Jesús Vega*
Casi todas las noches, antes de irme a la cama, dedico unos minutos a pensar en cómo ha sido mi día. A veces, según las ganas y el sueño, escribo algunas impresiones en mi diario. Casi siempre acabo la jornada con algún agradecimiento. Hoy he estado pensando en la Navidad que he estado compartiendo. Han sido, hasta ahora, muchos momentos inolvidables.
El sábado concelebré la misa en la cárcel de Juan Grande. Un joven que quien nunca había hablado, se acercó espontáneamente antes de empezar la eucaristía y me dijo todo contento: ¡Ya esta semana salgo de la cárcel. Y llevo aquí diez años. Diez años por solo cinco minutos que hice lo que no debía haber hecho. Cinco mintuos de una pelea que me arruinaron diez años de mi vida".
Me alegré con él y lo felicité. Y en muchos momentos he seguido pensando en esos cinco minutos que también muchas veces hemos estropeado. Y en los cinco minutos con los que muchas veces hemos arreglado cosas, hemos construido y nos sentimos entusiasmados y alegres.
En la parroquia, el día de Navidad, estaban eufóricos los niños que, durante no más de cinco minutos, se transformaron en pastores y en ángeles. O los padres que representaban a José y María. Me acordé también en la cena familiar con mis hermanas y sobrinos. Cuántas lecciones de cinco minutos bien aprovechados, llenos de comprensión y de perdón cuando ha hecho falta. No vale la pena, no, perder amigos, o la libertad, o la tranquilidad o la alegría por cinco minutos, o menos, mal aprovechados, en lo que perdemos la paciencia para luego darnos cuenta, algo tarde, de que metimos la pata.
Para que sea Navidad de verdad hay que vivir plenamente los minutos de cada día y hacerse un poco niños. En la Nochebuena, cuando pedí a los que estaban en misa que me dijeran algunos de los sentimientos que tenían, una de las niñas que hizo de pastora, de apenas 5 años, me llamó tres veces para intervenir. En los tres momentos, con distintas palabras, me venía a preguntar, más o menos, que cuánto tiempo estaba Jesús con nosotros. O por qué no era siempre Navidad. O que le deseaba muchos años de vida al niño recién nacido. Le podría haber dicho que, para eso, bastaba con que multiplicara muchos cinco minutos de su vida para seguir siendo buena niña, buena persona.
Porque cinco minutos mas aprovechados, cinco minutos de pelea, pueden convertirse en diez años de condena. Pero cada cinco minutos de amor, de perdón, de respeto, pueden ser muchos años de felicidad. Y muchos años de Navidad.
*Jesús Vega es Párroco de San José Obrero del Cruce de Arinaga.