manteniendo artificialmente a nivel mundial el uso de los
fósiles en detrimento de las renovables. Nos dice que “merece la pena
reflexionar sobre hasta qué punto necesitamos realmente los combustibles fósiles”
y cita un estudio de la Universidad de Stanford que asegura que “es absolutamente
falso que necesitemos gas natural, carbón o petróleo. Es un mito”. Es más o
menos lo que nos dice Jeffrey D. Sachs: “Durante años, los climatólogos han
estado advirtiendo al mundo de que el alto consumo de combustibles fósiles
(carbón, petróleo y gas natural) va a provocar un cambio climático de origen
humano (…) Las evidencias son sólidas y se están acumulando con rapidez. La
humanidad se está exponiendo a un peligro cada vez mayor”…
Pero por aquí seguimos en las mismas.
Defendiendo los intereses de los lobbies petroleros y gasistas y poniendo en
riesgo a un territorio frágil en el que empiezan a aumentar las temperaturas,
el nivel del mar y la desertización; a aparecer peces tropicales y legiones de
aguavivas y a sucederse fenómenos meteorológicos adversos.
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes. (www.antoniomorales-blog.com)