Fernando T. Romero*
Los
mercados, Bruselas y algunos socios comunitarios continúan presionando con el
pretexto de la necesaria estabilidad. Amenazan y recurren al chantaje para que
no cristalice un gobierno de izquierdas. Y siguiendo esa consigna, últimamente
se multiplican los editoriales y comentarios favorables a una gran coalición
entre socialistas y populares con el apoyo de Ciudadanos.
Por su
parte, el Partido Popular parece que no tiene quien le quiera. Esta falta de
amigos políticos se la ha ganado a pulso por su soberbia, arrogancia y
autoritarismo en la forma de gobernar en los últimos cuatro años. Mientras
tanto, Mariano Rajoy, tras dejar pasar su primera opción de negociar su propia
investidura, anda insistiendo en “un gobierno normal” o “un gobierno de sentido
común”.
Coincidiendo
con Joaquín Rábago en La Provincia,
uno se hace también algunas de sus mismas preguntas:
¿Es
normal en Europa que el presidente de un partido ampare la corrupción en su
seno y que ese mismo partido destruya un ordenador para, supuestamente, hacer desaparecer
datos comprometidos sin que el responsable máximo de ese partido dimita?
¿Es
normal un gobierno que aprobó una reforma laboral con el pretexto de ayudar a
crear empleo, pero que realmente ha facilitado el despido, ha precarizado el
empleo y ha aumentado las desigualdades y la pobreza?
¿Es
normal un gobierno que, ante las protestas por su cada vez más impopulares
medidas, apruebe una “Ley mordaza” cuyo objetivo es disuadir la libre expresión
del descontento ciudadano permitiendo castigar con sanciones desproporcionadas?
¿Es
normal un gobierno que se ha enfrentado a todo tipo de colectivos con reformas
que jamás ha consultado previamente con los afectados y que ha premiado,
además, a uno de sus peores ministros con un puesto de relevancia diplomática
en París?
¿Es
normal un gobierno que ha politizado la justicia pervirtiendo el espíritu de la
Constitución que tanto dice defender?
Ante
este panorama ¿qué entiende el presidente del Gobierno en funciones por “un
gobierno normal” o “un gobierno de sentido común”?
Y por
si la presión fuera poca, ex dirigentes socialistas nacionales están siendo
cortejados por la misma prensa conservadora que los atacó ferozmente cuando
gobernaban y se dedican a seguirles el juego al PP, dificultando aún más la ya
de por sí difícil posible coalición de izquierdas, pero que pudiera reflejar
mejor el sentir de la mayoría de los ciudadanos.
Esos ex
dirigentes socialistas parecen no haberse enterado de nada: de que el país ha
cambiado, de que no se puede seguir gobernando tan cómodamente, limitándose a
turnarse en el poder como hasta ahora.
Por
ello, unos y otros (PP y ex dirigentes socialistas) no se enteran de que hay
una nueva generación bastante alejada ya de la sombra del franquismo, más
dialogante y abierta al mundo, una generación que reclama su oportunidad y sus
derechos.
Se
trata de una generación que sabe que en los países más democráticos, cuando un
político miente en el Parlamento o tolera la corrupción en las filas de su
partido, tiene que dimitir inmediatamente obligado por la presión de la
ciudadanía y de los medios.
A esta
generación ya no se le asusta fácilmente con argumentos como el de que quien no
piensa como ellos en la cuestión nacional solo pretende “romper España”. España
solo se rompe si seguimos empeñados, como hasta ahora, en no escuchar al otro
para tratar de entender sus razones, desmontar su demagogia y aportar mejores y
más convincentes argumentos.
A pesar de todo, el PP se empeña en pretender
seguir gobernado durante otros cuatro años como si aquí no hubiese pasado nada, cuando de todos
es sabido que una mayoría simple no sirve da nada si no se es capaz de reunir
los apoyos suficientes para lograr una mayoría parlamentaria.
Su
estrategia consiste en tratar de convencer a los ciudadanos de que el problema
son los otros: los socialistas liderados por Pedro Sánchez, que en principio se
niega a una gran coalición con ellos y Ciudadanos. Una coalición que,
evidentemente, tendría que presidir Mariano Rajoy porque, nos dicen, es el
único capaz de inspirar confianza en la Europa de los mercados.
Como ha
escrito Javier Ayuso en El País,
parece que el presidente no ha aceptado todavía que los electores no le hayan
premiado por haberles salvado de la crisis. Tampoco parece haber aceptado que
Pedro Sánchez no quiera participar en una coalición “XL” para mantener la
estabilidad de España.
Y es
que según los tratados de psicología, el duelo es el estado de adaptación
emocional que sigue a cualquier pérdida. Algunos compañeros del presidente del
Gobierno en funciones piensan que su jefe sigue en estado de duelo desde el 20
de diciembre.
Por
otra parte, es urgente reforzar en Europa un eje de izquierdas para plantar
cara a las políticas que se dictan desde Berlín y Bruselas sin tener en cuenta
lo que han decidido los ciudadanos.
Además,
sorprende la ceguera de muchos políticos, tanto de derechas como de izquierdas,
que se niegan a ver que el problema de Cataluña solo podrá resolverse a través
del diálogo.
No
obstante, la cuestión catalana no debe convertirse en ningún caso en el
obstáculo que impida entenderse a los partidos que propugnan un cambio, ya que
es necesario establecer prioridades. Uno percibe que el tema catalán se está
utilizando por algunos con el pretexto de “línea roja” para justificar que no
se produzca un gobierno de coalición de izquierdas.
¿Por
qué en unas negociaciones la no cesión de Pedro Sánchez se considera mantener
unos principios y la no cesión de Pablo Iglesias se considera ser un soberbio?
¿Acaso los principios y la verdad solo residen en Pedro Sánchez sin mancha
alguna de soberbia y, ésta última, es exclusiva de Pablo Iglesias sin ninguna
posibilidad de sustentar principios ni verdad alguna?
Diálogo,
acuerdo, pacto de gobierno es lo que necesita este país. ¿Gobierno de coalición
de izquierdas o gran coalición? Uno de natural es partidario de lo primero,
pero de ser imposible, apostaría por nueva convocatoria electoral y que luego
la ciudadanía decida colocando a cada uno en su lugar.
*Fernando T. Romero es miembro de la Mesa de Roque Aguayro.