Hace unos días, el catedrático de
Oceanografía Física de la ULPGC, Alonso Hernández, hizo llegar a los medios de
comunicación el último estudio realizado por el Instituto de Hidráulica
Ambiental de Cantabria donde se afirma que el incremento del nivel del mar en
las costas españolas se agudiza. Canarias sería una de las comunidades más
afectadas ya que se prevé un aumento de más de 80 centímetros, frente a la
media peninsular situada entre 60 y 72 centímetros. Estos datos vienen a
confirmar un estudio realizado hace cinco años por el departamento de
Oceanografía Física de nuestra universidad “sin que se hayan tomado medidas
para contener las emisiones de los gases de efecto invernadero que provocan el
calentamiento del planeta” según su responsable, hoy director del Instituto
Universitario de Investigación de Oceanografía y Cambio Global. Canarias y
Galicia serían las comunidades más afectadas y ya el ministerio de Medio
Ambiente apuntó en 2007 que muchas playas canarias podrían desaparecer en 2050
debido al aumento del nivel del mar en el mundo provocado por el cambio
climático.
También hace unas semanas, investigadores de
las universidades de Las Palmas de Gran Canaria y de Cabo Verde, que estudian
la flora y la fauna marina macaronésica, nos informaban de la llegada a
Canarias de especies marinas caboverdianas a causa del calentamiento global. No
son las primeras informaciones sobre incidencias de este tipo: la
tropicalización de nuestro clima está haciendo llegar a estas islas peces de
otras zonas y está produciendo fenómenos meteorológicos adversos y
modificaciones en la frecuencia y en la orientación de los alisios.
En los dos últimos artículos publicados en
este medio he hecho especial hincapié en la peligrosa deriva del planeta debido
al cambio climático producido por el calentamiento global. Cada vez con más
frecuencia distintos organismos internacionales y comunidades científicas nos
insisten machaconamente acerca de la necesidad de tomar medidas urgentes para
parar esta preocupante espiral. Los ejemplos cercanos suelen mover más las
conciencias, pero la realidad es que la OMM, el IPCC, la OMS, universidades y
científicos de todo el mundo no paran de advertirnos del avance de la
degradación de los ecosistemas, del descenso de las cosechas y la seguridad
alimentaria, del aumento y de la propagación de enfermedades infecciosas, de la
extinción de especies, del desplazamiento de millones de personas, del aumento
de la pobreza, las sequías y las inundaciones, de la acidificación de los
océanos, de la escasez del agua…
Como ya he afirmado en otros textos, los
embates de las grandes multinacionales de la industria y de la energía para
negar esta realidad son brutales. No solo invierten miles de millones en negar
el cambio climático comprando informes científicos y medios de comunicación
sino que un informe de la onegé Global Witness afirma que entre 2002 y 2013
fueron asesinados al menos 908 ecologistas defensores de los derechos sobre la
tierra o el medio ambiente.
Estas y otras razones convocan cada cierto
tiempo a las naciones del planeta para intentar reconducir la situación. Hasta
ahora todo ha quedado en nada. Una y otra vez se imponen criterios
desarrollistas y mercantilistas. Por eso la Cumbre del Clima convocada por la
ONU en Nueva York días atrás, con la presencia de 126 jefes de Estado, ha
despertado muy poca credibilidad en el planeta. Aunque se firmaron protocolos
para frenar las desforestaciones, se creó un fondo verde para ayudar a los
países más vulnerables y se pactaron convenios para reducir las emisiones en
más de 200 ciudades, lo cierto es que la mayoría de los países más implicados
no adquirieron ningún compromiso.
