Fernando T. Romero*
En la
recta final ya hacia el 26-J, se está evidenciando la existencia, por primera
vez en décadas, de una alternativa política clara a las fuerzas tradicionales
que, alternándose, han gobernado siempre en España. Este hecho ha provocado,
inevitablemente, que buena parte de la campaña esté girando en torno a Unidos
Podemos. Por eso, quienes han vivido de la alternancia, viven ahora bajo el posible
fantasma de la victoria de la alternativa.
Y las
propuestas sobre los pactos poselectorales lo confirman. Hay un claro intento
de continuar con el bipartidismo PP-PSOE, al que se sumaría Ciudadanos como mero
apéndice, cumpliendo así con la razón primera de su existencia: sostener a los
partidos tradicionales de gobierno en este país.
Es
evidente también que la falta de autocrítica en el PSOE constituye una de las
causas de la enorme decepción que muchos jóvenes muestran hacia este partido. El
PSOE se ha quedado sin discurso, sin saber cuál es su lugar en la política, más
allá de los eslóganes vacíos contra Rajoy y contra Podemos.
A Sánchez
ya no le vale el discurso de diciembre. La posibilidad de tener que apoyar a
Iglesias como presidente horroriza a los sectores moderados socialistas, que
ven cómo Podemos avanza en su espectro ideológico; pero sin pararse a pensar en
que si Podemos planta su tienda de campaña en el solar socialdemócrata, es
porque se lo encontró vacío, tras la mudanza al social-liberalismo de sus
anteriores propietarios.
Así las
cosas, los socialistas prefieren que se facilite gobernar al PP en una
legislatura corta, que permita al PSOE recomponerse en la oposición, y volver a
la carga cuando el efecto Podemos pudiera perder fuerza. En esta posición
parece encontrarse Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba, varios presidentes
autonómicos (Extremadura, Aragón, Andalucía) y otros influyentes barones.
Sin
embargo, como ha escrito Isaac Rosa en eldiario.es: “Si el PSOE está hoy en un
callejón sin salida, y cualquier decisión que tome, puede ser su tumba, nadie
lo empujó, se metió él solito ahí. Por eso, el debate no está en que Podemos
empuje al PSOE para echarlo, sino en que el PSOE intenta recuperar un terreno
donde ya viven otros. Buena parte de los votantes que han cambiado de papeleta
no han sido engañados por Podemos, sino defraudados por el PSOE”. Además, ¿se
acuerdan ustedes de aquel no tan lejano clamor: “¡Zapatero, no nos falles!”?
Pues eso.
Por otra
parte, el discurso de la derecha, que en este país se autodefine como de centro
para atraer a incautos, intenta aterrorizar a la población definiendo el
programa electoral de Unidos Podemos como extremista y homologando, además, la
victoria de la coalición con la desunión de España.
Y uno,
ante ese discurso, se hace las mismas preguntas que Roberto Barrios: ¿son los extremistas
los que han desahuciado a mujeres, dejándolas en la calle con niños a su cargo
o los que amenazan a muchos con quitarles la vivienda? ¿Son los anti-sistemas
los que en la práctica han congelado desde hace cuatro años las pensiones de
tantas personas? ¿Son los radicales los que han subido el IBI y el IVA de forma
escandalosa? ¿Son los extremistas los que han subido las tasas universitarias
que han impedido a muchos jóvenes acceder a la Universidad?
¿Son los
radicales anti-sistemas los responsables de que 13,5 millones de ciudadanos se
encuentren actualmente en riesgo de pobreza y de exclusión social? ¿Son los
extremistas los responsables de los actuales altos niveles de desigualdad y pobreza
los que han roto España socialmente en los últimos años?
Es
evidente que el protagonista y responsable de todo lo anterior ha sido el
gobierno extremista, radical y pro-sistema del PP, que ha gobernado para
beneficiar a influyentes minorías y que, paradójicamente, se define a sí mismo
como moderado, sensato, serio y equilibrado. ¿Alguien da más? Y eso que no
hemos mencionado para nada los casos de corrupción de este partido. ¡Viva la
moderación y la seriedad del PP!
Sin
embargo, en origen, toda la responsabilidad recae sobre los partidos PP y PSOE que,
sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, y a espaldas de la ciudadanía,
aceptaron y firmaron la reforma del artículo 135 de la Constitución. Como en su
momento expresó Abrahán Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo.
Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo
todo el tiempo”. ¡Qué párrafo tan actual después de más de 150 años!
En lo
que respecta a Unidos Podemos como coalición electoral, siendo necesaria, no es
suficiente, ya que la oposición al cambio será enorme. Por eso, esta coalición progresista
tendrá que desarrollar una unidad de acción respetando la diversidad, pues no
hay que confundir unidad con uniformidad.
Y también tendrá que generar una cultura
de acción común. La vía parlamentaria es esencial, pero debe complementarse con
la participación y la movilización de la ciudadanía, ya que para un movimiento
progresista centrarse sólo en la vida parlamentaria tiene sus riesgos. No nos
olvidemos que en las movilizaciones del 15M era un clamor aquello de: “¡Que no,
que no, que no nos representan!”. Por tanto, que no se repitan los mismos
errores del pasado.
Como ha
escrito el profesor Vicenç Navarro: “… el punto común debe ser el programa a
desarrollar. Es el programa, y no la ideología, lo que debe cohesionar a la
coalición”. Está claro que sólo si la coalición progresista consiguiera un
excelente resultado electoral, se dificultaría enormemente las diversas
operaciones en curso para burlar, pacto mediante, el resultado de las
elecciones.
Añadir,
finalmente, que la lucha política no acabará el 26-J, sino que se ahondará entre
dos propuestas de sociedad incompatibles: la de la justicia, la solidaridad y
la democracia; y la de la corrupción, la explotación, la desigualdad y la
pobreza. La ciudadanía tiene la palabra y decidirá con su voto.
*Fernando T. Romero es miembro de la Mesa de Roque Aguayro.