Y muchos de los que lo hicieron lucieron las
mejores galas de una retórica hueca. Falsa hasta el hastío. Como en el caso
español. Y es que el rey Felipe VI no se cortó un pelo, sin el menor pudor,
para afirmar que España es pionera en las medidas para reducir las emisiones
contaminantes. Mientras el Gobierno de Mariano Rajoy defiende el negacionismo
climático, apoya a las energías fósiles, ataca ferozmente a las renovables e
introduce modificaciones en la Ley de Costas que atentan gravemente contra el
patrimonio natural, Felipe VI declaró solemnemente en la sede de la ONU que
“España está realizando la transición hacia un nuevo modelo de crecimiento
basado en las energías renovables y en tecnologías limpias”. Y se quedó tan
pancho. Y se atrevió a ir más allá pidiendo un “nuevo acuerdo global y
vinculante que permita combatir el cambio climático” y demandando que
“seamos ambiciosos, seamos inteligentes… seamos sensibles y solidarios”. Ya lo
decía Maquiavelo: “Un príncipe no puede ni debe mantener fidelidad en las
promesas, cuando tal fidelidad redunda en perjuicio propio”. Aviados vamos si
todas las intervenciones expresadas en la cumbre merecen la misma credibilidad
y expresan el sentir real de los gobiernos de turno.
Y sin embargo lo que sí parece es que algo se
está moviendo. Ya comenté la semana pasada que la Unión de Bancos Suizos (UBS)
ha elaborado un informe en que el que sostiene que dentro de muy poco las
energías limpias serán más baratas que las sucias y anima a sus clientes
financieros a “unirse a la revolución” de las renovables. Los llama a
copar el mercado, sin ningún tapujo. También coincidiendo con la cumbre de
Nueva York, la familia Rockefeller anunció a bombo y platillo que abandonan el
negocio del petróleo para pasarse a las renovables. El representante del Fondo
de los Hermanos Rockefeller afirmó que “estamos convencidos de que si estuviera
vivo hoy (el magnate petrolero John Davison Rockefeller), como el astuto
empresario que vislumbra el futuro, dejaría atrás los combustibles fósiles para
invertir en energía limpia y renovable”.
Según el periódico digital elvigia.com, la
reforma eléctrica española propicia el interés de fondos extranjeros. Mientras
las pymes españolas que apostaron por las renovables se hunden acosadas por las
deudas y las medidas coercitivas del Gobierno, multinacionales de China, EEUU y
Reino Unido se interesan por las infraestructuras solares y eólicas españolas.
Está muy claro que estamos inmersos en una
guerra sin cuartel por el control de las energías renovables. Mientras apuran
al máximo el mercado de las fósiles hasta agotar los últimos recursos, los
lobbies energéticos presionan a los gobiernos para impedir la democratización
de la energía a través de las pymes, las instituciones públicas y los hogares,
asegurándose así su control para no perder el negocio y la capacidad de
influencia que les genera. Porque controlar la industria y la tecnología del
nuevo modelo energético, para utilizarlas o para frenarlas, les va a permitir
seguir manteniendo el dominio de la economía y de la política. Desde luego, para
estos lobbies, el cambio climático es algo absolutamente secundario. Porque el
capitalismo no conoce otra fórmula que la de producir y consumir
insaciablemente. Limitar las emisiones destruiría entonces el crecimiento
económico, según sus tesis.
Días antes de la Cumbre del Clima celebrada
la pasada semana, unas 1.600 organizaciones mundiales convocaron a más de
300.000 personas en las calles de Nueva York para demandar a los líderes
mundiales una mayor implicación en la lucha contra el calentamiento global. Es
el camino. No habrá cambios a nivel planetario si la sociedad civil mundial no
se moviliza. Es lo que afirma también Naomi Klein en un nuevo libro que acaba
de publicar con el título de “Capitalismo contra el clima”. En él sostiene que
solo los movimientos sociales de masas pueden salvarnos ahora. Porque sabemos
hacia donde se dirige el sistema actual si se deja sin control. Y ataca a las
“soluciones de tipo parche” como los pagos por las emisiones de carbono que no
impiden la degradación del planeta o alternativas “presuntamente limpias” como
el gas natural con la pretensión de que su utilización no contamina. ¿Les suena
este estribillo?
*Antonio Morales es Alcalde de Agüimes. (www.antoniomorales-blog.com)